Mariana Grajales y Cuello

Unidad del alma cubana

EDUARDO TORRES-CUEVAS

El 26 de noviembre de 1893, hace 116 años, falleció en Kingston, Jamaica, Mariana Grajales y Cuello, la madre de los Maceo. ¿Qué tuvo esta mujer extraordinaria que ya en su tiempo histórico todos los patriotas cubanos le rendían tributo de admiración y respeto? Quizás sea nuestro José Martí, de lenguaje preciso, con tanta carga de corazón como de ideas quien, en un artículo publicado en el periódico Patria, del 6 de enero de 1894, define así lo que significó Mariana para los cubanos: "¿Qué, sino la unidad del alma cubana, hecha en la guerra, explica la ternura unánime y respetuosa, y los acentos de indudable emoción y gratitud, con que cuantos tienen pluma y corazón han dado cuenta de la muerte de Mariana Grajales, la madre de nuestros Maceo?".

Monumento con la tarja: A Mariana Grajales, madre de los Maceo, el pueblo de Cuba, situado en la Calle 23 entre C y D.

Durante todo el siglo XIX se llevó a cabo una ingente labor, en todas las esferas de la sociedad colonial, que permitió la siembra profunda del sentimiento de una identificación entre los cubanos a partir de las difíciles condiciones en que se desarrollaba la vida cotidiana del país. Una sociedad que, a grandes rasgos, podría definirse como esclavista, colonial, colonizada, con más del 90% de su población analfabeta, dividida en estamento estanco "fronteras raciales infranqueables", fuertemente represiva no solo en lo político, más aún, en lo social y en la cual la mujer no ocupaba ningún lugar visible de la sociedad, salvo el de "ama de casa" o de objeto de lujo o de placer.

Martí definió ese siglo como "un siglo de labor patriótica" y el filósofo José Manuel Mestre como el siglo en que se sembró "la idea cubana". Efectivamente, el siglo XIX había comenzado con la conspiración multirracial dirigida por el negro libre José Antonio Aponte y con la labor creadora de los padres fundadores del pensamiento cubano: José Agustín Caballero y Félix Varela y Morales. Entre los alumnos de Varela surgiría ese primer poeta que le cantó a la exhuberante naturaleza americana y a la independencia patria, José María Heredia: "porque no en balde entre Cuba y España tiende inmensas sus olas el mar". Otro que siempre se consideró discípulo de los padres fundadores lo fue José de la Luz y Caballero. Este, siguiendo una profunda idea vareliana, concibió a la escuelita cubana como la gran hacedora de Cuba. Han sido, en nuestra historia, los maestros de primaria los que han cultivado el sentimiento de amor patriótico y los de la secundaria los que han enseñado a pensar a Cuba. De José de la Luz y Caballero son estas dos ideas fundamentales: "para que Cuba algún día sea, soy yo maestro de escuela"; "tengamos el magisterio y Cuba será nuestra". Entre los maestros de escuela más reputados de la Cuba de mediados del siglo XIX estaban los maestros de la región santiaguera. El nombre de Juan Bautista Sagarra, como el de los Portuondo, brilla entre los más representativos del magisterio cubano.

Fueron tres los pilares en los que se formaron el sentimiento y el pensamiento cubanos: la familia, la escuelita y el medio social. Al revisar la historia del siglo XIX cubano, junto a esos pocos maestros de escuela, de escasos recursos y abundante amor, estuvo esa figura apenas estudiada, apenas conocida, que es la mujer cubana, madre, esposa, amiga, cómplice y de una ética cívica, de un estoicismo a toda prueba y de una cubanía expresada por todos los poros del cuerpo y con toda la intensidad de los sentidos. Estamos en deuda con ella, con las madres y las esposas de los mambises. La figura de Mariana sintetiza "esa unidad del alma cubana" que también compartieron otras madres cubanas.

