Es
indudable el sello auténtico que poseen las presentaciones de
DanzaAbierta, ese desorden de la mente que, como refería en una
ocasión Eugenio Barba, suscitan en los sentidos del espectador a
través de la totalidad del cuerpo y el pensamiento. Precisamente
cohesionando estos elementos, MalSon (mal sueño) —la última
pieza de la compañía— ha tenido la virtud de reconquistar el espacio
donde cuerpo, movimiento y visualidad confluyen en una obra
performática y discursiva, llevada a la escena del Teatro Mella bajo
la dirección de la bailarina española Susana Pous.
Concentrando su historia en un contexto propiamente cubano, la
coreógrafa recrea la memoria cultural a partir de un eje corporal
que se bifurca en una doble espacialidad dentro del escenario y en
una pantalla que proyecta, premeditadamente, el movimiento paralelo
de sus bailarines, cada uno de los cuales disfruta de espacios
protagónicos en distintos momentos del espectáculo. La vida de la
ciudad en áreas externas como el Malecón, el Capitolio y las calles
se mezclan con la representación que, al unísono y con un ritmo
distinto, acontece sobre una escenografía minimalista donde una
especie de bloque o caja gigante apuntala los movimientos de los
ejecutantes.
Sueños, desventuras, celos, egoísmos, deseos materiales,
prepotencias cotidianas son algunos de los componentes que vivifican
tres mujeres y dos hombres, a través de un lenguaje corporal
orgánico que recorre bailes tradicionales, pasarelas y una
gestualidad refinada y acrobática —como es el caso de la imitación
de títeres— que se aventura a la creación de posiciones y figuras
humanas, distintivas por la gracia y la firmeza de los danzantes de
la compañía fundada por Marielena Boán en 1988.
Con poco más de una hora de duración, el hilo narrativo de
MalSon que se desenvuelve dentro de un flujo cíclico e inquieto
a manera de pesadilla del cuerpo y de la mente, se sostiene también
en la sonoridad, elemento de excelente factura de X Alfonso que
incluye temas antológicos de Marta Valdés y El Jilguero de
Cienfuegos. El músico, quien al mismo tiempo creó las imágenes
proyectadas, lleva de la mano melodías experimentales, vibrantes y
quebradizas a tono con la progresión autónoma y transformadora de la
coreografía.
Aunque no es la primera vez que el elenco y X se juntan en la
creación —recordemos Made in Havana, de Norbert Servos—, la
combinación resulta nuevamente acertada, pretexto que valida la
conjunción del compositor y la Pous en ese territorio audiovisual,
dramatúrgico y coreográfico que distingue el trabajo de la autora de
Qué se puede esperar cuando se está esperando (2006).
Sin dudas, MalSon destapa las relaciones complejas entre
el organismo y el espíritu: el aparente desorden objetivo y
subjetivo que coexiste en ese mal sueño, alucinación o pesadilla
transfigurada en la geografía danzaria para prever, enjuiciar y
poner en funcionamiento las oscilaciones emotivas del espectador.