Durante todo el siglo XIX se llevó a cabo una ingente labor, en
todas las esferas de la sociedad colonial, que permitió la siembra
profunda del sentimiento de una identificación entre los cubanos a
partir de las difíciles condiciones en que se desarrollaba la vida
cotidiana del país. Una sociedad que, a grandes rasgos, podría
definirse como esclavista, colonial, colonizada, con más del 90% de
su población analfabeta, dividida en estamento estanco "fronteras
raciales infranqueables", fuertemente represiva no solo en lo
político, más aún, en lo social y en la cual la mujer no ocupaba
ningún lugar visible de la sociedad, salvo el de "ama de casa" o de
objeto de lujo o de placer.
Martí definió ese siglo como "un siglo de labor patriótica" y el
filósofo José Manuel Mestre como el siglo en que se sembró "la idea
cubana". Efectivamente, el siglo XIX había comenzado con la
conspiración multirracial dirigida por el negro libre José Antonio
Aponte y con la labor creadora de los padres fundadores del
pensamiento cubano: José Agustín Caballero y Félix Varela y Morales.
Entre los alumnos de Varela surgiría ese primer poeta que le cantó a
la exhuberante naturaleza americana y a la independencia patria,
José María Heredia: "porque no en balde entre Cuba y España tiende
inmensas sus olas el mar". Otro que siempre se consideró discípulo
de los padres fundadores lo fue José de la Luz y Caballero. Este,
siguiendo una profunda idea vareliana, concibió a la escuelita
cubana como la gran hacedora de Cuba. Han sido, en nuestra historia,
los maestros de primaria los que han cultivado el sentimiento de
amor patriótico y los de la secundaria los que han enseñado a pensar
a Cuba. De José de la Luz y Caballero son estas dos ideas
fundamentales: "para que Cuba algún día sea, soy yo maestro de
escuela"; "tengamos el magisterio y Cuba será nuestra". Entre los
maestros de escuela más reputados de la Cuba de mediados del siglo
XIX estaban los maestros de la región santiaguera. El nombre de Juan
Bautista Sagarra, como el de los Portuondo, brilla entre los más
representativos del magisterio cubano.
Fueron tres los pilares en los que se formaron el sentimiento y
el pensamiento cubanos: la familia, la escuelita y el medio social.
Al revisar la historia del siglo XIX cubano, junto a esos pocos
maestros de escuela, de escasos recursos y abundante amor, estuvo
esa figura apenas estudiada, apenas conocida, que es la mujer
cubana, madre, esposa, amiga, cómplice y de una ética cívica, de un
estoicismo a toda prueba y de una cubanía expresada por todos los
poros del cuerpo y con toda la intensidad de los sentidos. Estamos
en deuda con ella, con las madres y las esposas de los mambises. La
figura de Mariana sintetiza "esa unidad del alma cubana" que también
compartieron otras madres cubanas.
Mariana fue madre en el hogar, y maestra recta y pulcra de la
familia. Su encendido amor patriótico, que no era una idea abstracta
sino la expresión de un modo de ser y la voluntad de ser de ese
modo, le dio una autoridad moral, primero en la familia, y
posteriormente, ante todo el movimiento independentista. Solo de
pronunciar su nombre se hacía un silencio de respeto. Una anécdota
contada por María Cabrales, la esposa de Antonio Maceo, a Francisco
de Paula Coronado, en carta del 6 de mayo del 1897, refleja la
personalidad de Mariana. El 12 de octubre de 1868, ya corría por
Majaguabo la noticia del alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes.
Entre los Maceo, comprometidos con el movimiento independentista, el
entusiasmo los precipitaba a empuñar las armas. Aquella noche, en
que Antonio ya ceñía a la cintura el machete libertador, Mariana, la
madre, ante el espectáculo de los hijos que marchaban a la guerra
"entró al cuarto, desprendió una efigie del crucificado que tenía y
dice: de rodillas todos, padres e hijos, delante de Cristo que fue
el primer hombre liberal que vino al mundo, juremos liberar la
Patria o Morir por ella".
Durante la guerra, Mariana sirvió en los campamentos mambises,
curando enfermos o heridos, o sirviendo en cualquier misión en que
fuese necesaria su presencia. Cuenta Fernando Figueredo que alentaba
a todos con su ejemplo, sus palabras y el dinamismo que desarrollaba
a pesar de ser una mujer ya sexagenaria. La guerra le arrancó a
hijos y a nietos. Entre los caídos, también estaba su inseparable
esposo Marcos Maceo. Afirman que al morir este exclamó: "He cumplido
con Mariana".
La historia tiene paralelismos inesperados. Es conocido el famoso
cuadro de Eugéne Delacroix, La libertad guiando al pueblo, en
que aparece una mujer con un gorro frigio (este gorro lo usaban, en
la antigüedad, aquellos que fueron esclavos y que habían conquistado
su libertad) y una bandera tricolor en el punto de avanzada de los
revolucionarios que se enfrentaban a la tiranía del rey Borbón. Lo
que es menos conocido es, que esa mujer es la imagen de una
campesina francesa que se llamaba, precisamente, Mariana. Para el
mundo entero Mariana es el símbolo de la Libertad. En nuestro país,
una cubanísima Mariana, como guía espiritual, condujo, con el
crucifijo en la mano, a la llamada "tribu heroica" a la conquista de
la libertad o morir por ella.
Nuestra Mariana, símbolo de libertad, negra, campesina, mujer, es
el símbolo de esa unidad patriótica que Martí consagraba. En carta a
Antonio Maceo, del 15 diciembre de 1893, expresaba: "vi a la anciana
dos veces, y me acarició como a un hijo, y la recordaré con amor
toda la vida". A los 116 años de la desaparición física de Mariana
Grajales y Cuello, la sentimos más presente; más necesaria. Estuvo
en el corazón de los patriotas del 95 y en el de los trabajadores y
campesinos de la República; en el de todos los que sintieron y
amaron a Cuba.
Es digno de mencionarse un acto de osadía realizado en los años
posteriores a la dictadura de Gerardo Machado. Este fue ejecutado,
entre otras instituciones, por los masones cubanos que tenían, por
entonces, como Gran Maestro al doctor Gabriel García Galán, pedagogo
que se destacó por escribir obras de historia cubana para niños y
jóvenes y por defender la enseñanza laica. García Galán presidió la
comisión que costeó una expresiva y bien lograda estatua de Mariana
Grajales abrazando a un joven como si le trasmitiera la fuerza
patriótica nacida de la sinceridad de una madre amorosa, enérgica y
valiente. Lo interesante es que la estatua le da nombre a un parque
que está enclavado en el corazón mismo de la, por entonces,
aristocrática barriada del Vedado, justo frente a lo que fue el
Instituto de Segunda Enseñanza.
La impresionante y amorosa Mariana, la nuestra, la negra, la
campesina, la madre, la corajuda patriota, es símbolo materno y
nutricio del alma de Cuba, de sus ideas. De esa madre de la patria
cubana, símbolo de todas las madres, uno de sus hijos, blanco y
habanero, José Martí, dejó esta idea como un principio: "así queda
en la historia, sonriendo al acabar la vida, rodeada de los varones
que pelearon por su país, criando a sus nietos para que pelearan".