Mariana fue madre en el hogar, y maestra recta y pulcra de la familia. Su encendido amor patriótico, que no era una idea abstracta sino la expresión de un modo de ser y la voluntad de ser de ese modo, le dio una autoridad moral, primero en la familia, y posteriormente, ante todo el movimiento independentista. Solo de pronunciar su nombre se hacía un silencio de respeto. Una anécdota contada por María Cabrales, la esposa de Antonio Maceo, a Francisco de Paula Coronado, en carta del 6 de mayo del 1897, refleja la personalidad de Mariana. El 12 de octubre de 1868, ya corría por Majaguabo la noticia del alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes. Entre los Maceo, comprometidos con el movimiento independentista, el entusiasmo los precipitaba a empuñar las armas. Aquella noche, en que Antonio ya ceñía a la cintura el machete libertador, Mariana, la madre, ante el espectáculo de los hijos que marchaban a la guerra "entró al cuarto, desprendió una efigie del crucificado que tenía y dice: de rodillas todos, padres e hijos, delante de Cristo que fue el primer hombre liberal que vino al mundo, juremos liberar la Patria o Morir por ella".

Durante la guerra, Mariana sirvió en los campamentos mambises, curando enfermos o heridos, o sirviendo en cualquier misión en que fuese necesaria su presencia. Cuenta Fernando Figueredo que alentaba a todos con su ejemplo, sus palabras y el dinamismo que desarrollaba a pesar de ser una mujer ya sexagenaria. La guerra le arrancó a hijos y a nietos. Entre los caídos, también estaba su inseparable esposo Marcos Maceo. Afirman que al morir este exclamó: "He cumplido con Mariana".

La historia tiene paralelismos inesperados. Es conocido el famoso cuadro de Eugéne Delacroix, La libertad guiando al pueblo, en que aparece una mujer con un gorro frigio (este gorro lo usaban, en la antigüedad, aquellos que fueron esclavos y que habían conquistado su libertad) y una bandera tricolor en el punto de avanzada de los revolucionarios que se enfrentaban a la tiranía del rey Borbón. Lo que es menos conocido es, que esa mujer es la imagen de una campesina francesa que se llamaba, precisamente, Mariana. Para el mundo entero Mariana es el símbolo de la Libertad. En nuestro país, una cubanísima Mariana, como guía espiritual, condujo, con el crucifijo en la mano, a la llamada "tribu heroica" a la conquista de la libertad o morir por ella.

Nuestra Mariana, símbolo de libertad, negra, campesina, mujer, es el símbolo de esa unidad patriótica que Martí consagraba. En carta a Antonio Maceo, del 15 diciembre de 1893, expresaba: "vi a la anciana dos veces, y me acarició como a un hijo, y la recordaré con amor toda la vida". A los 116 años de la desaparición física de Mariana Grajales y Cuello, la sentimos más presente; más necesaria. Estuvo en el corazón de los patriotas del 95 y en el de los trabajadores y campesinos de la República; en el de todos los que sintieron y amaron a Cuba.

Es digno de mencionarse un acto de osadía realizado en los años posteriores a la dictadura de Gerardo Machado. Este fue ejecutado, entre otras instituciones, por los masones cubanos que tenían, por entonces, como Gran Maestro al doctor Gabriel García Galán, pedagogo que se destacó por escribir obras de historia cubana para niños y jóvenes y por defender la enseñanza laica. García Galán presidió la comisión que costeó una expresiva y bien lograda estatua de Mariana Grajales abrazando a un joven como si le trasmitiera la fuerza patriótica nacida de la sinceridad de una madre amorosa, enérgica y valiente. Lo interesante es que la estatua le da nombre a un parque que está enclavado en el corazón mismo de la, por entonces, aristocrática barriada del Vedado, justo frente a lo que fue el Instituto de Segunda Enseñanza.

La impresionante y amorosa Mariana, la nuestra, la negra, la campesina, la madre, la corajuda patriota, es símbolo materno y nutricio del alma de Cuba, de sus ideas. De esa madre de la patria cubana, símbolo de todas las madres, uno de sus hijos, blanco y habanero, José Martí, dejó esta idea como un principio: "así queda en la historia, sonriendo al acabar la vida, rodeada de los varones que pelearon por su país, criando a sus nietos para que pelearan".

 

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