Con la grave crisis económica actual, las primeras medidas de
reajuste que adoptan los gobiernos en muchas partes del mundo para
amortiguar el golpe afectan directamente a la población; de ahí la
preocupación de organismos internacionales sobre el peligro de
violencia social.
En la nación cubana, por el contrario, se está apelando a toda la
sociedad para hacerle frente al impacto negativo de la contingencia
económica y financiera en la búsqueda de que todos aportemos
respuestas a las principales prioridades que son la producción
alimentaria y el ahorro, mientras el Estado revolucionario adopta
decisiones para impedir el deterioro de los programas sociales
fundamentales, como la educación y la salud, sostener el empleo y
garantizar por igual a cada ciudadano en la canasta básica las
calorías, proteínas y grasas imprescindibles.
Por estos días transcurren numerosos análisis tensos dentro de
todo el aparato gobernante que llevarán adelante reajustes
inevitables y que no serán fenómenos insuperables si, junto al
incentivo de la movilización ciudadana, logramos que la actividad
empresarial haga una revisión a fondo de sus inventarios, sepamos
con cuáles reservas contamos para trabajar con lo que tenemos
durante el resto del año y así evitar las importaciones, y si toda
la actividad presupuestada toma conciencia de que en cada centro de
trabajo debemos luchar contra las tendencias al derroche.
Es una cuestión de principios no gastar más de lo que se ingresa,
de la misma manera que resulta impostergable aplicar las medidas ya
analizadas con anterioridad para emprender el programa de
sustitución de importaciones, así como trabajar contra el derroche y
la improductividad, porque no vamos a poder importar todas las
materias primas, equipos y bienes de consumo que necesitamos y que
quisiéramos tener, de la misma manera que tendremos que reajustar
las enormes erogaciones en combustibles y alimentos.
Porque una de las cuestiones que más demanda la difícil coyuntura
económica es que enfrentemos esa mentalidad gastadora que tienen
muchos compañeros en el país y que la mayor parte de las veces no se
preguntan cuánto cuestan las cosas.
Por ejemplo, hablamos del ahorro de energía en centros de
trabajo, escuelas, en zonas residenciales; es una cuestión de que
todos nos preguntemos qué vamos a hacer en cada lugar para hacerle
frente a este asunto, porque el ahorro se convierte en una
trascendental fuente de ingresos. Generar un kilowatt de
electricidad, digamos, le cuesta al país en este momento entre 14 y
16 centavos de dólar. Entregarle fluido eléctrico a una vivienda
promedio, que consuma 200 kilowatt al mes, es una demanda de gastos
de poco más de 30 dólares mensuales y la Isla tiene unos tres
millones de viviendas. Ni hablar de lo que cuestan los sobreconsumos
industriales, en grandes servicios o plantaciones agrícolas con
sistemas de riego electrificados.
Hay muchas otras cosas que expresan esa mentalidad millonaria.
Como botón de muestra señalemos el asunto de los neumáticos. Tenemos
las plantas de recape que pueden entregar 70 000 unidades con
garantía para no menos de 30 000 kilómetros de recorrido cada una.
Sin embargo, no se hace uso de esa potencialidad, es subestimada.
Muchos compañeros quieren gomas nuevas y, por consiguiente, no
piensan que eso significa el gasto de decenas de millones de dólares
para importarlas, cantidades de divisas de las cuales no se
dispondrán en lo inmediato.
Es evidente que tenemos reservas. Ahora, todo depende de la
filosofía sobre cómo trabajamos y priorizamos la producción. Porque
aunque parezca un juego de palabras no es lo mismo seguir teniendo
los problemas encima que ponernos encima de los problemas y combatir
resueltamente la falta de exigencia, la falta de disciplina.
La vida nos ha demostrado en múltiples ocasiones que no son los
mecanismos espontáneos los que facilitarán soluciones reales, sino
el trabajo a conciencia y la participación, desde el más simple
trabajador hasta el administrador del centro o director de la
empresa, pasando por los distintos niveles hasta llegar incluso a
los puestos de dirección de cada ministerio.
Es una realidad que en esta situación especial tan solo con
combatir las indisciplinas que tenemos, exigiendo que se haga lo
establecido, cada cual cumpliendo con lo que le compete, se notará
enseguida un mejoramiento como ya se aprecia en la disminución del
consumo de energía.
La economía nacional requiere que la exigencia por la
planificación, por lo que nos comprometimos a realizar, deje de ser
una formalidad y una constante justificación de los errores que
luego significan cuantiosas pérdidas para el país.
Allí donde las colectividades de trabajadores actúan con
pasividad es donde más se diluyen las responsabilidades, donde más
se gasta o se desvían los recursos materiales y financieros, porque
no hay exigencia o presión sobre los que administran; es allí donde
siguen pidiendo cosas para gastar y gastar y favorecer el
despilfarro o continúan creciendo en los inventarios e inmovilizan
recursos, lo cual en estas circunstancias es un daño agravado.
Nuestro problema ahora es saber trabajar mejor en la situación
presente, promover la iniciativa y el interés de todos por sacar
adelante a la nación en las excepcionales condiciones que vivimos y
hacerlo con mayor exigencia y disciplina en estas difíciles
circunstancias.
Podemos hacerlo, porque nada sustituye la vergüenza de nuestra
gente.