Las
noches de sábado en mi pueblo, como en tantos otros, eran tan
predecibles como gratas hace apenas unos años: ir del Coppelia al
cine, y de este a la cafetería Batido de Plátano; o cazar cualquier
fiesta y colarnos. Para pasarla bien, no hacía falta sino la alegría
que llevábamos encima.
El antiguo Casino Español, local más espacioso del pueblo, era
nuestro Dancing Light; luego, la Discoteca para bailar según la
música de moda. Muchos la preferían para ir a gastar energías; otros
se refugiaban en el ambiente más íntimo de los cabarets.
Ahora las limitaciones de recursos, pero más las de imaginación,
provocan que los jóvenes se sientan insatisfechos. El propio
ministro de Cultura, Abel Prieto Jiménez, comentaba durante los
debates en comisiones de la Asamblea Nacional que, precisamente,
esas dificultades "nos fuerzan a generar una mayor oferta cultural".
Conozco territorios donde abundan las opciones, variadas, en
función de gustos y edades diferentes; sin embargo, tampoco
complacen a todos por insuficientes, poco promovidas y no seducir a
una parte del público, que solo quiere bailar.
Ante la insistencia de que defina a qué le llama no tener "a
dónde ir", buena parte de la juventud alude a sitios tipo cabarets,
night clubs y bailables. Según el titular de Cultura, esa
preferencia es la que más recursos demanda.
Otro de los reproches de los jóvenes consiste en la concentración
de los espacios recreativos en las cabeceras provinciales, tanto las
giras de los artistas como las de otros espectáculos. Que la capital
represente al territorio no significa que lo soslaye.
Resulta notable el esfuerzo de cada año, durante julio y agosto,
por brindar un paquete recreativo variado, de calidad, concebido
para cada segmento poblacional. Lo que se logra durante esos meses
debiera sistematizarse, extenderse a los restantes.
Es necesario llegar a todos los rincones, a la capital y al
barrio, a lugares donde existan grandes núcleos de estudiantes. Hay
que diversificar las ofertas, pero urge más ampliar el patrón
recreativo. Se deben tomar en cuenta las características de cada
lugar y desperezar la iniciativa: entender que espacios como El
Mejunje, en Villa Clara, y El Sauce, en Ciudad de La Habana, nacen
—principalmente— de la voluntad de sus creadores.
Contar con los instructores de arte y el talento local como brazo
derecho de cada proyecto, extender experiencias, no subestimar el
alcance de iniciativa alguna (desde los cafés literarios hasta un
concurso territorial), consolidar los espacios recreativos,
comprobar si lo que se ofrece al pueblo es de provecho, resultan
herramientas inestimables.
Divertir no puede ser un dolor de cabeza, sino un sistema bien
engranado para encauzar la alegría, el tiempo libre y los sueños,
mediante una película, una excursión, un baile, un paseo o cuanto
llene el espíritu de sano placer.