Ciudad en rojo

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT

Rebeca Chávez no pudo encontrar un tema más tratado en el cine (y por ello retador) para su debut en el largometraje que el de la violencia en su connotación más extrema, esa que sin término medio va de la vida a la muerte.

Desde los clásicos del silente hacia acá —películas de gángsteres, el western, el género bélico¼ — el reflexionar sobre la violencia, sus implicaciones morales, la frontera entre el bien y el mal a veces diluida en la complejidad de las historias políticas, sociales, o simplemente humanas, ha sido una insistencia de no pocos directores.

Un ligero vistazo a la historia del cine permitiría apreciar la sustentación incluso de estéticas muy definidas para el tema, y bastaría con recordar a figuras como Sergio Leone, Jean Pierre Melville, o el tantas veces censurado por sus propios productores, Sam Peckinpah.

De ahí que el reto de Rebeca sea grande al proponerse —una vez más— el discernimiento filosófico del viejo dilema de "matar para que no maten", en especial cuando el ejecutante pertenece a la categoría del hombre bueno, pero amparado por un ideal de justicia, muy diferente al frío asesinato como supresión de obstáculos practicado por los sustentadores de la tiranía batistiana.

Parecería como si todo estuviera dicho en el cine en cuanto a la violencia como problemática moral de los implicados, pero la directora retorna al ruedo y un poco a la manera de Costa-Gavras en Estado de sitio (1973), incorpora el pulso caótico de una ciudad, en esta ocasión aquella Santiago de Cuba de a finales de los años cincuenta con los rebeldes en la Sierra Maestra y la urbe respirando las veinticuatro horas el azufre de la pólvora.

El cuadro de "puro nervio" de Ciudad en rojo está bien reconstruido con esa sinfonía de carros que van y vienen conduciendo a una tropa nerviosa presta a disparar sobre los jóvenes que la mantienen en vilo, y también con escenas que de manera coral recrean el compromiso de una población con la rebeldía nacional, o aquellas otras en que el silencio de la noche santiaguera se convierte en un transitar de pavores.

Lo que fue aquella cacería se sabe por testigos que todavía recuerdan con lujo de detalles, y gracias también a una literatura y cine documental que han dado cuenta de que la conspiración contra el régimen de Batista, y con ello el pendular a diario entre la vida y la muerte, llegó a ser, por lo constante, algo tan natural como tomarse un vaso de agua (sin que la clásica "rumba" de inquietudes dejara de estremecer por dentro).

Se emociona uno de solo pensar en ello y emocionan no pocas imágenes del filme al reconstruir de manera realista las consecuencias de aquella lucha. Pero lo épico y lo anecdótico terminan por imponerse a lo complejo del asunto que se traían entre mano los realizadores ––la violencia como catarsis y las ambigüedades mentales de los que se ven sujetos a ella––, lo que queda relegado a un segundo plano y con aportes al conflicto, o bien algo esquemáticos en su tratamiento artístico, o similares a otros ya visto en decenas de películas desarrolladas en diversos contextos históricos.

Ciudad en rojo permite apreciar, en términos generales, una factura estimulante y a ratos de alto vuelo que vuelca a hablar de la dedicación y empeños puestos en la realización del filme. Son secuencias donde la fotografía, la dirección artística, la música y las actuaciones concretan verdaderos estados de gracia. Que sin embargo no logran mantenerse a la manera de un ritmo sostenido, sino más bien que permiten comprobar una alternancia de calidades en la que salen a flotes aspectos del guión poco convincentes (las situaciones y diálogos trillados entre los jóvenes revolucionarios y sus progenitores, entre ellos, y algún que otro facilismo de composición visual y dramática, como la escena en que la muchacha y su novio desarman a un soldado, o el ajusticiamiento final del esbirro, con un aire la escena que parece salida de El padrino.

Son aspectos discutibles que en alguna medida conspiran contra el redondeo de un filme pletórico de suspenso, y quizá con ráfagas de ametralladoras y tiros sorpresivos en medio del pecho en demasía, como para poder desarrollar madejas más complejas en torno a los personajes, ninguno de ellos protagonista absoluto de la historia, rango al que sí aspira, y sin duda alcanza, la ciudad de Santiago de Cuba.

Del documental viene Rebeca Chávez y aquí hace un excelente uso de los recursos del género ligado a la ficción para iniciar y finalizar su película; emotiva, imprescindible de ver Ciudad en rojo, lo mismo por los que aman la historia, como por aquellos que, mirando detrás de las vidrieras, la olvidan.

 

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