Punto final de la Huella

TONI PIÑERA

Foto: Nancy ReyesPor diferentes aristas, el XXII Festival La Huella de España cruzó durante ocho días de este abril, y puso el punto final en la sala García Lorca del GTH el pasado domingo.

La gala de clausura —con dirección artística de Eduardo Blanco y Eduardo Veitía— acercó hermosas estampas. En las piezas Gitanería y Andalucía, coreografía de Leslie Ung y Malagueña, de Irene Rodríguez se reunieron de forma original, la hermosa voz de la soprano Johana Simón, el piano de Daniel Martínez y el baile del Ballet Español de Cuba, para regalar uno de los más altos y elegantes momentos de la velada, que cerró con la actuación del BNC en las piezas Serenata goyesca, coreografía de Alicia Alonso, y Acentos, de Eduardo Blanco, que aunque muy repetida en los últimos tiempos para cerrar programas conciertos, es agradable ver en la escena por la fuerza del baile de los jóvenes intérpretes.

El turno de la danza clásica llegó horas antes de la mano del Ballet Nacional de Cuba en otra gala que ocupó la sala García Lorca del GTH. Entre las piezas interpretadas, Tiempo de danzón, del juvenil coreógrafo Eduardo Blanco, fue la más cohesionada, en términos de baile de grupo, por el ímpetu y los deseos de bailar de todo el conjunto.

Preciosa y el aire —coreografía de Alicia Alonso, estrenada en la anterior edición del encuentro— reapareció en las tablas con una nota de particular colorido: la singular interpretación que del protagónico (Preciosa) realizó la excelente primera bailarina del Ballet Español de Cuba, Irene Rodríguez. La pieza, donde se reúnen el poema de García Lorca —uno de los más significativos del Romancero gitano, la música inédita del célebre compositor español Angel Barrios —que la creara en conjunción con el poeta—, y la inspiración coreográfica de Alicia en un sueño realizado en la escena, alcanzó un brillo especial en la noche al compás de la labor de altos quilates de la artista invitada, quien lleva bajo la piel este estilo de baile y lo hace sentir al espectador.

La suite del ballet Don Quijote tuvo más bajas que altas en la noche. Agradable fue ver a la primera solista Verónica Corveas —quien lleva ya años en las filas del BNC— en el papel de Kitri, y demostrar que tiene condiciones, para poder brillar algún día en el firmamento de este personaje, si se le siguen ofreciendo posibilidades de bailarlo. Ella sorteó, con dignidad y astucia, las dificultades más visibles, armada con su alegría, experiencia y técnica, aunque quizá en algunos momentos los nervios le jugaron alguna que otra pequeña pasada, que la bailarina rebasó. Hermosas extensiones y poses, balances, y un baile fluido, que tuvo su éxtasis en los 32 fouettés de la coda, matizaron una actuación, que pudo haber alcanzado otro escaño superior si hubiera sido acompañada por un bailarín más experimentado en el difícil rol. Entre los puntos a favor de la suite se debe mencionar también al Espada, del joven Arián Molina, que se entregó de lleno en el papel, al que imprimió fuerza y elegancia, así como, en general a los toreros, y la conducción de la Orquesta Sinfónica del GTH a cargo del maestro Roberto Sánchez Ferrer.

Más allá del esfuerzo realizado, ya que es el grupo más joven de la compañía, pues una gran parte se encuentra en una cita internacional, fueron visibles la poca homogeneidad en conjunto, la escasa expresividad del cuerpo de baile en las pantomimas que tanto aportan al deleite visual y la credibilidad de la historia, algo que históricamente ha caracterizado el quehacer del BNC, lo que lógicamente conspiró en el buen desenvolvimiento y el espíritu de la obra, cuya música, paradójicamente, es un verdadero "canto" a la alegría de vivir y, sobre todo de bailar.

 

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