Significa, según estadísticas ofrecidas por Carlos Díaz, director
forestal del Ministerio de la Agricultura y secretario de la
Comisión de sistemas de reforestación, que en esos doce meses los
cubanos sembramos alrededor de 100 millones de plantas.
Ello anima. Pero a la luz de estos tiempos —y en correspondencia
con los puntos de vista reiterados por el General de Ejército Raúl
Castro Ruz en torno a la necesidad de fomentar cada vez más las
áreas boscosas— esos datos también deben mover a la meditación
individual y colectiva.
Tal vez un buen ejercicio de esclarecimiento sea preguntarnos: ¿Y
yo qué le aporté a la reforestación?
Al relacionar esos 100 millones de árboles con la población
cubana actual (incluyendo hasta los recién nacidos) brota una
proporción numérica, aproximada, de nueve o más plantas por
habitante.
Esos
mismos carretones pueden trasladar las frutas el día que la
reforestación ponga fin al imperio del marabú en vías como esta.
Pero el asunto no es esencialmente aritmético. Si en mi casa, en
la cuadra donde vivo o en mi centro de trabajo nadie sembró una
postura, o si no aportamos ni un bolso de yogurt vacío para viveros,
¿entonces en quiénes o en cuántos cubanos recayó el mérito de
plantar esas 55 000 hectáreas?
En ninguna tribuna o documento consta que la reforestación es
tarea exclusiva de quienes viven o trabajan en pleno campo, cerca de
ríos y embalses o en la periferia urbana.
Tampoco puede verse como "un asunto" de quienes habitan las
montañas de la Sierra Maestra y Nipe-Sagua-Baracoa (en el oriente),
Guamuhaya (centro del país) o Guaniguanico (occidente), cuya áreas
no llegan al 20 por ciento del territorio nacional.
Demostrado está el valor ecológico y ambiental de las plantas
para la vida humana y también en las ciudades al actuar como filtros
naturales que aspiran de la atmósfera ese dióxido de carbono cuyas
emisiones influyen cada vez más en el preocupante fenómeno del
calentamiento global.
Del mismo modo que todos debemos participar en la producción de
alimentos (porque cada día comemos), hay que ayudar también a
reverdecer ese entorno natural del cual todos respiramos oxígeno,
segundo a segundo, para vivir.
¿Acaso alguien supone que la reforestación ha sido definida como
tarea estratégica por pura casualidad? ¿Quién no sabe que, además de
filtros para la vida, los bosques son "imanes" para atraer lluvia,
refugio seguro de fauna, dan sombra, atenúan la temperatura,
garantizan defensa, son fuente de alimentación...?
¿Qué impide sustituir todo el marabú que atenaza a las vías, por
árboles que embellezcan el entorno y aporten frutas? Cercanos a
autopistas y carreteras, se empinan verdaderos macizos de esa
espinosa plaga vegetal, en los cuales la laboriosidad humana pudiera
levantar reverdecidas áreas frutales.
No por capricho Cuba debe plantar este año otras 67 000 hectáreas
y seguir creciendo para llegar al 2015 con el 29,3% de su superficie
reforestada. Para ello se necesitan muchas manos y también
organización, para no incurrir en grandes movilizaciones o en
alternativas que dejen más pérdida que provecho.
"Filtrar" ese asunto es evitar que palidezcan con el tiempo ideas
con un formidable despegue, como aquella que distinguió a Manatí,
precisamente en torno a la reforestación.
Quizás ningún país tenga bases estructurales, sociales y humanas
tan favorables como Cuba para "pintar de verde" toda la geografía
donde deba predominar ese color.
Basta con programar bien las ideas, ponerles nombre y apellido a
las acciones, motivar, sumar a todo el que realmente pueda y deba
contribuir (organismos, entidades, colectivos, asentamientos,
familias, personas), controlar, chequear, exigir...
Sin "exprimir" al tope esos mecanismos, se han logrado avances
innegables.
Con la cuarta parte del territorio forestado, nuestro país se
ubica entre los que más atención, recursos y acciones han dedicado
al fomento de la flora. Así lo ha reconocido la ONU.
Potencialidades tenemos para andar mejor. No se trata de cumplir
formalmente un plan, sino de asegurar vida y futuro. Tierra pidiendo
árboles hay, semillas y posturas también, brazos no faltan...
Y la experiencia no hay que "pujarla" en el exterior billete en
mano; está ahí, 100% criolla: en esa lección que nos legaron
nuestros abuelos y bisabuelos plantando ellos lo que hoy todos
tenemos y disfrutamos. Nada nos cuesta perpetuar esa herencia.