Durante
diez días La Habana tomó forma teatral; la céntrica calle Línea, del
Vedado fue zona cardinal para que cientos de espectadores de todas
las edades acudieran a las propuestas dramáticas de compañías
extranjeras y nacionales, eventos teóricos, conferencias,
proyecciones audiovisuales y talleres desarrollados en el Trece
Festival de Teatro, acontecimiento que además de mantener intacto su
poder de convocatoria, demostró una vez más ser puente irremplazable
entre el diálogo y la interacción cultural.
El cruce de escenarios latinoamericanos y europeos dejó la
esencia emotiva del conocimiento hacia nuevas maneras de hacer y
concebir el teatro. Mientras grupos como Sala 420, de Argentina o la
Quimera de Plástico, de España, repitieron en nuestras tablas, otros
como el Teatro Estatal de Turquía, Boyokani Kyeseli, de Francia,
Teatro en el Blanco, de Chile y Comuna Baires, de Italia, llegaron
por primera vez a la isla con propuestas reveladoras del quehacer
contemporáneo. Las compañías participantes recibieron
reconocimientos del Consejo Nacional de las Artes Escénicas en cada
una de las funciones ovacionadas a teatro lleno.
Historias de amor, comedias, clásicos, mimo-clowns, danza,
narración oral y teatro de calle se repartieron en un total de 73
espectáculos cubanos y foráneos en distintas sedes que se
extendieron hasta Matanzas, Cienfuegos y Santa Clara. Desde el
horario matutino hasta pasada la medianoche el público pudo
disfrutar diariamente de la atmósfera festiva, plataforma de
intercambio y encuentros con actores, dramaturgos y teatristas que
esperemos retome la frecuencia bienal para beneplácito de todos.
Sin embargo, dos acotaciones se hacen necesarias, más allá de las
justificadas emociones dentro de las salas oscuras: la ansiedad a la
hora de entrar a los teatros llegó a convertirse en euforia y
agresividad en más de una ocasión. Si bien merece la pena la espera
y las largas colas para disfrutar de las puestas, no podemos dejar
que la indisciplina y la mala educación unida, en muchos casos, a
problemas organizativos empañen los nobles objetivos del evento.
Teatro hay para todos pero eso sí, con respeto a los que se suben en
el proscenio y regalan una obra que no puede ser interferida por el
tono de los teléfonos móviles ni por los flashes de las
cámaras. Aunque las restricciones en las salas deben hacerse más
frecuentes, la justificación no es el desconocimiento, somos un
pueblo culto y como tal debemos ser también educados.