En la enseñanza de sordo-ciegos

Maestros, no quirománticos

Katia Siberia García

Hasta la punta de sus dedos. Tan solo hasta allí llega el mundo de un sordo-ciego. No habla, no escucha ruidos, no ve luces... solo oscuridad y silencio parecieran acompañarle, aunque a veces una sonrisa quiebra la mudez y, aun sin mirarlos, saben de la presencia de maestros. ¿Maestros? ¿Pero cómo instruirlos, mostrarles el lenguaje de señas o enseñarles el Braille?

Fotos: Yaimí RaveloEstos simpáticos jimagüas llevan solo un mes en la escuela y ya demuestran conocimientos básicos.

Quizás, los que no sepan de Helen Keller crean que se trata de un mundo infranqueable. Bastaría entonces con cruzar los umbrales de una escuela, de un salón para sordos-ciegos: en ellos, valiéndose de mil artilugios, los maestros enseñan... y los pequeños aprenden.

Los "secretos" de esa difícil enseñanza se revelan en la escuela capitalina William Soler, donde matriculan niños y jóvenes con discapacidades combinadas; todas asociadas a la hipoacusia y la ceguera.

Amor, paciencia, reiteración, organización, deseos... son indispensables para trabajar allí. La directora de ese centro, Daisy Almenares Moreno, asegura incluso que la sensibilidad ha de ser inherente a cada educador. "Si no es así no pueden obtener resultados que, aunque algunos pudieran creer sencillos, para nosotros y para estos niños constituyen grandes retos".

Fotos: Yaimí RaveloPaulatinamente, con el empeño, llegan los avances.

Todos los alumnos presentan dificultades con la comunicación; o no reciben información o lo hacen de manera distorsionada, aclara Daisy. "De los 23 que actualmente tenemos, hay sordos-ciegos totales; parciales (con escasa visión y audición); y, además, niños con deficiencias múltiples que añaden a estas discapacidades el autismo y el retraso, entre otras".

Se habla entonces de métodos de comunicación no convencionales y comienza la lección.

Dame la mano... y aprenderemos

Se coge al pequeño de las manos —en ellas sucederá todo el contacto con el sordo-ciego. Se toma, por ejemplo, un vaso, se le demuestra su utilidad y luego se dibuja el sonido VA-SO en sus manos, con los puntos del braille de esas letras. Se repiten una y otra vez. Vuelve la reiteración y, después de muchas repeticiones que pueden tardar años, la lección quizás surta efecto.

Lograr que cada punto dibujado en la palma de sus manos se asocie con una palabra, y esta con un objeto, es en extremo complicado, reconoce Belquis Alarcón Alba, una psicopedagoga que lleva 7 años trabajando con personas que presentan estas discapacidades conjuntas. Este método se conoce como Dactilema, pero no es el único al cual recurren en la William Soler.

Fotos: Yaimí Ravelo Ariday pasa horas con Flavio, intentando la respuesta a órdenes sencillas como levantarse y sentarse.

El Tadoma auxilia también a aquellos que deben recorrer otros caminos para hacerse entender. Las manos van entonces hasta los labios y garganta, en un intento por captar las palabras a través del movimiento y las vibraciones que se producen al hablar.

Así aprendió a "oír" Helen Keller cuando le hablaban claro, alto y despacio. La mujer sordo-ciega y muda que consiguiera "hablar" y hasta escribir libros, inspira todavía a muchos maestros.

Por lo menos Belquis continúa pensando que Yunet Suárez Quiñones —de las pri-meras alumnas sordo-ciegas con que comenzara esta enseñanza especial en nuestro país, a mediados de la década del noventa— puede lograr mucho en su vida a pesar de las limitaciones.

Para que a ella y a otros privados de sombras y ruidos les resulte menos escabroso el aprendizaje, el entorno debe ser completamente favorable, tener un orden riguroso de tiempo y lugar, saber con exactitud, por ejemplo, cuándo y dónde comerán, en qué lugar queda su silla o su mochila. Los maestros refieren igualmente el vínculo entre el hogar y la escuela.

Si logramos que aprendan a vestirse y a comer solos mientras en casa la madre se lo hace para ganar tiempo o creyendo que así lo ayuda, el niño no avanza.

Queremos que sean lo más independientes posible, asegura Juana Guerra, quien decidió jubilarse al superar los 30 años en la Enseñanza Especial y volvió hace varios cursos, tal como hiciera Blanca Nieve, otra maestra de tres décadas. Ahora trabajan en el taller junto a Luis Rogelio Valdés-Vasante.

Allí buscan que jóvenes como Mónica Rojas y Lián Quiñónez se sientan útiles, al tiempo que en otras aulas la entrega se repite. Y aunque Ariday Megnet Zamora es apenas una adiestrada, la falta de experiencia no hace menos afortunados a sus alumnos.

"Algunos no caminaban si no eran tomados de la mano. Persistí en la orientación y movilidad, y ya logro, por ejemplo, que Flavio vaya solo al comedor y se siente", afirma emocionada Ariday.

En cambio, a Adrián González el orgullo le llega cada vez que sus amigos le dicen "tú tienes corazón pa´ eso". Entonces, se siente doblemente "obligado" a poner mayor empeño en las señas de sus manos.

No menos gratificante ha sido para la joven Yusdeymys Leyva, maestra con déficit visual, que fue alumna de la escuela para ciegos y débiles visuales y hoy devuelve con creces sus conocimientos. Para Dania, Elba, Isabel o Marinés, la Enseñanza Especial presupone igualmente momentos irrepetibles.

Daisy, por su parte, considera que aun cuando no se avance demasiado en el Español o las Matemáticas, pues existen alumnos a quienes por sus características se les hace muy difícil, la regocija prepararlos para la vida y lograr victorias aparentemente pequeñas. "Sabes que dependen de ti y te consagras. Vamos incluso hasta las casas de quienes por situaciones agravadas de salud no matriculan directamente en la escuela".

Todo el claustro se prepara constantemente, afirma la directora. Tanto aquí como en cada uno de los salones que existen en el resto de las provincias, los días son de continuo aprendizaje, amén de que contemos con el intercambio de programas tan importantes como el Milton/Perkins, reconocido internacionalmente.

Los resultados no se hacen esperar: el lazo de los cordones, el control del esfínter, el paso seguro... son en ocasiones "adivinados" por las manos, pero en la escuela William Soler no habitan quirománticos sino maestros.

 

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