Ramón Fonst
Un esgrimista excepcional
RAFAEL PÉREZ VALDÉS
rafael.p@granma.cip.cu
El
esgrimista Ramón Fonst, quien adquirió el mito de leyenda, falleció
hace hoy 50 años. Y la fecha no puede pasarse por alto...
Sus estocadas excepcionales lo llevaron a ensartar cuatro
medallas de oro y una de plata en Juegos Olímpicos, lo cual lo ubica
como el deportista latinoamericano más destacado de toda la
historia.
Nació en La Habana, el 31 de agosto de 1883, como hijo del
habanero Filiberto Fonst Branly, de ascendencia catalana y muy buena
posición económica, incluidas varias propiedades, y la bella Juana
Segundo Pérez, descendiente de vascos.
A los seis años se distinguía también por poseer unas piernas muy
largas, que le hacían aparentar más edad. Y crecía ya por días su
amor a la esgrima, unido a algunos conocimientos incipientes,
gracias a observar las faenas del padre, Filiberto, principalmente
en la sala de entrenamiento ubicada en el Paseo del Prado.
A Fonst el padre lo llevó a perfeccionar la esgrima a Francia,
con el galo Albert Ayat, quien llegara a poseer el título mundial en
espada, así como uno olímpico, y el italiano Antonio Conte. No hubo
casualidad en la selección: se escogió a representantes de las dos
mejores escuelas de este deporte.
Fonst, de niño, brilló en el boxeo francés (se utilizan puños y
pies). No es todo: en 12 meses ganó 64 medallas, 44 de ellas gracias
a una vista de águila en tiro de pistola, y las otras en espada y
carreras de ciclismo, según leímos en la muy interesante biografía
As de espada, de la ex esgrimista y periodista Irene Forbes.
UN ASALTO CONTRA... EL PADRE
Al regreso a La Habana, desde París, padre e hijo se encuentran
con opiniones diferentes en un tema decisivo: Ramón quiere asistir
como competidor a los Juegos Olímpicos de París’00. El padre lo
considera, a sus 17 años de edad, muy joven para un compromiso tan
exigente, y cree que ello puede llegar a afectarlo. Filiberto le
puso un reto: vencer a todos los maestros de armas cubanos, quienes
casualmente competían ese día. Y, como era de esperar, los derrotó;
pero entonces le surgió otro obstáculo no previsto:
—Ahora tienes que ganarme a mí —le dijo Filiberto.
Estuvieron combatiendo... ¡55 minutos! (decidido por un ataque en
riposta del jovencito).
En la final en la Ciudad Luz el desempate con el francés Louis
Perrée sería a un solo golpe. Los jueces no querían ver: tuvo que
darle tres estocadas, en lugar de una, para poderse convertir en
campeón olímpico. Se adueñó de otra medalla: la de plata en la
espada para maestros de esgrima (convocada solo en esa cita).
Cuando llegó a sus segundos Juegos Olímpicos, en general la
tercera edición de los mismos, en San Luis’04, donde fue el
abanderado de la delegación, ya tenía un nombre muy consolidado.
Ensarta tres medallas doradas, en las pruebas individuales de
florete y espada, y en la de por equipos de florete.
La felicidad de Fonst resultó, incluso, todavía más redonda:
logró lo que parece un récord verdaderamente imposible de borrar: 24
asaltos seguidos... sin ser tocado.
El 25 de enero de 1919, poco después de la muerte de su padre,
concretó el matrimonio con Herminia Anyaumat, demorado por los
compromisos deportivos. Esa relación dio lugar a su única
descendiente directa: Herminia Fonst Anyaumat (ya fallecida).
Fue un seguidor de las ideas de José Martí, y siempre partidario
de los intereses de su Patria. Cuando el golpe de Estado encabezado
por Fulgencio Batista, Fonst, aunque no explicó las razones, decidió
no proseguir como Comandante del Ejército.
La longevidad deportiva que mostró es merecedora de otro aplauso:
ganó medallas, en Juegos Centroamericanos y del Caribe, cuando
tenía... 54 años de edad. ¡Cómo amaba el deporte! |