Los tributos y su evolución
¿Impuesto sobre el agua de lluvia?
Silvia
Martínez Puentes
Todo
cuanto resulte esencial para los seres humanos sobre la faz de la
tierra es objeto de gravámenes con el afán, en la mayoría de los
casos, de repartir con justicia las riquezas, aunque existen
diversas formas, algunas inadecuadas, de exigir por el gasto
público.
Desde tiempos inmemoriales los impuestos han ido ganando terreno
sobre la vida de los individuos y, como su propio nombre lo indica,
se van imponiendo, hasta para cosas que a los cubanos pudieran
parecernos inverosímiles como el pago de un tributo sobre el agua de
lluvia.
Cuando se rastrea por Internet aparecen informaciones como estas:
En la provincia italiana de Ravena, se considera injusto que el
alcantarillado municipal asuma las descargas de las nubes sin que
los ciudadanos paguen por ello. Para poner fin a este derroche, los
encargados de la red hídrica crearon una nueva tasa sobre las
llamadas aguas blancas o meteóricas, con un 3 % de la tarifa que el
usuario paga por el agua doméstica.
En Estados Unidos –—comentario también de la Web—, en Utah y
Washington, por ejemplo, es ilegal recolectar agua de lluvia, y en
Colorado esa medida es ley desde hace casi 200 años. Los pobladores
de esos estados recurren a acumular agua de lluvia para fregar
autos, regar el jardín o bañar al perro, pero la ley determina que
esa agua le pertenece al Estado y no al individuo. Estipula en tal
sentido que el líquido debe caer del cielo a la tierra sin ninguna
interferencia, pues ello puede terminar en una debacle ecológica, al
impedirle ir a los arroyos y corrientes para convertirse en
propiedad de rancheros, agricultores y agencias de desarrollo
acuífero.
Acopiar y almacenar agua de lluvia ha sido siempre un método
eficaz en las regiones áridas y semiáridas, con el objetivo de
asegurar el riego de los cultivos o de recolectarla para uso
doméstico —beber, cocinar, limpiar—, y para el ganado.
Detrás de esa alerta están las verdaderas intenciones de quienes
pretenden controlar el preciado líquido, cada vez más exiguo.
Desde 1988 los aljibes y cisternas en las viviendas particulares
de los alemanes están subvencionados, y bien calculadas las cifras
de consumo según familia, el ahorro posible y las necesidades de
volúmenes de agua, con soluciones que van desde el gran depósito de
hormigón hasta el simple montaje de canalón y barril. Incluso en la
factura del mes hay un por ciento deducido por el uso de esta agua.
Aún cuando Alemania no sufre sequías, la gente se preocupa de
recoger el agua de lluvia, no tanto por conciencia ecológica, pues
en ese país el agua abunda, sino porque hay que pagarla muy cara.
El agua como
mercancía
Aunque exagerado, puede ser ese el camino del agua. Hoy a muchos
que la reciben del grifo les es regulada mediante los impuestos. En
cambio, otros muchos millones no acceden a ella y otros tantos la
derrochan despiadadamente, la ven correr calle abajo y no se
inmutan.
El caudal de agua dulce representa apenas un 0,5% de toda la
existente en la tierra, el resto es salado o forma parte de los
glaciales. Es la lluvia la que renueva el agua dulce y cae a un
ritmo de 40 000 a 50 000 kilómetros cúbicos al año. Empero, la
distribución deficiente, la mala gestión del recurso, la pobreza, la
contaminación, el cambio climático, los desastres naturales, la
guerra, el crecimiento demográfico y la urbanización, agudizan su
falta.
Cada veinte años el consumo mundial de agua es dos veces superior
al crecimiento poblacional. Según Naciones Unidas 31 países padecen
escasez, con alta incidencia sobre más de mil millones de personas.
Anualmente mueren 1,6 millones de niños como consecuencia de
diarreas y otras enfermedades generadas por agua sucia y saneamiento
insuficiente. Para el 2025 la demanda del vital líquido superará la
cantidad disponible actualmente en un 56%.
Paralelo a la creciente crisis del agua, avanza la privatización
y el desvío masivo del líquido por parte de las grandes
transnacionales a favor de las personas y ciudades pudientes y de
las industrias de alta tecnología. Crece así el control absoluto de
los servicios públicos de abastecimiento de agua en los países
subdesarrollados con un aumento sustancial de los precios. El
principio es uno: el agua es una mercancía regida por las leyes del
mercado.
En Lima, Perú, por ejemplo, los pobres llegan a pagar a un
vendedor privado hasta tres dólares por metro cúbico de agua, la
cual deben ir a recoger en cubos y a menudo está contaminada. En
cambio, los más ricos pagan 30 centavos dólar por metro cúbico de
agua depurada, y la tienen disponible en el grifo de sus casas.
Muchas políticas fiscales, maniatadas por las transnacionales, no
favorecen el saneamiento de las aguas y la construcción de
infraestructuras para su protección y que llegue a todos por igual.
Al contrario, las nuevas leyes se abren al sector privado mientras
los altos precios del líquido hacen que un número creciente de
consumidores se desconecten de los servicios ante la imposibilidad
de enfrentar el pago.
Las políticas nacionales, la cooperación internacional, todos
somos parte integral de la solución de este problema. Faltarían 10
000 millones de dólares al año para reducir a la mitad la proporción
de personas carentes de agua potable y de saneamiento, apenas el
"equivalente a unos ocho días de gastos militares en el mundo."
Muchos en el planeta reclaman el derecho que le da la madre
naturaleza sobre el agua, y pagan el impuesto racional y equitativo
para su mejor administración y uso. Si importante es enfrentar la
sequía, con igual empeño debe ser la convocatoria a oponerse al
excesivo derroche de tan precisado recurso en el que le va la vida
al ser humano. Las políticas tributarias apuntan también hacia el
camino del agua. |