Entonces abonábamos 20 centavos por viajar en "camello"; 40, si
era en ómnibus. Precios asequibles, prácticamente simbólicos, si
pensamos en los costos de combustibles, piezas de repuesto,
neumáticos, baterías¼ , lo imprescindible
para hacerlos rodar.
No faltaba el pícaro que dejaba caer botones, arandelas y hasta
monedas extranjeras. Injustificable. Pero, al menos, al hacer el "paripé",
mostraba conocimiento de su obligación de pago.
En los últimos años el parque de ómnibus ha crecido,
fundamentalmente en las populosas Ciudad de La Habana y Santiago de
Cuba. Millones de dólares se han invertido en la recuperación del
transporte público.
Ahí están los Yutong, los Liaz, los Kinlong —algunos articulados,
otros rígidos— que solo en la capital transportan alrededor de un
millón de personas cada día. A pesar de ser nuevos y confortables,
el precio del pasaje se mantuvo en los 40, ni un kilo más. Entonces,
¿por qué no pagamos el servicio que disfrutamos?
No son pocos los que evaden tal obligación, a pesar de la
exigencia de los choferes. Subir por las puertas traseras no es
sinónimo de viajar gratis. ¿Cuesta tanto acudir a la solidaridad de
otros pasajeros para hacer llegar a la alcancía los centavos del
pasaje? No hablemos de olvido, de "bastante trabajo me costó
cogerla", de "no tengo menudo"¼ que solo
indican desidia e indolencia.
Puede que un día no tengamos el dinero completo a mano; pero, lo
que para algunos es casual, para otros se ha convertido en hábito. Y
luego exigimos el servicio¼ ¿financiado
por quién?
La Dirección de Transporte ha hecho coordinaciones con otros
organismos, como el Banco y Comercio y Gastronomía, para que en sus
unidades pueda el viajero fraccionar dinero. Aunque en la práctica
el mecanismo todavía adolece de fallas, la falta de menudo no debe
convertirse en justificación. ¿A alguien se le ocurriría ir al
agromercado sin dinero, entrar al cine o al teatro sin el
correspondiente ticket, mandar a reparar un efecto electrodoméstico
sin luego abonar el precio del servicio?
Sustituir la alcancía por otras formas de cobro del pasaje —por
ejemplo, un boleto prepagado— que permita "bajar" el dinero de la
guagua, sería a nuestro juicio la respuesta más efectiva al
problema. Solución que, según los especialistas, conlleva una
elevada inversión de recursos, algo que no resulta factible ejecutar
actualmente en el país, que sufre, como todos, la crisis económica
global.
En cualquier parte del mundo evadir el pago del pasaje es
condenado con la imposición de una multa, cuya cuantía multiplica
varias veces el precio de este. Regulaciones similares, también
tenemos y valdría la pena hacerlas cumplir.
"Hay que tocarles el bolsillo a los infractores", he escuchado
decir a más de una persona. Vale. Pero mejor hagamos que las monedas
toquen las alcancías, para finalmente llegar a su destino, por el
bien de todos.