Cuando a finales de octubre pasado el embajador estadounidense en
Managua, Robert Callahan, se atrevió a calificar de precipitada e
indebida la decisión de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), que
permitirá al presidente Daniel Ortega presentar su candidatura a la
reelección en el 2011, la respuesta enérgica de los nicaragüenses no
se hizo esperar.
A la manifestación popular frente a la sede diplomática
norteamericana se sumaron los medios de prensa locales, en los que
podían leerse frases como "ese embajador yanki debe saber que no
está en una colonia de Estados Unidos" o "decimos a Callahan: somos
libres y soberanos y nos tienes que respetar". Este jueves quien se
equivocó con Nicaragua fue el Parlamento Europeo.
Los eurodiputados, conservadores y liberales, aferrados a la
visión colonialista de las viejas metrópolis, condenaron el fallo
del máximo tribunal nicaragüense, porque supone una "violación del
orden constitucional", y desde Estrasburgo, Francia, instaron a
Ortega a "respetar" la Carta Magna de su país. Por si fuera poco,
solicitaron a la Comisión Europea, que negocia un Acuerdo de
Asociación con América Central, que "recuerde" a Managua que "debe
respetar los principios del Estado de derecho, la democracia y los
derechos humanos". Son evidentes las ínfulas injerencistas frente a
un país pequeño, pero digno.
De estas "buenas intromisiones" está empedrado el camino al
infierno, y el pueblo de Sandino lo sabe bien. Prueba de ello son
las medallas al dictador Somoza, la hostilidad de Washington tras el
triunfo de la Revolución sandinista en 1979 y los 16 años de
privatizaciones y corrupción, en una nación secuestrada por el
neoliberalismo. Por entonces, el dedo acusador europeo no se dignó a
aparecer.
El rescate de una nueva Nicaragua volvió en el 2006 con Daniel
Ortega al frente, hecho realidad en la defensa de la soberanía y los
programas sociales del actual Gobierno sandinista. Europa que
respete: los nicaragüenses han demostrado de sobra que no necesitan
lazarillos.