He tenido la impresión de que, al realizar El vigoroso trazado
(Editorial Capiro, 2008), Bertha Caluff se arriesgaba a la
observación escrupulosa de mucho de aquello que tenía ya visto.
Observar ante testigos, debo añadir, que es una de las razones de la
poesía.
Ese repaso no alberga una soberbia. La voz que se atreve a decir
las cosas otra vez es, de facto, una voz nueva. Y como no hay
escritos más personales que los del poeta, uno cae en el peligro de
figurarse un despertar o un regreso. Bertha Caluff (Santa Clara,
1964) suele partir de una tirante relación con la palabra. Digo
tirante porque me parece —de libros anteriores— que es el suyo uno
de los no muchos casos en que se tiene conciencia del vigor de cada
término, lo que es ya una tentación. Ahora, dando la preferencia al
tono comedido, se permite algunas conclusiones colosales en un
ámbito aparentemente personal.
Eso, claro, si nos dejamos llevar por las convenciones, entre las
que estaría leer ese pórtico titulado "A manera de prólogo" como un
prólogo. Sin embargo, oteando más allá de la obligación de dejar
constancia, se percibe una delicadeza hecha no solo a base de
mesura.
Porque tan importante (al menos) como saber que quien dice estos
versos ha alcanzado un convencimiento acerca de muchas cosas, lo es
intuir (al menos) que ha conseguido, también, una notable cota
estética. Las pequeñas piezas de El vigoroso trazado parecen
pulimentadas por una nobleza que viene de saber resistir. Es esta
una afirmación con poco de filología y con algo de impresionismo,
pero se sabe que un buen manojo de versos nos autoriza —o nos
conmina— a ser poco calculadores. Dividido en seis secciones que
superan juntas las dos centenas de páginas, el libro de Bertha
Caluff guarda un raro paralelismo entre inspiración y certeza, entre
experiencias palpadas y experiencias del espíritu.
Esa misma propensión a ser categórica es como un alegato de
trabajo, de que se ha prestado demasiada atención a las cosas. Si
fuésemos a dar por bueno —repito— el aserto de que estos trazos son
resultado de una dura travesía, podríamos hacer que la lectura
dependiera de dictados anteriores. Si ejercemos por un momento el
derecho a leer a cuenta y riesgo personales, llegaríamos, quizás por
caminos más espinosos, a similares asombros ante esos adagios
taciturnos, ante piezas cuya intensidad es frágil y tumultuosa.
Por causa de alguna asociación intuitiva, recordé, leyendo los
poemas de Bertha Caluff, una frase de Nicolás Gógol que reza así:
"Sufrimos, sobre todo, debido a nuestra torpeza para percibir las
cosas". Lo incongruente es que esta sentencia estaba enmarcada en un
contexto demasiado irónico. Por qué la divorcié de su medio para
asociarla con El vigoroso trazado es algo que no sé explicar.