Concha
Buika es de armas tomar. Con los diablos en el cuerpo, azuzados por
su gurú y productor musical, el madrileño Javier Limón, esta negra
mallorquina se lanzó de cabeza en una zona del canto popular donde
la nostalgia que aporta ineludibles referentes de una parte, y el
auge reciente de experiencias emparentadas con la suya, sitúan la
varilla al tope.
Pero con atrevimiento y convicción, la muchacha ha encarado la
meta. Y, por supuesto con un Chucho Valdés que al oficio aprendido
mucho antes de que soñara con Irakere, en las pegas nocturnas de los
hoteles Deauville y Saint John’s, ha agregado toneladas de sabiduría
artística decisivas en la sobriedad distintiva de un cuarteto
redondeado por Lázaro (El Fino) Rivero en el contrabajo, Juan Carlos
(El Peje) Rojas en la batería, y Yaroldi Abreu en las tumbadoras y
la percusión menor.
Si le tomó once horas grabar su nuevo disco en La Habana, con
trece temas, —"es el disco que menos tiempo me ha consumido en mi
carrera", confesó la joven diva—, menos de dos horas le bastaron
para echarse en el bolsillo al público que abarrotó esta semana el
teatro Amadeo Roldán. Un público que olvidó muy pronto la atroz
ambientación del fondo de la escena —africanía de atrezzo— para
concentrarse, luego de un paseo de Chucho y sus muchachos por el más
delicado y virtuoso sendero del jazz latino, en una voz aflamencada
e insinuante, que no puede obviar la huella de los ululantes cantos
transmediterráneos llegados a las islas españolas y al sur de la
península en pateras.
Esa fue la primera imagen de Buika, al son de la guitarra de
Limón en un inicio, y acrecentada luego en la medida en que fue
desgranando los motivos que la trajeron a la capital cubana:
registrar un homenaje a Chavela Vargas.
Buika se metió bajo la piel de esa extraña criatura que nació
hace 90 años en Costa Rica y se mexicanizó desde muy joven.
Personaje de la bohemia, vestida de hombre o con un simple poncho
sobre la caja del cuerpo, rodeada por los vahos de tabaco y tequila,
de voz desgarrada y honda, redescubierta por Almodóvar, la Vargas se
mueve entre corridos y boleros para desenterrar, como alguna vez
dijo Carlos Monsivaís, "rencores y fervores".
La mallorquina de origen ecuatoguineano no tuvo que esforzarse
demasiado para que tales sentimientos afloraran en sus versiones,
algunas cubanizadas como en los aires de danzón que arropan Un
mundo raro —Buika consigue darle la vuelta a la obra de José
Alfredo Jiménez, convertida en clásico por la Vargas y Miguel Aceves
Mejías y en éxito comercial por Luis Miguel, Julio Iglesias y muchos
más por aquello de "cuando te hablen de amor / y de ilusiones / y te
ofrezcan un sol / y un cielo entero / si te acuerdas de mí / no me
menciones / porque vas a sentir / amor del bueno"—, o en plan de
puro dolor gitano como es el caso de Somos, de Mario Clavel,
ideal para compartir el lamento de "un sueño imposible que busca la
noche / para olvidarse del mundo, del tiempo y de todo".
Cuando parecía que todo estaba dicho, Buika y Chucho volvieron a
escena para dar vida al tema que titulará el disco: El último
trago. Podía cortarse el aire denso del teatro cuando entonó
"Tómate esta botella conmigo / en el último trago me dejas /
esperamos que no haya testigos / por si acaso te diera vergüenza /
si algún día sin querer tropezamos / no te agaches ni me hables de
frente / simplemente la mano nos damos / y después que murmure la
gente". El público quedó con sed de escuchar mucho más.