El pueblo espera más del movimiento deportivo

OSCAR SÁNCHEZ SERRA
oscar.ss@granma.cip.cu

Cuba es uno de los países que gracias a la inmensa obra de la Revolución ha adquirido una vasta cultura deportiva. Sabe premiar la calidad del rival con el aplauso de sus graderías; tenemos un pueblo con profundos conocimientos del deporte y que se enorgullece de los éxitos de sus atletas, vive intensamente cada una de sus proezas y también sufre con sus reveses.

En el barrio tenemos el relevo, llevémosle el deporte.

Así de grande es la responsabilidad de las autoridades deportivas y eso que llamamos presión en nuestros deportistas, pues saben de los sentimientos que son capaces de generar en la población. No voy a justificar ni un ápice alguno de los últimos resultados competitivos que nos dejan vacía la caja de las emociones, entre otras cosas, porque como todo cubano amante del deporte, soy de los que no se conforman.

Sin embargo, estamos obligados a despojarnos de pasiones y analizar con realismo el deporte.

Tres elementos son claves en cualquier análisis: el profesionalismo y la comercialización es uno de ellos, sería un eufemismo supino separarlos; el segundo, estrechamente ligado al anterior, es el acelerado desarrollo de la ciencia y la tecnología. Y por último y más importante: ¿qué nos está faltando por hacer?

La comercialización o mercantilización no solo ha puesto precios exorbitantes a los deportistas, cuales mercancías humanas para darle vida y decisivo protagonismo al profesionalismo, sino que además ha cercenado las aspiraciones de medallas al 80% de la población mundial, pues solo el 20% rico tiene acceso a los modernos y carísimos implementos, a la construcción de las exigentes instalaciones y a los sofisticados recuperantes tan necesarios en los procesos de preparación, frutos todos de los adelantos científicos.

El jonrón está en un sólido movimiento deportivo.

Consecuencias: la migración deportiva prolifera y como toda migración, es del sur explotado al norte explotador; hay que ir a prepararse (entrenar), donde se levantan los majestuosos gimnasios; los gastos en medicamentos recuperantes, en implementos y prendas de vestir (uniformes) son cada vez mayores.

Solo algunos ejemplos: una bicicleta para las justas del velódromo sobrepasa los 8 000 dólares; vestir a un esgrimista y dotarlo de su arma alcanza los cuatro dígitos; equipar a un arquero (arco y flechas) o a un tirador, igual. Proporcionarle al judo un tatami demanda 6 000. Y todavía no le ha dado comida al atleta, ni los medicamentos específicos que requiere, ni construido los recintos casi galácticos para competir.

Estas son las realidades del mundo deportivo de hoy frente a un planeta con más de 1 000 millones de hambrientos que —y no es casual— también están concentrados en ese 80% que no puede aspirar a los grandes podios. Si no hay recursos financieros ni para garantizar la comida, cómo soñar con la gloria olímpica.

Cuba no está exenta de esa realidad, incluso, es atacada por ella. El profesionalismo se ha ensañado vestido de comercialización y ha querido disfrazar de migración económica el saqueo a varios deportes, sobre todo el béisbol. Hoy son grandes estrellas en las Ligas Mayores estadounidense no pocos peloteros que brillaron en las Series Nacionales y defendieron al equipo Cuba; arrancarlos de nuestros estadios no persigue mejorarlos económicamente, esa es el arma que usan, el objetivo es lacerar una de las mayores pasiones de nuestro pueblo.

¿RENUNCIAR O COMBATIR?

"Constituimos alrededor del 0,07% de la población mundial. No podemos ser fuertes en todos los deportes como Estados Unidos, que posee por lo menos 30 veces más población. Nunca podríamos disponer ni del 1% de las instalaciones y equipos de diversa índole, ni de los climas variados de que ellos disponen. Otro tanto ocurre con el resto del mundo rico, que posee por lo menos dos veces el número de habitantes de Estados Unidos. Esos países suman alrededor de mil millones".

Triunfos como este de 1976 nacieron en casa.

Así se expresó Fidel el 24 de agosto del 2008 en su Reflexión Para el Honor medalla de oro, justo un día después de concluir los Juegos Olímpicos de Beijing, y agregaba:

"El hecho de que participen más naciones y las competencias sean más duras es en parte una victoria del ejemplo de Cuba. Pero nos hemos dormido sobre los laureles. Seamos honestos y reconozcámoslo todos. No importa lo que digan nuestros enemigos. Seamos serios. Revisemos cada disciplina, cada recurso humano y material que dedicamos al deporte. Debemos ser profundos en los análisis, aplicar nuevas ideas, conceptos y conocimientos. Distinguir entre lo que se hace por la salud de los ciudadanos y lo que se hace por la necesidad de competir y divulgar este instrumento de bienestar y de salud. Podemos no competir fuera del país y el mundo no se acabaría por eso. Pienso que lo mejor es competir dentro y fuera, enfrentarnos a todas las dificultades y hacer un uso mejor de todos los recursos humanos y materiales disponibles".

Necesitamos rescatar la solidez del movimiento deportivo. Generar deporte como opción, valiéndonos de las más de 11 000 instalaciones construidas en todo el país (las que también hay que recuperar para el pueblo), de los más de 40 000 graduados de nivel superior y de las instituciones. Si no hacemos que el deporte aterrice en la población no llegarán las medallas. Y eso se logra poniendo los recursos humanos y materiales en el primer eslabón: si no logramos que se haga deporte en los barrios, en las escuelas, en los centros de trabajo, no volveremos a tener a los Juantorena, Stevenson, Sotomayor, Ana Fidelia, María C. Colón, Silvio Leonard, Linares, Kindelán, Pacheco o a los Dayron, Savigne y Mijaín López.

Las escuelas deportivas, tanto las de iniciación escolar como las de perfeccionamiento, son un paso superior, a las que se llega tras seleccionar de ese movimiento deportivo las mejores cualidades; si este no existe o es débil, la inversión en esos centros especializados caería en saco roto: no tendríamos una buena selección y mucho menos equipos nacionales de calidad.

Hoy achacamos a un resultado adverso la falta de roce internacional. Y claro, hay que competir, conocer al contrario, el escenario de lucha, es cierto, pero no se puede llegar al llamado fogueo con deudas, porque no beneficia, daña.

Si destináramos más energía (inteligencia y recursos) a prestigiar nuestras lides nacionales, a que las escuelas defiendan en una cancha de fútbol o baloncesto sus banderas, cada una con sus comisiones de embullo (padres, alumnos, maestros); si pensáramos en que cada salida al estadio de mi provincia es como si saliera a un campeonato mundial, estaríamos ganando en espectáculo para el pueblo, en preparar al relevo y en la necesaria calidad que puliríamos después en los topes previos a las grandes competiciones internacionales.

Hay que rescatar toda práctica deportiva, hasta la más simple, como las legendarias pruebas LPV, y poner en práctica, no en una frase manida, la aspiración de Deportes para Todos, que para Cuba desde el mismo triunfo de la Revolución fue concebida como un derecho del pueblo.

Empecemos por casa a sostener la gigantesca obra que hemos escrito, ese es el compromiso supremo del movimiento deportivo.

 

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