El amor es no tener que decir nunca "perdón".
No
pocos en el mundo, empeñados en madurar algún que otro ligue, se
apropiaron de la frase después de haberla descubierto en Historia
de amor (Love Story), un filme rodado por Arthur Hiller en 1970,
luego del rotundo éxito que tuviera una novela de igual título y
solo 126 páginas escrita por Erich Segal.
Segal acaba de morir en Londres, a los 72 años de edad, tras
larga lucha con el Parkinson y fue también el guionista del filme
protagonizado por Ali MacGraw y Ryan O'Neal.
Historia de amor, que está cumpliendo sus cuarenta años,
clasifica entre las diez películas de temática romántica más vistas
en la historia del cine, y todo el que la conozca sabe que se
inscribe dentro de una línea comercial matizada por buenas dosis del
melodrama en una trama no muy original: joven rico y desapegado de
su padre —que le hace sentir un complejo de inferioridad— conoce a
una humilde muchacha, estudiante de música, que le transfiere la
alegría de vivir y el dulce sabor del amor. Pero la felicidad dura
poco, pues ella se enferma y muere. Él, que la ha cuidado hasta el
último instante, queda entonces destrozado pero convertido en un ser
más pleno, sin miedos ni rencores.
Amparado en un pegajoso tema musical que llegó a escucharse hasta
en las naves espaciales, el filme marcó a una generación, llenó las
arcas de la Paramount y resulta un caso digno de estudio por una
sociología del gusto cinematográfico.
Hay una palabra recurrente que denomina a esos fenómenos
taquilleros, con público de todo tipo en una cinta de escasos
aportes cinematográficos: "química". Entre la pareja de jóvenes
protagonistas, y la música, y la variación manipuladora entre la
felicidad y el dolor que se extiende a lo largo de la trama, e
incluso en el tratamiento abusivo del melodrama que se hace en los
finales, pero que —hay que reconocerlo— puso a llorar a medio mundo:
química, esa es la palabra.
Recursos de la composición que al analizarse cuarenta años
después del estreno de Historia de amor se tornan muy
evidentes, pero que en aquellos días cautivaron con su impronta
emocional. Y lo mismo sucedió con la novela de Erich Segal, que se
da a conocer en momentos en que la literatura norteamericana está
nominada por obras que hablan del desencanto de una generación, de
la guerra de Vietnam, la droga, el derrumbe definitivo de un
puritanismo ciudadano, la contracultura y los hippies.
Segal, entonces con 32 años de edad, sabía que el momento era
inadecuado para aparecerse con una novela de amor, no precisamente
de corte profano, sino al mejor estilo romántico, y de ello dio
cuenta su hija Francesca en un artículo publicado en el 2008 en la
revista cultural Granta. Contó allí que el escritor se había
inspirado en un hecho real, pero tenía serias dudas acerca de la
publicación del libro. "Su agente le suplicó —escribe ella— que
olvidara su novela de amor, convencido de que arruinaría su
reputación de escritor y de guiones de acción dirigidos a un público
masculino".
Pero Segal persistió y con Historia de amor le llegó un
triunfo apoteósico que no volvería a repetir en una vasta obra, en
la que algunos de sus libros sí respondían a eso que los teóricos
suelen denominar "necesidades imperiosas de una época".
Misterio del gusto y misterio del éxito y eficacia de una frase
algo dulzona a la que todavía algunos recurren, ya sea para
impresionar desde la pose, o ganados en serio por la creencia de que
el amor es no tener que decir nunca "perdón".