Reservas en el jardín
Restituir la prestación de algunos servicios en
el Jardín Botánico Cupaynicú de Granma contribuiría a disminuir los
gastos presupuestados y acercar más al hombre al medio ambiente
Sara Sariol Sosa
GRANMA.— El Jardín Botánico Cupaynicú se situó entre los sitios
más visitados de este territorio durante el recién finalizado
verano. Miles de granmenses de todas las edades, —sin contar los
foráneos— disfrutaron de ese santuario vegetal de influjo sosegador
y al mismo tiempo educativo, conocieron de la existencia centenaria
de las especies de su bosque, de la amenaza que se cierne sobre
algunas variedades y de las infinitas propiedades medicinales de la
fauna local.
Muchos
visitantes desean volver a casa con alguna de esas especies exóticas
que reproduce el jardín. Fotos de la autora
Mas, un deseo les quedó insatisfecho a muchos de ellos durante
aquella excursión: no poder comprar y llevar a casa un ejemplar de
algunas de esas exóticas plantas.
La carencia de esa oferta se remonta a años atrás, desde el
momento en que la instalación, ubicada en la comunidad Los Mameyes,
en el serrano municipio de Guisa, pasó a ser unidad presupuestada
por el Estado y le vedaron de su objeto social la venta de plantas
con lo cual no solo respondía a una demanda popular, sino que
incrementaba los ingresos necesarios para sufragar parte de sus
gastos.
FRENO A LA CAPACIDAD DE GESTIÓN
Tal vez el ejemplo del Jardín Botánico Cupaynicú no sea el más
representativo para tratar el tan controvertido asunto de los
objetos sociales, motivo de incomprendidas estrecheces que nada
favorecen a la economía de las organizaciones productivas y de
servicios.
Una
mayor contribución de las entidades al fondo nacional, contribuiría
a que reparaciones necesarias como la del ranchón del Cupaynicú no
queden dormidas por tantos años.
Pero el caso de dicha unidad de ciencia y técnica sí puede
promover una reflexión sobre el efecto negativo que provoca el
excesivo paternalismo estatal; pues a esta entidad también las
disposiciones burocráticas le han constreñido la capacidad de
gestión.
En el colectivo de la institución, fundada el 22 de noviembre de
1981 con 104 hectáreas, nadie puede precisar en qué año esta dejó de
ser autofinanciada.
Diana Méndez Ginarte, segunda jefa de la instalación, explicó que
cuando la actual dirección asumió ya estaba aprobado el otro
esquema, pero algunos trabajadores y antiguos cuadros recuerdan que
antes esta era, en realidad, una unidad con tratamiento diferenciado
y flexibilidad para buscar ingresos.
De acuerdo con la información de Idanis López Tasé, una de los
seis especialistas, por aquel entonces realizaban labores de
jardinería a terceros a partir de contrataciones, aunque los
dividendos más favorables procedían de ventas a personas naturales
en una tienda dispuesta dentro del jardín (ahora inutilizada), así
como en expoferias y otros eventos donde comercializaban plantas en
macetas de barro.
Ese dinero —según Idanis—, contribuía a cubrir los gastos de
salario, mientras la instalación prosperaba y lograba acercar más al
hombre al mundo vegetal.
Eliminada tal actividad de su objeto social, los ingresos mínimos
generados hoy allí corresponden prácticamente solo al cobro de los
recorridos programados para los visitantes.
El jardín, tercero en importancia en Cuba y único enclavado en la
precordillera cárcica del histórico macizo montañoso Sierra Maestra,
puede por el contrario realizar ventas mayoristas. Mas,
prácticamente no las hace, en opinión de Diana Méndez, porque no las
solicitan los organismos, y la falta de un transporte impide salir
al encuentro de negocios de ese tipo.
Juan Ariel Quesada Pérez, con 17 años de trabajo allí, primero
como jardinero y ahora como guía, señala que la carencia de
transporte incide incluso en las colectas —reducidas a unas cinco
cada año— tan necesarias para incrementar y rehabilitar el
inventario vegetal.
"Es muy difícil por esa razón —agrega—, hacer búsquedas en lo
intrincado de la montaña, área de donde más debemos nutrirnos por
nuestra ubicación geográfica; en las pocas colectas del llano no
todos los especialistas pueden participar."
Otra gran preocupación del colectivo es la falta de una turbina
para el bombeo de agua. Desde que la existente se rompió varios años
atrás, los trabajadores con gran esfuerzo trasladan el agua en
recipientes desde el arroyo hasta las diversas y distantes áreas
botánicas.
Previo a la etapa vacacional la instalación experimentó la
reparación intensiva que requería desde hacía un considerable
tiempo, y por falta de la cual disminuyó la calidad de la atención
al público.
Después de siete años reiniciaron las ofertas gastronómicas de un
ranchón campestre de guano con capacidad para 80 comensales, fueron
reparados los viales internos, rehabilitados los senderos y
completada la señalización de la fauna, en tanto están pendientes,
además de las dificultades ya citadas, la terminación de una
panadería y de un aula para la investigación y la presentación de
materiales didácticos de corte ambientalista y científico.
¿ABANDONAR TOTALMENTE EL ANDADOR?
Muchos de los problemas arrastrados por el jardín en los últimos
años —con independencia de posibles factores subjetivos— tienen
relación con la innegable escasez de recursos que cada vez se
encarecen más, no solo por el bloqueo, sino también por las
complejidades de la economía mundial.
Sin embargo, habría que examinar en qué medida la instalación
pudo intervenir en el freno de su deterioro o en su mejoramiento y
buscar, como antes lo hacía, formas para tener participación en sus
ingresos monetarios.
Es lógico pensar que las mayores inversiones reciban respaldo
estatal, pero el colectivo también puede ocuparse de ciertos gastos
mediante recaudaciones derivadas de la venta de plantas o también de
flores, por citar otra actividad en la cual advierten
potencialidades los trabajadores. Se trata de no dejarlo todo en
manos del Estado.
En realidad, del objeto social de disímiles empresas han
desaparecido servicios importantes (vinculados por supuesto con su
misión esencial), mediante los cuales estas contribuían a engrosar
los fondos nacionales y a cubrir algunas de sus necesidades.
Ahora, de cara a una crisis global que obliga al Estado cubano a
hacer reajustes en significativos programas de beneficio social y
económico y recortes de los gastos presupuestados, valdría la pena
volver sobre el asunto.
Quizás muchas entidades, como el Jardín Botánico Cupaynicú, no
puedan soltar de golpe el andador o autofinanciarse plenamente, pero
sí quitarle un poco de presión al país, dejar de recibirlo todo por
la canalita y crear valores en bienestar propio, aprovechando de una
manera ordenada y eficiente, la capacidad de gestión y
profesionalidad de sus recursos humanos. |