Tengamos en cuenta que la notación musical ha variado, que la
mayor parte de la música se hacía y no se componía,
que no existían estrictos patrones de interpretación como los que
con el tiempo se han venido fijando mediante la transmisión
académica. Ese mismo vivir entre la seguridad de un mecenazgo y la
transhumancia de los caminos, entre encargos cortesanos y del propio
espíritu, determinó lealtades y libertades que a la altura de
nuestros días se tornan hasta cierto punto indescifrables en
términos de sonido.
De ahí que me haya animado, tanto como se observó en el nutrido
público que colmó el sábado la Basílica Menor de San Francisco, a la
vera de la Avenida del Puerto habanero, el carácter que imprimen a
la música antigua los integrantes del conjunto alemán Rayuela,
presente en la Isla con motivo de las Jornadas Culturales de la
nación europea, coordinadas por el Ministerio cubano de Cultura, la
Oficina del Historiador de la Ciudad y el Instituto Goethe.
Rayuela contó a su favor con el conocimiento previo del auditorio
capitalino. Junto al conjunto Ars Longa había compartido —como lo
harán mañana martes a las 7:00 p.m. en la Iglesia de Paula — durante
el festival Esteban Salas que tiene a la agrupación dirigida por
Teresita Paz como anfitriona.
En realidad estos músicos alemanes reinventan el pasado. Con
instrumentos de época —flautas de pico de diversas dimensiones,
torba, viola de gamba, guitarra barroca, clavicémbalo y guitarra
barroca— imaginan cómo los ingleses Thomas Simpson, John Dowland,
Henry Purcell y Robert Johnson y su compatriota Carl Friedrich
Weidemann hubieran concebido sus chaconas y arias, sus alemandas y
baladas si les fuera dado adelantarse en el tiempo hasta encontrar
un mundo donde la música de concierto obedece a un ritual
comunicativo pactado por la Modernidad.
Esa invención de estilo y sonido llega incluso a contaminar
felizmente la interpretación de una de las sonatas del francés
Joseph Bodin de Boismortier quien sentía pasión por el tejido
polifónico de las flautas, instrumentos a los que legó partituras
significativas en la primera mitad del siglo XVIII.
Quizá por cercanía espiritual, las raciones más efusivas del
público habanero acontecieron cada vez que, como parte de las suites
de William Young y Biagio Marini, Rayuela interpretó aires de
zarabanda, danza que a todas luces comenzó su viaje en tierras del
Nuevo Mundo antes de conquistar las almas barrocas europeas.