En aquella ocasión Vicente, muy joven, trabajó en Cándida,
de Bernard Shaw, en el papel del adolescente. Ese primer encuentro
me impactó y quedó registrado en mi memoria. Entonces no lo conocía
personalmente; ese fue mi primer encuentro con Vicente, lo vine a
conocer años más tarde. Después, como es natural, fui siguiendo su
trayectoria. Creo que en los años 50, que fueron también años de
intensa preparación intelectual en vista de un mañana que todavía no
parecía muy claro, Vicente se desempeñó no solamente como lo que
había sido en el principio, como un actor, como ese oficio en el que
resulta más cercano, sino también como un intelectual que estaba
interviniendo en el desarrollo del pensamiento teatral.
Quisiera subrayar esto último porque creo que uno de los rasgos
característicos del teatro que se empieza a desarrollar en Cuba a
partir de 1936 no fue solamente que ese teatro se remitiera a un
repertorio relacionado con la modernidad; no fue solamente que
transformara la posición escenográfica, que modificara el concepto
del trabajo del actor poniendo un énfasis en el ensayo, en el
aprendizaje de los textos, etc., sino creo que fue el hecho de que
se empezara a desarrollar, aunque no tuviera ese nombre, un
pensamiento teatral por distintas vías.
Primero llegó por el vínculo con intelectuales que no venían
propiamente de la escena, por la fundación de los primeros núcleos
dedicados a la enseñanza, como fue la Academia de las Artes
Dramáticas, como lo fue también el Seminario en la Universidad de La
Habana, sino que esta búsqueda de un pensamiento teatral se formuló
algo que creo debe ser subrayado con mucha fuerza: la publicación de
una revista patrocinada del teatro como fue la revista Prometeo.
Menciono todo esto porque también en este sentido del desarrollo
de un pensamiento teatral, vinculado, desde luego, a una praxis
concreta, interviene de una manera notable Vicente.
Él viajó a Europa y allí se impregnó de las enseñanzas de
Stanislavski, que empezaban a difundirse y a aplicarse, pero se
impregnó también de un conjunto de ideas relacionadas con el teatro
que iban más allá de los problemas de la actuación y de la
dirección. Se referían, por una parte, a la necesidad de vincularse
a un público, una concepción dialógica de un teatro que se relaciona
con un espectador, y además, otro elemento importante que venía de
la Europa de aquellos años era la necesidad de articular las
concepciones del teatro a una concepción del mundo, a una concepción
de la realidad.
Este pensamiento teatral tuvo un núcleo en la Sociedad Cultural
Nuestro Tiempo, de la que se ha hablado bastante y se ha publicado
alguna que otra antología, pero además de ser el refugio y el ámbito
de proyección de los jóvenes intelectuales de izquierda en aquellos
años 50, fue también un espacio de reflexión y en la medida de lo
posible, teniendo en cuenta la precariedad de los recursos, de
creación.
Como sabemos de ahí surgió, por una parte, El Mégano, pero
también circulaban, con los recursos mínimos —utilizando un medio de
reproducción que ya las nuevas generaciones no conocen: el
mimeógrafo—, algunas de las ideas que estaban animando el teatro.
Sin duda, este conjunto de factores, en los que Vicente participa
como actor y como pensador, van a cristalizar en la fundación de
Teatro Estudio. Este fue el resultado tangible de todo este proceso
que implicaba de una parte una reflexión teórica conceptual, nunca
abstracta, y por otra, una reflexión sobre la realidad cubana, las
circunstancias concretas de este país y sus necesidades.
Teatro Estudio surge en 1958. Aparece por primera vez un grupo
teatral con una concepción que implicaba todos estos fenómenos, y
que implicaba además una concepción diferente de lo que debía ser la
formación de un actor. Influían, desde luego, el método Stanislavski
y los recursos que debía emplear un actor desde el punto de vista
técnico, pero también la formación intelectual. Esa convergencia,
que fue un poco una utopía personal, fue lo que intenté llevar a
cabo en la Facultad de Artes Escénicas, a pesar de que nuestro amigo
Eugenio Barba me dijo que eran "ilusiones vanas". Pero creo que sí
es algo que hay que seguir defendiendo.
