IMÍAS, Guantánamo. — La primera referencia que escuché sobre
Felicio Leyva Leyva, lo exaltaba como ejemplo de lo que puede hacer
un hombre cuando su empeño y su vergüenza no sucumben ante las
dificultades ni lo espinoso de la tarea.
Después
vinieron otras reseñas: que su pequeña área agrícola se identificaba
con la cultura asiática y hasta con la árabe, por el espacio que
aprovechaba en una pronunciada pendiente y la forma piramidal de su
diseño, donde realzan las terrazas circulares que sembradas semejan
un caracol verde en el corazón mismo del semidesierto cubano.
El doctor en Ciencias Agrícolas Adolfo Rodríguez Nodals, jefe del
Grupo Nacional de Agricultura Urbana y Suburbana, no escatimó
epítetos para elogiar el sui géneris patio creado por las
manos de Felicio encima del afilado diente de perro, a escasos 300
metros del centro de la cabecera municipal.
Más de dos años de ruda labor, emprendida después de cumplir con
su jornada como custodio en la Industria de Materiales de la
Construcción, necesitó el resuelto imiense para conformar su obra.
"Mucha gente, cuando me veía ‘fajarme’ a pico y barreta contra el
diente de perro, y cargando la tierra al hombro, me dijo que estaba
loco, que trabajaba por gusto. Te juro que ni siquiera eso me
desanimó y que nunca me di por vencido, pues estaba seguro de llegar
a la meta final. Me animaron siempre las palabras de José Martí de
que la tierra sirve si el hombre sirve", relata Felicio.
"Fíjate si mi tierra sirve que en una pequeña área cultivo
cebolla, pepino, habichuela, remolacha, cilantro, melón, ají, frijol
caballero enano, calabaza, yuca y plátano."
Abundantes y vigorosos son los frutos de Felicio, tanto que ha
cosechado pepinos de cuatro libras y melones de 21. De sus cosechas
se benefician más de 40 integrantes de la familia y otras muchas
personas de la comunidad.
La calidad de sus productos la avalan las atenciones culturales,
el riego, la fertilización con humus de lombriz producido por él y
el control de plagas y enfermedades mediante la fumigación de un
preparado líquido a base de cáscara de yaba y hojas de árbol del nim,
guayuyo y yagruma morada.
Entre las perspectivas inmediatas del locuaz labriego está la
creación de un área de cultivo semiprotegido para la producción
básicamente de lechuga. Como cubierta no empleará malla importada,
sino guano de cocotero y palma real, que es más económico, más
factible de conseguir y renovar y se adecua mejor al entorno.
También trabaja por asegurar el agua de riego (muy escasa en
estos momentos) mediante un pozo distante a cientos de metros. Para
cubrir esa necesidad el Estado ya le vendió una turbina, ayuda que
Felicio agradece tanto como el aporte de Antonia Delgado, su esposa,
y de su yerno Carlos Romero, en la creación y atención de su patio.
Por el ejemplo que irradia Felicio, de 53 años, el Grupo Nacional
de Agricultura Urbana y suburbana le otorgó en el 2008 la condición
de productor Candidato a Referencia Nacional y hace unos días la de
Candidato a Excelencia.
Ostenta, además, el sello de Productor Agroecológico y goza del
reconocimiento de los lugareños y de todas aquellas personas que
perciben en sus logros el fruto del trabajo consagrado.