El sitio digital mexicano "Milenio.com" informó el lunes 7 de 
			septiembre que la línea fronteriza entre Estados Unidos y México 
			"experimenta una nueva faceta en sus crisis de seguridad ante el 
			creciente número de túneles y narcoductos construidos por el crimen 
			organizado para llevar o traer armas, dinero y narcóticos", devenida 
			una gran preocupación, calificada incluso por la administración 
			Obama como una "amenaza", según admitió el mayor John Smith, 
			encargado de las labores de ingeniería del Pentágono para combatir 
			el fenómeno, y dedicado de lleno a pensar en revertir "la ofensiva 
			subterránea del narco".
			El citado oficial, asignado a la Fuerza de Tarea Conjunta del 
			Comando del Norte (JTFN, por sus siglas en inglés), basada en Fuerte 
			Bliss, Texas, reconoció que "para nosotros, definitivamente, es un 
			problema creciente". De esa afirmación no queda la menor duda, si 
			nos atenemos al interés que el Departamento de Defensa y de 
			Seguridad Interna han propiciado al asunto, con la creación de 
			grupos de trabajo especiales; la asignación de millones de dólares a 
			las áreas de investigación e ingeniería, buscando una tecnología 
			capaz de detectar las redes de túneles, mientras destinan a 
			"cerebros militares" para intentar resolver el acertijo, y lidiar 
			una "batalla inteligente" con los ingenieros que se sospecha 
			trabajan del lado mexicano para las mafias.
			
			Mientras se incrementan las garitas, los efectivos de la Patrulla 
			Fronteriza y crece en profundidad y longitud el muro que separa a 
			los dos vecinos, la cifra de narcotúneles detectados por EE.UU., en 
			California, Texas, y especialmente en Arizona ha ido en ascenso: más 
			de 50 construcciones entre el 2008 y lo que va del 2009, "la cifra 
			más alta de la historia", según "Milenio.com". Aunque se han 
			detectado más de 1 000 desde el primer hallazgo en 1981, de acuerdo 
			con otras fuentes periodísticas mexicanas.
			Según cifras oficiales del gobierno de Estados Unidos solo en 
			Arizona fueron incautadas en el 2008 un millón de libras de 
			marihuana, superada por Texas donde se decomisaron 1,18 millones de 
			libras.
			Como era de esperar y siguiendo su receta militarista en la 
			guerra antidrogas, Washington también acude a sofisticadas máquinas 
			de radar conocidas como Sistema de Penetración Terrestre —utilizadas 
			en otras guerras perdidas en lejanos rincones del planeta—, pero 
			"toda esa tecnología no ha logrado detener la metástasis de túneles 
			fronterizos" que inunda de drogas a EE.UU. y de armas a México. 
			Es llamativo que no resulten ni las máquinas ni las neuronas, que 
			los satélites no alcancen a la profundidad de los narcoductos, 
			después de meses o años de "jugosa existencia", y que la psicosis de 
			los huecos provoque el desvelo del Comando del Norte. 
			Tanta alarma justificará en EE.UU., el desembolso millonario para 
			continuar la guerra e incrementar la vigilancia en la frontera 
			mexicana, tan preocupante desde el punto de vista migratorio para 
			las autoridades norteamericanas.
			Del otro lado del túnel, adonde llegan las armas, los 17 
			pacientes de una clínica de rehabilitación de adicciones en Ciudad 
			Juárez asesinados hace escasos días a sangre fría en plena 
			formación, se suman a los cerca de 13 000 mexicanos muertos por la 
			violencia de los cárteles del narcotráfico desde el 2003.
			De un lado y otro de la frontera se sabe que no bastan las armas 
			para detener la tragedia sangrienta que sigue incrementándose en los 
			dos países provocada por el poderoso negocio de las drogas. Si 
			gobiernos precedentes a la administración Obama gastaron más de 25 
			000 millones de dólares en políticas erráticas, muy criticadas 
			incluso en la última campaña electoral, por centrarse en el uso de 
			la fuerza y hacer caso omiso a la necesidad de recursos para la 
			prevención y la rehabilitación, hoy el desafío está latente. 
			Estrategias y tácticas fallidas, contra los mismos enemigos. Los 
			narcotúneles, como los florecientes negocios de la marihuana de 
			hidropónico, el uso de planeadores ultraligeros para sobrevolar el 
			extenso muro de contención fronterizo, el crecimiento del consumo de 
			drogas sintéticas y otras "novedades" del narcotráfico —tan 
			publicitadas por los monopolios de la información— tratan de imponer 
			el criterio de que la batalla es imposible de ganar, que las mafias 
			no tienen barreras ni frenos posibles. Peligrosa moraleja en tiempos 
			de crisis económico-financiera. 
			Quienes se llevan el dinero a sus bancos y se sienten blindados 
			en sus limusinas, duermen tranquilos en ciudades supervigiladas, 
			mientras la sangre corre por las calles mexicanas, colombianas u 
			hondureñas, y los satélites espías se hacen los ciegos.