Monedas que no llegan

Lourdes Pérez Navarro

Aun en los años más críticos del periodo especial, cuando abordar una guagua era literalmente una proeza, la gente pagaba el pasaje. Y si montaban por la puerta trasera generalmente pasaban las monedas, de mano en mano, hasta el "canguro" del conductor o la barriga de la alcancía.

Foto: Yordanka AlmaguerEs obligación del pasajero depositar el dinero en la alcancía y del chofer, exigirlo.

Entonces abonábamos 20 centavos por viajar en "camello"; 40, si era en ómnibus. Precios asequibles, prácticamente simbólicos, si pensamos en los costos de combustibles, piezas de repuesto, neumáticos, baterías¼ , lo imprescindible para hacerlos rodar.

No faltaba el pícaro que dejaba caer botones, arandelas y hasta monedas extranjeras. Injustificable. Pero, al menos, al hacer el "paripé", mostraba conocimiento de su obligación de pago.

En los últimos años el parque de ómnibus ha crecido, fundamentalmente en las populosas Ciudad de La Habana y Santiago de Cuba. Millones de dólares se han invertido en la recuperación del transporte público.

Ahí están los Yutong, los Liaz, los Kinlong —algunos articulados, otros rígidos— que solo en la capital transportan alrededor de un millón de personas cada día. A pesar de ser nuevos y confortables, el precio del pasaje se mantuvo en los 40, ni un kilo más. Entonces, ¿por qué no pagamos el servicio que disfrutamos?

No son pocos los que evaden tal obligación, a pesar de la exigencia de los choferes. Subir por las puertas traseras no es sinónimo de viajar gratis. ¿Cuesta tanto acudir a la solidaridad de otros pasajeros para hacer llegar a la alcancía los centavos del pasaje? No hablemos de olvido, de "bastante trabajo me costó cogerla", de "no tengo menudo"¼ que solo indican desidia e indolencia.

Puede que un día no tengamos el dinero completo a mano; pero, lo que para algunos es casual, para otros se ha convertido en hábito. Y luego exigimos el servicio¼ ¿financiado por quién?

La Dirección de Transporte ha hecho coordinaciones con otros organismos, como el Banco y Comercio y Gastronomía, para que en sus unidades pueda el viajero fraccionar dinero. Aunque en la práctica el mecanismo todavía adolece de fallas, la falta de menudo no debe convertirse en justificación. ¿A alguien se le ocurriría ir al agromercado sin dinero, entrar al cine o al teatro sin el correspondiente ticket, mandar a reparar un efecto electrodoméstico sin luego abonar el precio del servicio?

Sustituir la alcancía por otras formas de cobro del pasaje —por ejemplo, un boleto prepagado— que permita "bajar" el dinero de la guagua, sería a nuestro juicio la respuesta más efectiva al problema. Solución que, según los especialistas, conlleva una elevada inversión de recursos, algo que no resulta factible ejecutar actualmente en el país, que sufre, como todos, la crisis económica global.

En cualquier parte del mundo evadir el pago del pasaje es condenado con la imposición de una multa, cuya cuantía multiplica varias veces el precio de este. Regulaciones similares, también tenemos y valdría la pena hacerlas cumplir.

"Hay que tocarles el bolsillo a los infractores", he escuchado decir a más de una persona. Vale. Pero mejor hagamos que las monedas toquen las alcancías, para finalmente llegar a su destino, por el bien de todos.

 

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