Veinte
años después de que saliera de las aulas del Instituto Superior de
Arte de La Habana, con el anticipo de un premio en el Concurso y
Festival que por largo tiempo encabezó Leo Brouwer en nuestra
capital, Joaquín Clerch es quizás el exponente más consistente a
escala internacional de la escuela guitarrística cubana.
Ha sabido aprovechar un itinerario que lo ha llevado a constantes
y exigentes presentaciones en Europa, un intenso ejercicio docente
como alumno y maestro en Salzburgo y Dusseldorf, y una avidez
artística e intelectual en la que esas experiencias dialogan
permanentemente con su identidad.
De otro modo no hubiera sido posible una audición como la del
último domingo, con la Sinfónica Nacional, en el Amadeo Roldán.
Revisitar el Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo, con
tan espléndidas imágenes sonoras y tan generosa entrega, solo se
consigue cuando la madurez de los recursos técnico-expresivos se
conjuga con una actitud creativa.
Fue tan rotunda la ovación del público, que Clerch volvió a
proscenio para regalar Recuerdos del Alhambra, de Tárrega. El
maestro Jesús Ortega comentó: "Hacía años que no escuchaba una
versión de esta partitura tan transparente y exacta, lejos de esa
manía de convertir los arpegios en el sonido de una metralleta".
En Aranjuez, la orquesta, conducida por Enrique Pérez
Mesa, encajó en el estilo del solista, en una comunión agradecida.
Por cierto, Joaquín acaba de anotarse un éxito todavía no muy
difundido entre nosotros: el merecimiento de uno de los premios Echo
Klassic 2009, el más prestigioso galardón de la industria
fonográfica alemana, por la grabación del álbum Classica cubana,
para el sello MDG, junto al tresero Pancho Amat y la flautista
Anette Maiburg.
La velada sinfónica del domingo estuvo dedicada a la música
española, pues antes de Rodrigo se escuchó al imprescindible Manuel
de Falla. Mas no fue una jornada muy feliz que digamos, pues le
faltó contención expresiva a El sombrero de tres picos, y la
probada solvencia lírica de Dayamí Pérez se vio disminuida en El
amor brujo ante el volumen instrumental que sepultó su voz y una
gestualidad performática que casi nadie entendió.