Quizás, los que no sepan de Helen Keller crean que se trata de un
mundo infranqueable. Bastaría entonces con cruzar los umbrales de
una escuela, de un salón para sordos-ciegos: en ellos, valiéndose de
mil artilugios, los maestros enseñan... y los pequeños aprenden.
Los "secretos" de esa difícil enseñanza se revelan en la escuela
capitalina William Soler, donde matriculan niños y jóvenes con
discapacidades combinadas; todas asociadas a la hipoacusia y la
ceguera.
Amor, paciencia, reiteración, organización, deseos... son
indispensables para trabajar allí. La directora de ese centro, Daisy
Almenares Moreno, asegura incluso que la sensibilidad ha de ser
inherente a cada educador. "Si no es así no pueden obtener
resultados que, aunque algunos pudieran creer sencillos, para
nosotros y para estos niños constituyen grandes retos".
Se coge al pequeño de las manos —en ellas sucederá todo el
contacto con el sordo-ciego. Se toma, por ejemplo, un vaso, se le
demuestra su utilidad y luego se dibuja el sonido VA-SO en sus
manos, con los puntos del braille de esas letras. Se repiten una y
otra vez. Vuelve la reiteración y, después de muchas repeticiones
que pueden tardar años, la lección quizás surta efecto.
Lograr que cada punto dibujado en la palma de sus manos se asocie
con una palabra, y esta con un objeto, es en extremo complicado,
reconoce Belquis Alarcón Alba, una psicopedagoga que lleva 7 años
trabajando con personas que presentan estas discapacidades
conjuntas. Este método se conoce como Dactilema, pero no es el único
al cual recurren en la William Soler.
El Tadoma auxilia también a aquellos que deben recorrer otros
caminos para hacerse entender. Las manos van entonces hasta los
labios y garganta, en un intento por captar las palabras a través
del movimiento y las vibraciones que se producen al hablar.
Así aprendió a "oír" Helen Keller cuando le hablaban claro, alto
y despacio. La mujer sordo-ciega y muda que consiguiera "hablar" y
hasta escribir libros, inspira todavía a muchos maestros.
Por lo menos Belquis continúa pensando que Yunet Suárez Quiñones
—de las pri-meras alumnas sordo-ciegas con que comenzara esta
enseñanza especial en nuestro país, a mediados de la década del
noventa— puede lograr mucho en su vida a pesar de las limitaciones.
Para que a ella y a otros privados de sombras y ruidos les
resulte menos escabroso el aprendizaje, el entorno debe ser
completamente favorable, tener un orden riguroso de tiempo y lugar,
saber con exactitud, por ejemplo, cuándo y dónde comerán, en qué
lugar queda su silla o su mochila. Los maestros refieren igualmente
el vínculo entre el hogar y la escuela.
Si logramos que aprendan a vestirse y a comer solos mientras en
casa la madre se lo hace para ganar tiempo o creyendo que así lo
ayuda, el niño no avanza.
Queremos que sean lo más independientes posible, asegura Juana
Guerra, quien decidió jubilarse al superar los 30 años en la
Enseñanza Especial y volvió hace varios cursos, tal como hiciera
Blanca Nieve, otra maestra de tres décadas. Ahora trabajan en el
taller junto a Luis Rogelio Valdés-Vasante.
Allí buscan que jóvenes como Mónica Rojas y Lián Quiñónez se
sientan útiles, al tiempo que en otras aulas la entrega se repite. Y
aunque Ariday Megnet Zamora es apenas una adiestrada, la falta de
experiencia no hace menos afortunados a sus alumnos.
"Algunos no caminaban si no eran tomados de la mano. Persistí en
la orientación y movilidad, y ya logro, por ejemplo, que Flavio vaya
solo al comedor y se siente", afirma emocionada Ariday.
En cambio, a Adrián González el orgullo le llega cada vez que sus
amigos le dicen "tú tienes corazón pa´ eso". Entonces, se siente
doblemente "obligado" a poner mayor empeño en las señas de sus
manos.
No menos gratificante ha sido para la joven Yusdeymys Leyva,
maestra con déficit visual, que fue alumna de la escuela para ciegos
y débiles visuales y hoy devuelve con creces sus conocimientos. Para
Dania, Elba, Isabel o Marinés, la Enseñanza Especial presupone
igualmente momentos irrepetibles.
Daisy, por su parte, considera que aun cuando no se avance
demasiado en el Español o las Matemáticas, pues existen alumnos a
quienes por sus características se les hace muy difícil, la regocija
prepararlos para la vida y lograr victorias aparentemente pequeñas.
"Sabes que dependen de ti y te consagras. Vamos incluso hasta las
casas de quienes por situaciones agravadas de salud no matriculan
directamente en la escuela".
Todo el claustro se prepara constantemente, afirma la directora.
Tanto aquí como en cada uno de los salones que existen en el resto
de las provincias, los días son de continuo aprendizaje, amén de que
contemos con el intercambio de programas tan importantes como el
Milton/Perkins, reconocido internacionalmente.
Los resultados no se hacen esperar: el lazo de los cordones, el
control del esfínter, el paso seguro... son en ocasiones
"adivinados" por las manos, pero en la escuela William Soler no
habitan quirománticos sino maestros.