Integrada por Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Dominica,
Honduras, Ecuador, San Vicente y las Granadinas y Antigua y Barbuda,
el ALBA va convirtiéndose paulatinamente en un actor político,
económico y social regional, cuyo papel se acrecienta cada vez más
en el seno de la comunidad internacional, ya sea en el Grupo de Río,
la OEA o las Naciones Unidas, a tono con su rebautizada condición de
"Alianza" acordada en la VI Cumbre extraordinaria de Maracay,
Venezuela. La rápida actuación y denuncia de la agrupación contra el
golpe de Estado en Honduras es un ejemplo.
Sus nueve miembros abarcan un territorio de más de dos millones
652 567 kilómetros cuadrados y una cifra superior a los 69 millones
de habitantes.
Dispone de fabulosas reservas hidrocarburíferas fósiles,
altamente codiciadas por las multinacionales de la energía, mientras
son inmensas sus potencialidades desde el punto de vista económico,
social, intelectual, profesional, técnico y científico.
Para que se tenga una idea de lo que estamos hablando, por
ejemplo, las reservas de hierro y manganeso de los países miembros
del ALBA representan al menos 10% de las reservas mundiales.
Minerales no ferrosos y no metálicos (incluyendo oro, platino,
aluminio, litio, plata, cobre, boro, sal, azufre, fósforo, etc.)
están muy por encima de sus necesidades y pudieran satisfacer sus
propias exigencias por al menos dos centurias, de acuerdo a expertos
en la materia.
Lo mismo se puede mencionar de los recursos naturales claves para
el sostenimiento de la vida con calidad como reservas de agua dulce,
biodiversidad, bosques, llanuras de pastoreo y agricultura, en
cantidades apreciables, sin lugar a dudas, una base imprescindible
para sortear la peor crisis financiera y económica capitalista
mundial en los últimos 80 años.
Estas fabulosas riquezas fuera del control imperial neoliberal,
asi como el proyecto de soberanía, independencia y dignidad que
representa son las razones que hacen del ALBA blanco predilecto de
Washington y de la derecha continental, que no admiten este abierto
desafío a su dominio e intereses.
Es un hecho de que el ALBA nació a partir del resquebrajamiento
en América Latina y el Caribe, y en el mundo, del omnímodo poder
unipolar que EE.UU. amasó en el planeta a finales de la década de
los 80, tras el desmoronamiento de la URSS y del campo socialista de
Europa oriental.
Para el destacado intelectual norteamericano Noam Chomsky las
modalidades tradicionales "del control imperial —violencia y guerra
económica— se han aflojado. América Latina tiene opciones reales.
Washington entiende muy bien que esas opciones amenazan no sólo su
dominación del hemisferio, sino también su dominación global".
En este contexto muchos quizás no comprendieron del todo los
certeros pronósticos del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, quien
percibió mejor que nadie el despertar de los pueblos
latinoamericanos de la trágica pesadilla neoliberal y la inclinación
del péndulo a la izquierda.
Corrían los tiempos de los combativos foros de Porto Alegre y Sao
Paulo, de los encuentros de economistas contra una globalización
excluyente y de lucha contra el ALCA de La Habana, que sin
proponérselos se transformaron en plataformas desde las cuales los
pueblos se lanzaron a reconquistar un mundo mejor posible y
deseable.
En este sentido, la resistencia del pueblo cubano encabezada por
Fidel y Raúl, y la implementación de nuevos proyectos solidarios de
colaboración y asistencia en salud y educación de la acosada Isla
caribeña con el Tercer Mundo, muy especialmente con su entorno
inmediato geográfico, tuvo un valor incalculable.
De las cenizas del "Consenso de Washington", agotado hasta el
tuétano, emergió un nuevo mapa político en el subcontinente con la
irrupción de la Revolución bolivariana en Venezuela y los estallidos
sociales en Argentina, Ecuador y Bolivia, que sepultaron la
filosofía neoliberal y propiciaron el ascenso de nuevos gobiernos
progresistas y de izquierda en la región, que hoy están tomando con
éxito el poder de forma democrática, construyendo nuevos modelos o
incidiendo con mayor énfasis en las políticas basadas en la justicia
económica y social.