Teatro Estudio tiene su momento de verdadera explosión en los
primeros años después del triunfo de la Revolución. Vicente, que
había sido uno de los que trajo de la mano a Stanislavski, recuerdo
que introduce otra bomba de profundidad: El alma buena de Se-Chuan,
algo que desconcertó a todo el mundo, puesto que Brecht estaba
planteando algo totalmente diferente.
Hay que reconocer que el introductor de Brecht en Cuba fue
Vicente Revuelta, que se lanzó —ha sido algo que ha ocurrido muchas
veces en su vida— al vacío sin tener determinadas referencias, pero
quedó allí uno de los clásicos de Bertolt Brecht. Después de eso
cogimos la "fiebre brechtiana", como siempre nos sucede, una especie
de paludismo que sufrimos cada vez que nos entran algunas ideas
nuevas. Recuerdo discusiones infinitas sobre el distanciamiento, que
nadie sabía a ciencia cierta qué cosa era, a pesar de todos los
teóricos que vinieron de todas partes.
Vicente tiene entonces una extraordinaria trayectoria que va
desde estos días inaugurales hasta el gran éxito de Pepe Triana en
La noche de los asesinos, que iba a anunciar otro salto en el
vacío, otra aventura, que fue la de Los Doce, también en este caso
anunciándose a muchas cosas que llegarían más tarde.
No quiero repetir los logros de las obras de Vicente, ni volver
sobre terreno conocido, que muchas otras personas conocen mejor que
yo. Quiero decir que Vicente, además de ser el animador de la
permanente renovación del pensamiento teatral, acompaña todo esto
con una extraordinaria vocación de maestro. Un maestro que no ha
tenido esa práctica oficializada, pero que en realidad ha ejercido
ese oficio durante buena parte de su vida.
Recuerdo que una vez Vicente me dijo que él creía en el principio
oriental de que cada maestro encuentra, no busca, a su discípulo, y
que cada discípulo escoge a su maestro. Hay decenas de actores que
pasaron en algún momento por Teatro Estudio, que han reconocido
explícitamente lo que le deben a Vicente.
En este sentido, tuve una experiencia particular, puesto que en
los años 80 invité a Vicente a que fuera profesor de un grupo de
estudiantes en el Instituto Superior de Arte (ISA). Seguí de cerca
ese trabajo, pasionalmente también, y conversaba con Vicente para
saber cómo le iba. Me impactaron estas imágenes que no he olvidado:
Se presentó tres meses después de hacerse cargo del grupo, en la
Casona de Línea, y realmente quedé fuertemente impactada por el
salto de desarrollo que habían tenido esos muchachos en un tiempo
tan corto. Detrás de eso estaba toda la sabiduría de un magisterio
que intenta trabajar no con la mente, con los elementos de la
representación, sino con la formación orgánica de los estudiantes de
actuación.
Pienso, me atrevo a decirlo, que en estos años de formación,
Vicente subía la parada y llegaba el momento en que él exigía y no
todos podían atravesar por ese camino emprendido. Imagino que ese
conflicto entre el proyecto y la realización, entre el deber ser y
el ser, es algo que siempre ha perseguido a Vicente Revuelta.
En aquel momento, precisamente porque los discípulos buscan y
escogen a su maestro, fue cuando Vicente empezó a trabajar en una
relectura de Brecht. Quiso hacer algunos espectáculos con
estudiantes en la sala Hubert de Blanck. Quizá no todos sus alumnos
de actuación respondieron en aquel momento; sin embargo, sí
vinieron, como las abejas acuden a un panal, un buen número de
estudiantes de teatrología y de dramaturgia que se hicieron, por lo
menos coyunturalmente, actores, pero que a través de Galileo,
creo yo, tuvieron una experiencia de aprendizaje mucho más profunda:
la de vivir desde dentro la creación teatral de una manera esencial.
¿Cuál era el tempo y el diálogo que podía establecerse entre un
texto paradigmático; una realidad histórico-concreta: la de su
presente, y un público específico: el de los jóvenes coetáneos de
esos estudiantes de actuación y de teatrología? Vicente venció todo
eso, lo que significa que su presencia es ineludible en el teatro
cubano y también en la cultura cubana del último milenio. Él es, sin
duda, uno de sus protagonistas desde muchos puntos de vista, aunque
no siempre se le haya escuchado y se le haya entendido.