El último trago que tomamos con Buika

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

Foto: Yander ZamoraConcha Buika es de armas tomar. Con los diablos en el cuerpo, azuzados por su gurú y productor musical, el madrileño Javier Limón, esta negra mallorquina se lanzó de cabeza en una zona del canto popular donde la nostalgia que aporta ineludibles referentes de una parte, y el auge reciente de experiencias emparentadas con la suya, sitúan la varilla al tope.

Pero con atrevimiento y convicción, la muchacha ha encarado la meta. Y, por supuesto con un Chucho Valdés que al oficio aprendido mucho antes de que soñara con Irakere, en las pegas nocturnas de los hoteles Deauville y Saint John’s, ha agregado toneladas de sabiduría artística decisivas en la sobriedad distintiva de un cuarteto redondeado por Lázaro (El Fino) Rivero en el contrabajo, Juan Carlos (El Peje) Rojas en la batería, y Yaroldi Abreu en las tumbadoras y la percusión menor.

Si le tomó once horas grabar su nuevo disco en La Habana, con trece temas, —"es el disco que menos tiempo me ha consumido en mi carrera", confesó la joven diva—, menos de dos horas le bastaron para echarse en el bolsillo al público que abarrotó esta semana el teatro Amadeo Roldán. Un público que olvidó muy pronto la atroz ambientación del fondo de la escena —africanía de atrezzo— para concentrarse, luego de un paseo de Chucho y sus muchachos por el más delicado y virtuoso sendero del jazz latino, en una voz aflamencada e insinuante, que no puede obviar la huella de los ululantes cantos transmediterráneos llegados a las islas españolas y al sur de la península en pateras.

Esa fue la primera imagen de Buika, al son de la guitarra de Limón en un inicio, y acrecentada luego en la medida en que fue desgranando los motivos que la trajeron a la capital cubana: registrar un homenaje a Chavela Vargas.

Buika se metió bajo la piel de esa extraña criatura que nació hace 90 años en Costa Rica y se mexicanizó desde muy joven. Personaje de la bohemia, vestida de hombre o con un simple poncho sobre la caja del cuerpo, rodeada por los vahos de tabaco y tequila, de voz desgarrada y honda, redescubierta por Almodóvar, la Vargas se mueve entre corridos y boleros para desenterrar, como alguna vez dijo Carlos Monsivaís, "rencores y fervores".

La mallorquina de origen ecuatoguineano no tuvo que esforzarse demasiado para que tales sentimientos afloraran en sus versiones, algunas cubanizadas como en los aires de danzón que arropan Un mundo raro —Buika consigue darle la vuelta a la obra de José Alfredo Jiménez, convertida en clásico por la Vargas y Miguel Aceves Mejías y en éxito comercial por Luis Miguel, Julio Iglesias y muchos más por aquello de "cuando te hablen de amor / y de ilusiones / y te ofrezcan un sol / y un cielo entero / si te acuerdas de mí / no me menciones / porque vas a sentir / amor del bueno"—, o en plan de puro dolor gitano como es el caso de Somos, de Mario Clavel, ideal para compartir el lamento de "un sueño imposible que busca la noche / para olvidarse del mundo, del tiempo y de todo".

Cuando parecía que todo estaba dicho, Buika y Chucho volvieron a escena para dar vida al tema que titulará el disco: El último trago. Podía cortarse el aire denso del teatro cuando entonó "Tómate esta botella conmigo / en el último trago me dejas / esperamos que no haya testigos / por si acaso te diera vergüenza / si algún día sin querer tropezamos / no te agaches ni me hables de frente / simplemente la mano nos damos / y después que murmure la gente". El público quedó con sed de escuchar mucho más.

 

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