Así lo atestiguan Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia,
Nicaragua, Ecuador, Paraguay, Guatemala, El Salvador y que tiene su
más reciente expresión en el flamante y contundente triunfo
electoral en el balotaje de la coalición Frente Amplio en el Uruguay
y la arrolladora reelección este domingo por más del 60 % de los
votos del líder indígena Evo Morales para un nuevo mandato
presidencial en su patria.
Herido en su orgullo y en su poder, la neoconservadora
administración de George W. Bush acudió a casi todo su arsenal para
neutralizar la expansión de nuevas alternativas políticas y sociales
en América Latina por medio de golpes, sabotajes económicos, guerra
mediática, operaciones psicológicas, intervención electoral y un
incremento en la presencia militar.
Es en ese contexto en que se sitúa su prepotente decisión de
reactivar en mayo del pasado año su IV Flota, que no patrullaba
nuestros mares desde el fin de la Segunda Guerra Mundial,
desesperado paso dirigido a infundir temor al sur del río Bravo y un
intento de imponer respeto y orden en lo que considera su patio
trasero desde la Doctrina Monroe.
Pero el despertar del ALBA y de otras realidades políticas (léase
la creación de la Unión de Naciones Sudamericanas en mayo de 2008 en
Brasilia, la celebración de la Primera Cumbre sobre Integración y
Desarrollo de América Latina y el Caribe a finales del pasado año en
Costa do Sauípe, convocada por Brasil, sin la presencia de incómodos
invitados extrarregionales, y la incorporación de Cuba al Grupo de
Río), indicaban una inédita e imparable erosión del poder
estadounidense en estas latitudes.
Para la escritora y abogada venezolana-norteamericana Eva
Golinger, dedicada a la investigación sobre la injerencia de EE.UU.
en Latinoamericana, esas realidades trajeron de nuevo los golpes de
Estado a esta parte del planeta, que tuvo episodios dramáticos en
Venezuela en 2002 contra el presidente Chávez y en Haití en 2004
contra el presidente Jean Bertrand Aristide. "El primero fue
derrotado por una insurrección popular masiva del pueblo, y el
segundo logró secuestrar y derrocar a un presidente que ya no
convenía a los intereses de Washington".
En esa lógica se incluye el golpe de Estado militar contra el
presidente constitucional hondureño José Manuel Zelaya, promovido
por sectores de la extrema derecha estadounidense que tienen
determinadas fuerzas en la administración de Barack Obama.
Expertos de la política norteamericana reconocen que Washington
sólo ha respaldado la democracia cuando contribuye a sus intereses
económicos y estratégicos. A pesar de las iniciales expectativas,
esa política ha continuado bajo el gobierno de Obama.
El golpe contra el gobierno de Manuel Zelaya ha demostrado que
Washington y la derecha continental están dispuestos a retomar
medidas de fuerza para defender sus intereses de clase.
No por gusto despliega febrilmente, y a un costo de decenas de
millones de dólares, todo un sistema de más de una docena de bases
militares desde Centroamericana a Sudamérica, que otorgan a la Casa
Blanca la oportunidad única de desplegar operaciones de espectro
completo en la subregión, pues según su visión "está bajo amenaza
constante por las insurgencias terroristas financiadas por el
narcotráfico y los gobiernos antiestadounidenses".
De ahí que el ALBA este bajo ataque. La estrategia del "smart
power" (poder inteligente), que preconiza el actual presidente
norteamericano ha evidenciado que no se apartará de una política de
estado ya delineada de antemano. Lo ratifica el mantenimiento
intacto del bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba,
la continuación de los planes subversivos contra la Bolivia de Evo,
reacuérdese el motín separatista cívico-prefectural de 2008 que
intentó sacarlo del poder, la descarnada injerencia del embajador
norteamericano en los asuntos internos en la Nicaragua de Daniel
Ortega, y las arremetidas de la derecha contra el presidente
ecuatoriano Rafael Correa, que valientemente cerró la base militar
yanqui de Manta.
Nuestra América, y en especial los pueblos del ALBA, deben estar
atentos, vigilantes y preparados para hacer fracasar los designios
imperiales y asegurar así ese bello amanecer.