Belkis Ayón (1967–1999) logró una marca visual indiscutible. Y
mucho más: la siembra de una inquietud para nada azarosa en la
pupila del espectador, que más que descifrar sus signos, se interna
en las tremendas interrogantes de una iconografía donde el mito
encriptado de la transfiguración revela más misterios que
claridades.
Especular lo que hubiera sido de esta artista que murió joven,
con apenas 32 años de edad, no viene al caso. En tan corto tiempo,
Belkis cultivó su arte con intensidad en el oficio y profundidad
prospectiva. Su obra no solo resulta ineludible sino es necesaria a
la riqueza de la visualidad cubana de nuestra época. Como lo
demuestra la exposición Nkame, desplegada desde septiembre
hasta el próximo noviembre en la tercera planta del Convento de San
Francisco, una de las instituciones emblemáticas del tejido cultural
de la Oficina del Historiador de la Ciudad.
El amor de su hermana, la doctora Katia Ayón, al preservar y
promover la obra de la artista, y el desempeño curatorial de
Cristina Vives, posibilitan al público confirmar desde la altura de
nuestros días los indiscutibles valores aportados por una creadora
que situó el arte del grabado en una dimensión particular.
Se exponen 83 piezas, muchas de ellas de gran formato, verdaderos
alardes técnicos que se corresponden con las ideas que Belkis quería
compartir con el espectador. Porque en la medida que pretendía
acercar el mito a la escala humana —como si la superficie habitada
por sus figuras fuera un espejo que facilitara el diálogo
escrutador— se hacía necesario agigantar las proporciones.
De seguirse el orden cronológico de realización de las obras,
observamos como Belkis fue depurando la expresión, desprendiéndose
de lo anecdótico, incluso de los asideros comunes a las usuales
interpretaciones simbólicas. La ambigüedad de género de sus figuras
contrasta cada vez más con la fijeza de la mirada. La narración da
paso a la enunciación y esta al enigma. Es ese hilo conductor el que
me parece más apropiado para captar la fuerza de la iconografía de
Belkis Ayón. Habrá quien, a partir de lo que aparentan las imágenes
y lo que se sabe de la experiencia vital de la artista, haga una
lectura sujeta a los códigos más visibles. Pero cuando se observa
con atención salta a la vista una fabulación mucho más abierta y
libre.
En esta muestra antológica resulta posible apreciar obras apenas
conocidas de esta creadora: sorprende su agudeza al captar las
esencias de una mitología poco frecuentada por el gran público, la
mitología Abakuá, ese culto originario de África de fuertes raíces
en la identidad cubana, a las que dota de una singular y turbadora
imaginería.
Su creación resultó premiada y reconocida en diversos espacios de
confrontación del arte contemporáneo. En 1993 conquistó el Encuentro
de Grabado de la Casa de las Américas y la Bienal Internacional de
Maastricht, en Holanda. Cuatro años después fue laureada en la
Bienal de San Juan, Puerto Rico. En los Estados Unidos concitó la
atención de los especialistas de importantes galerías al ser
invitada como artista residente.