El
libro es de los que se coge y no se suelta y entre otras cosas hay
que celebrarle la precisión desapasionada, y casi cronométrica, para
colocar hechos y personajes en su sitio durante el último mes de
Fulgencio Batista en la presidencia.
Un análisis riguroso el que realizan José Luis Padrón y Luis
Adrián Betancourt en Batista, últimos días en el poder,
publicado por Ediciones Unión y que en sus 631 páginas incluye
testimonios gráficos y un anexo con fotocopias de documentos
oficiales del régimen, y otros no tan oficiales, como la carta
enviada en 1956 al dictador por Allen W. Dulles, director de la CIA,
en la que expresa "su gran pesar" por no poder visitar nuevamente
"su gran República y retomar nuestras discusiones sobre asuntos de
mutuo interés¼ mientras tanto estoy
enviando a mi Inspector General¼ usted
puede estar seguro, Sr. Presidente, que puede hablar con él como si
lo hiciese conmigo".
Si entre muchos, señalo ese documento se debe al hecho de que al
reconstruir aquellos días de diciembre de 1958, y restaurar tanto
sus escenarios bélicos como las interioridades ocurridas en el
campamento militar de Columbia, el Palacio Presidencial o la finca
Kuquine, las sombras conspiradoras de Washington y de la embajada
norteamericana en Cuba salen a relucir con su aplastante
omnipresencia, tal se tratara de lo más natural del mundo.
Solo que a dos años de aquella carta del director de la CIA —dos
años de Sierra Maestra y de lucha revolucionaria ganando terreno por
día mientras la tiranía se derrumba— los hilos del Norte tratan de
crear una denominada tercera opción que les permita quitarse de
encima el cadáver político que representa Batista, pero al mismo
tiempo cerrarles las puertas a Fidel y a lo "que pueda traer una
Revolución" con la cual no quieren correr riesgos.
Los autores se apoyan en una abundante bibliografía y en
entrevistas realizadas a testigos de la época, algunas inéditas. La
narración es fluida y se estructura en dos tiempos fundamentales,
por una parte Batista, su ejército, sus aterrados oficiales
conspirando a espaldas suyas (el general Pancho Tabernilla tocando
lloroso a las puertas del embajador Earl Smith para decirle que "su
chief" ya no da más, que Washington tiene que hacer algo) y por la
otra, los combates frente al ejército de la tiranía que se libran en
diferentes frentes de la Isla, fundamentalmente en las provincias de
Oriente y Las Villas.
Hechos conocidos y revelaciones de toda índole como fruto de años
de investigación se imbrican en el texto, y le confieren una unidad
que se agradece como aporte a la historia y disfrute de lectura.
Se narra sobre lo confirmado y en los pocos pasajes donde no hay
certezas de algunos sucesos o comportamientos humanos, se da fe de
ello. No falta el recurso imaginativo navegando en cauces
literarios, pero siempre desde documentos y declaraciones que
permiten establecer el cuadro mental del personaje. Un ejemplo lo
constituye el doble juego que establece el general Cantillo en las
horas finales de diciembre y que termina con una traición a lo
pactado con Fidel, porque el militar del 10 de marzo está
acariciando la posibilidad de convertirse en el nuevo "hombre
fuerte" de Cuba.
A partir del contenido y el tono de sus mensajes, e incluso de
testimonios dejados por Fulgencio Batista en su libro Respuesta,
un compendio de justificaciones donde no faltan amargas verdades, se
compone el retrato de Cantillo, una personalidad sin lumbre, pero
dispuesta a jugar con candela al creer que en las horas finales del
58 le ha llegado "su momento".
Del coronel Esteban Ventura, torturador y asesino, gran amigo de
Batista, se dijo durante años que se había montado en el avión
presidencial a punta de pistola. Los autores del libro establecen
ahora la verdad: después de la cena del 31 de diciembre se había
corrido al Havana Riviera y coqueteaba con una rumbera cuando uno de
sus guardaespaldas se acercó para decirle que lo localizaban con
urgencia. Ya en el aeródromo militar, sin esperar a que llegaran su
esposa e hijos, Ventura subió "como un carnerito" en el mismo avión
de Batista y años más tarde él mismo trataría de explicar que "el
apuro" no le permitió esperar a la familia.
Horas tensas y efectivas maniobras políticas y militares de Fidel
para impedir que la Revolución fuera escamoteada, se narran con lujo
de detalles en este libro que ve la luz justamente en los momentos
en que en Miami, y cayos mentales adyacentes, algunos intérpretes de
una historia que no vivieron escriben artículos y libros donde la
figura de un Batista "buena gente" se rearma con análisis
desconcertantes y hasta ofensivos para la memoria de los que saben
lo que fue aquello.