Emoción y transparencia de Joaquín Clerch

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

 Foto: Otmaro RodríguezVeinte años después de que saliera de las aulas del Instituto Superior de Arte de La Habana, con el anticipo de un premio en el Concurso y Festival que por largo tiempo encabezó Leo Brouwer en nuestra capital, Joaquín Clerch es quizás el exponente más consistente a escala internacional de la escuela guitarrística cubana.

Ha sabido aprovechar un itinerario que lo ha llevado a constantes y exigentes presentaciones en Europa, un intenso ejercicio docente como alumno y maestro en Salzburgo y Dusseldorf, y una avidez artística e intelectual en la que esas experiencias dialogan permanentemente con su identidad.

De otro modo no hubiera sido posible una audición como la del último domingo, con la Sinfónica Nacional, en el Amadeo Roldán. Revisitar el Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo, con tan espléndidas imágenes sonoras y tan generosa entrega, solo se consigue cuando la madurez de los recursos técnico-expresivos se conjuga con una actitud creativa.

Fue tan rotunda la ovación del público, que Clerch volvió a proscenio para regalar Recuerdos del Alhambra, de Tárrega. El maestro Jesús Ortega comentó: "Hacía años que no escuchaba una versión de esta partitura tan transparente y exacta, lejos de esa manía de convertir los arpegios en el sonido de una metralleta".

En Aranjuez, la orquesta, conducida por Enrique Pérez Mesa, encajó en el estilo del solista, en una comunión agradecida.

Por cierto, Joaquín acaba de anotarse un éxito todavía no muy difundido entre nosotros: el merecimiento de uno de los premios Echo Klassic 2009, el más prestigioso galardón de la industria fonográfica alemana, por la grabación del álbum Classica cubana, para el sello MDG, junto al tresero Pancho Amat y la flautista Anette Maiburg.

La velada sinfónica del domingo estuvo dedicada a la música española, pues antes de Rodrigo se escuchó al imprescindible Manuel de Falla. Mas no fue una jornada muy feliz que digamos, pues le faltó contención expresiva a El sombrero de tres picos, y la probada solvencia lírica de Dayamí Pérez se vio disminuida en El amor brujo ante el volumen instrumental que sepultó su voz y una gestualidad performática que casi nadie entendió.

 

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