Yo
no he visto nunca a Silvio Rodríguez, y he pasado gran parte de mi
vida viéndolo. Jamás lo he oído hablar de cerca, y siempre lo he
escuchado atento. Yo no sé quién es privadamente Silvio Rodríguez y
lo conozco como a parte de mi propia vida. Creo que con estas
frases, nada contradictorias, represento a un grupo dentro de mi
generación, la misma del poeta y trovador Silvio Rodríguez (1946),
gloria de la cancionística cubana, que acaba de publicar su
Cancionero, para mayor esplendor de la poesía insular,
continental y de la lengua española.
El Cancionero de Silvio Rodríguez no es un hecho "de paso"
para las letras cubanas, no es un libro más. A él debe quedar atenta
la crítica literaria de hoy y de mañana. Se trata de un
acontecimiento, un hito. Así como Silvio ha influido de manera
notable en la nueva canción de nuestro idioma, su obra ha impreso
una huella bien clara dentro de la poesía escrita en Cuba por unas
seis generaciones de cubanos en los últimos cincuenta años.
"Palabra y música entrelazadas" advierte Roberto Fernández
Retamar cuando saluda en breve introducción la edición del
Cancionero. La poesía muchas veces ha tenido esa virtud, la de
ser cantable, y ya es hora de que las buenas antologías de la poesía
cubana no dejen fuera a Longina o a Rabo de nube,
dos hitos de las llamadas vieja y nueva trovas, partes de la
identidad musical cubana, de la cultura de nuestra Nación y del
ritmo y el pensamiento poéticos del pueblo cubano.
Cancionero, editado en 2008 por la Editorial Letras Cubanas,
se torna ahora un reto, porque rebasa su carácter de libro de
canciones, al modo de aquellos cuadernos con títulos homónimos de la
década de 1950, en los que se imprimían todas las canciones de moda,
llenos de fotos de sus intérpretes. Cancionero de Silvio
Rodríguez es un libro que va mucho más allá de la llamada farándula,
puesto que es per se, un hecho literario. ¿Cómo si no juzgar
las formas poéticas elegidas, a veces conversacionales, otras dentro
de la tradición de la métrica hispánica, algunas rayando con la
prosa por un prosaísmo que la poesía coloquialista puso en primer
plano en la lírica continental? ¿Qué son esas imágenes y metáforas
insólitas, heredadas de las Vanguardias, sobre todo del surrealismo?
Pero en especial, ¿qué serían estos textos cargados de lirismo, que
comunican explícitamente a la poesía que se hace con palabras e
ideas, con los sonidos de esas palabras, entrelazados todos por la
guitarra? Guitárrica le llamó una vez Fernández Retamar a este
estilo lírico que ya no tiene en cuenta aquel antiguo instrumento
cordófono llamado lira, y que, ahora, acompañado de guitarra, se
transforma en canción. Canciones han sido los textos que han
compuesto los poetas desde el medioevo hasta nuestros días, cantando
a veces con (o sin) música acompañante sus penas de amor, sus amores
felices, o sus propias vidas y las de los demás.
Yo no diría que todos los textos de Silvio Rodríguez son un
primor, un dechado de maravillas, logros del genio poético, pero
afirmo que canciones como La gota de rocío están en la mejor
tradición de la poesía cubana que viene del siglo XIX, o que el
Unicornio azul es uno de los más bellos poemas que se hayan
escritos en la Cuba de fines del siglo XX. Si a algunos contenidos
los vemos sólo desde el perfil de la crítica literaria, quizás no
puedan alcanzar una alta valoración como texto poético, pero
¿algo así no ocurre también en numerosísimos libros de poesía de los
más disímiles poetas?
Silvio toca con sus manos y con sus cuerdas la sustancia de la
poesía, se expresa a sí mismo y a su medio social, habla y canta
sobre preocupaciones "eternas" de la especie humana. Los mejores
entre sus escritos son poemas de rango estético suficiente como para
ser considerados por exigentes exégesis literarias, porque son
literatura, cuentan con lo que ha sido llamado literaturidad,
que marca la cualidad estética esencial de un texto genéricamente
tratado.
Puedo citar, traer al recuerdo poemas de Silvio tan
maravillosamente cantables, y de hecho cantados, como Mientras
tanto, Y nada más, Canción de la nueva escuela,
El rey de las flores, Un hombre se levanta, Por quien
merece amor, En el claro de luna, Cuando te encontré (con
Pablo Milanés), Sueño con serpientes, Pequeña serenata
diurna¼ y el crítico debe contener
aquí su entusiasmo de hacer su propia antología, que, por
contenerse, dejaría injustificadamente fuera a las tan conocidas
La era está pariendo un corazón, Ojalá, Yo digo que
las estrellas, ¿Qué se puede hacer con el amor, y vuelvo
a detenerme. Son textos, poemas, canciones suficientes para llenar
de goce a un cancionero y a una literatura nacionales. Te doy una
canción, Por quien merece amor, Yo soy de donde hay un
río traen un léxico, una entonación y un juego de imágenes que
colocan a Silvio entre los mejores poetas que su generación ha
ofrecido a la evolución del género decisivo de la literatura cubana.
Mucho más puede decirse, discutirse, cantarse y contarse con este
libro en manos. Cancionero de Silvio Rodríguez debería,
primero que todo, ser recibido con gratitud y luego con alegría. Y
con goce, pues él ha tocado en la puerta de la Dama Poesía, ella le
ha abierto esa puerta, él la ha penetrado, y felizmente vivo, nos
hace herederos universales de su obra, de una obra nacida de ese
encuentro del cantor con la Amante-Amada Poesía, obra la suya que
también es de nosotros (o es nosotros), pues honda y
bellamente nos representa.