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Monólogo de un hombre en el tiempo

ORTELIO GONZÁLEZ MARTÍNEZ

CIEGO DE ÁVILA.— Una de esas noches lluviosas en que hacía la guardia cederista Antero Raciel López Pardo, licenciado en Español y Literatura, varias veces Vanguardia Nacional de los Comités de Defensa de la Revolución, y maestro de profesión desde hace 47 años, pasaba revista al andar de su vida.

Yo lo sabía, pero en verdad vine a ratificar que tuve una niñez frustrada cuando en el año 2001 asistí como invitado al III Congreso de la Organización de Pioneros José Martí.

Hoy no es que los niños nazcan sabiendo, como dicen muchos por ahí. La razón es que en las escuelas, por muy intrincadas que estén, lo tienen todo para aprender: computadoras, televisores, videos y variados programas y medios de enseñanza que agilizan la mente. Lo digo por mis alumnos, que son como una fragua de espíritu.

Al oír hablar a los pequeños delegados, yo comparaba todo con el actuar de mi infancia diferente allá, en Cangalito, un batey que ya no existe. En verdad eran otros tiempos y uno salía del aula para el campo a ayudar a los padres, porque siempre había bocas abiertas que los hijos mayores debíamos ayudar a alimentar.

En el Congreso pioneril me declararon Guía reparador de sueños. Es bien difícil imaginarse 1 200 pequeñuelos en un teatro. Y no solo eso, ¡qué manera de exponer los criterios!, tan sólidos que dejaban boquiabiertos a las personas mayores. Aquellos días casi me vuelvo loco. Estuve como 30 horas seguidas sin descansar. Ni los zapatos pude quitarme en ese tiempo.

Antes de llegar a esta escuela, General Antonio, donde imparto clases desde hace 14 años, pasé por otras como en las zonas de Yumurí, San Francisco, Limpiones, El Macío. En algunas no impartí clases, pero sí las atendí cuando, en 1969, era director zonal.

¡Ah!, se me quedan otras en las cercanía de Ceballos, como Levan Kikava, y el internado Ñico López, en Buenavista. ¡Ahora recuerdo que de ahí conozco al periodista que el otro día vino a entrevistarme.

Yo quería ser militar, pero un acontecimiento cambió mi vida. Solo los más allegados lo saben. Fui fundador de las milicias Nacionales Revolucionarias y una hermana mía se suicidó con el arma que yo tenía. Ese sentimiento de culpa siempre va conmigo. Hasta ahí llegué en las cuestiones del ejército.

Se perdió un militar, pero se ganó un educador. Después trabajé cinco cursos en la Escuela Formadora de Maestros Primarios Gregorio Benítez. ¡Son tantos los lugares que a veces olvido alguno!

Pero mi vida no se resume a un aula. Con 17 años fui presidente de un CDR en La Juanita, un batey que hoy pertenece al municipio de Ciro Redondo. Después formé otro en Tres Ceibas, y mi esposa Neysa Navarro, que ya no vive, creó el frente de vigilancia.

Me propuse ser útil donde estuviera. Aunque he participado en tres congresos de los CDR, eso no me da motivos para vanagloriarme. Hay que trabajar duro en la base, en la comunidad. Y si tengo la condición de Vanguardia Nacional en la Vigilancia Popular Revolucionaria, y la medalla Por la Defensa y la Unidad del Barrio, se las debo a mis vecinos. Todo eso me ha dado fuerza y llegué a ser coordinador de zona 22 años consecutivos.

Me da gusto vivir en Santo Tomás, una comunidad cercana a donde Maceo cruzó la trocha de Júcaro a Morón, el 29 de noviembre de 1895.

Lo que he hecho en mi vida es trabajar y trabajar, el mejor antídoto para las dolencias del cuerpo y el alma.

No me agrada eso de ir pregonando las cosas que hago. Lo de la réplica del machete de Simón Reyes, que me entregaron me cogió de sorpresa y eso me ayudó a pensar en que algo he hecho, porque los restantes compañeros que lo recibieron son personas muy destacadas.

Mejor no pienso tanto y me pongo la capa y doy un recorrido por la comunidad. En estas noches lluviosas hay que reforzar la vigilancia y ya ahorita termino la guardia.

 

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