SANTO
DOMINGO.— "Al final no se vayan, el Presidente quiere sostener un
encuentro con ustedes". El mensaje nos llegaba cuando asistíamos a
una presentación del trabajo realizado por el Estado revolucionario
cubano a favor de la promoción del libro y la lectura desde la
fundación de la Imprenta Nacional, hasta la multitudinaria Feria del
Libro que desborda el ámbito de La Cabaña en cada cita y se esparce
a lo largo de la Isla.
Leonel Fernández había citado a funcionarios e intelectuales,
editores y maestros, líderes políticos y promotores culturales, pues
deseaba que tuvieran información de primera mano sobre nuestra
experiencia. Estábamos presentes los participantes cubanos en la
Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2010, que acaba de
finalizar, y el embajador Juan Astiasarán.
Conocíamos la apretada agenda de trabajo del mandatario —tenía
por delante un muy importante encuentro con el presidente de las
República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez—, por lo que
apreciamos su invitación. Pero lo que nos sorprendió realmente fue
no solo su especial deferencia hacia los intelectuales cubanos, sino
la duración y el cariz del diálogo: tres horas y una conversación
inter pares en la que compartimos convicciones, ideas y
proyectos.
El ámbito no pudo ser mejor: la biblioteca Juan Bosch de la
Fundación Global Democracia y Desarrollo (Funglode). La base de sus
fondos la constituye la biblioteca personal de Fernández, con
énfasis en las ciencias sociales y humanísticas.
"Debemos estimular la lectura entre los jóvenes —precisó al
inicio de la conversación—, pues es una de las vías más eficaces
para adquirir y ampliar conocimientos y prepararse para afrontar los
graves pero inexcusables desafíos a que nos enfrentamos en nuestras
islas".
Luego de señalar cómo el contacto con el libro debe rebasar la
erudición para que el discernimiento y la intelección sean premisas
para formar ideas y luchar por ellas, Fernández habló sobre la
necesidad de articular los saberes acumulados con la proyección del
futuro:
"He propuesto a los compañeros de la biblioteca organizar
sesiones de estudio y análisis de las revoluciones del siglo XX.
Habrá que partir de la Revolución bolchevique de octubre de 1917, de
las diversas etapas de la Revolución mexicana, de la Revolución
china, abordar las experiencias de Vietnam, Argelia y los
movimientos de liberación africanos, la Revolución cubana y llegar a
los procesos de emancipación que tienen lugar en nuestro
continente".
"En esa trayectoria el estudio del pensamiento asociado a tales
procesos resulta esencial. Se necesitan, por ejemplo, nuevas
lecturas de Marx, Engels y Lenin, pero hay que saber que esas ideas
hallaron nuevos desarrollos en Gramsci, Lukacs, Togliatti en Europa,
en tiempos donde se estaba produciendo la eclosión de la Escuela de
Frankfurt y el existencialismo. Y a la vez considerar cómo fuera de
Europa el pensamiento adquirió consistencia en figuras
imprescindibles como Franz Fanon —nunca olvido Los condenados de
la tierra—, Ho Chi Minh, Ernesto Guevara y Fidel Castro".
Poco después de este comentario, el estadista nos mostraba con
orgullo los anaqueles dedicados a Cuba. En un lugar prominente se
hallaban encuadernados discursos, comparecencias públicas y
reflexiones de Fidel desde 1959 hasta la fecha.
"De lo que se trata —subrayó— es de hacer de la cultura una
brújula imprescindible para hallar los paradigmas del siglo XXI".
Entre escritores, lógicamente, el diálogo transitó por afinidades
y preferencias literarias. Recordamos la inminencia de la
conmemoración del centenario de Lezama Lima, la amistad de Juan
Bosch con los autores cubanos de su generación e hizo una
observación sobre cómo coinciden ciertos renombrados escritores
latinoamericanos en ponderar la influencia del norteamericano
William Faulkner.
Recordé que entre nosotros se hallaba Ambrosio Fornet, quien en
los años sesenta promovió desde la Biblioteca del Pueblo las
ediciones de esa novela de Faulkner y de textos de John Dos Passos,
Scott Fitzgerald y Erskine Caldwell. Entonces replicó: "Es que a
nosotros, los caribeños, nos llega de cerca Faulkner. El Caribe,
como lo veo yo, es algo más que una dimensión geográfica, es de
hecho una dimensión cultural que transcurre desde el Mississipi
hasta Salvador de Bahía, con nuestras islas como eslabones
fundamentales".
Y fue cuando nos sumergimos en la historia y la cultura
caribeñas. Al respecto nos dijo:
"Estamos haciendo un esfuerzo para que se entienda la unidad por
encima de las diferencias entre los pueblos antillanos. Desde hace
años Cuba ocupa una posición de vanguardia en esa percepción. Aquí
mismo, entre nosotros, ahora es que se comienza a valorar el enorme
aporte de vecinos nuestros como Jacques Roumain, Aimé Cesaire, Derek
Walcott, Kamau Brathwaite, Bosch fue un precursor en ese
entendimiento. Ellos y otros muchos son también necesarios para los
paradigmas culturales que necesitamos".