Desde hace 33 años Dora Lidia Garzón vive con un inmenso dolor
que crece por día, ante la impunidad del autor intelectual de la
voladura del avión cubano con 73 inocentes, entre ellos su hijo.
Esta madre de Santiago de Cuba se pregunta si morirá sin ver que
el terrorista de origen cubano Luis Posada Carriles pague por tantos
crímenes contra la humanidad y, en particular, el del seis de
octubre de 1976 cuando hizo explotar la nave que traía a la Patria
al equipo juvenil de esgrima.
Ese día, manifestó, le troncharon el futuro prometedor de José
Angel Fernández, llamado cariñosamente Pepin y de solo 19 años, pues
practicaba la especialidad de sable y estudiaba Ingeniería Mecánica
en la Universidad de La Habana.
Sobre Dora Lidia ya pesan 79 años, problemas de salud propios de
la edad y otros que llegaron desde que recibió la noticia del
sabotaje al avión.
Hoy martes su teléfono no para de sonar por las tantas llamadas
que recibe de aliento y solidaridad en esta triste jornada para
muchas familias cubanas.
El 11 de agosto de 1976 vio por última vez al más pequeño de sus
tres hijos, cuando retornó a la capital para continuar la
preparación con vistas a las competencias de octubre de ese año en
Venezuela.
Desde entonces vive con el recuerdo de sus fotos de niño y
adolescente, vistiendo su atuendo deportivo y con los recortes de
periódicos que reflejaron a las víctimas del sabotaje.
Esta madre sigue de cerca las noticias relacionadas con Posada
Carriles, el culpable de la muerte de su hijo, y no ve la hora en
que sea juzgado pues, asegura, son muchos los nombres que podría
involucrar en sus fechorías contra Cuba y eso no le conviene al
imperio yanqui.
El sufrimiento se mantiene hace más de tres décadas en esta
familia del Reparto Los Olmos que clama porque se haga justicia por
el crimen de Barbados.