La
primera noticia que muchos espectadores tuvimos de Ever Fonseca se
remonta al Salón 70, casi cuatro décadas atrás, cuando no pudimos
sustraernos a la fantasía desbordante de un creador que marcaba sus
grandes lienzos con una fuerza inusitada. La última acabamos de
tenerla en el mismo Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de
Bellas Artes: allí el artista expone este diciembre Enigmas de la
naturaleza, una colección de pinturas y esculturas, este último
campo no muy frecuentado en los contactos de Ever con el público en
el que nos depara unas cuantas buenas sorpresas.
De aquel a este creador, ha habido, lógicamente una evolución: se
observan procesos de decantación y síntesis en la composición, una
mucho más acendrada voluntad estilística y una mayor interiorización
de los rasgos iconográficos esenciales. Pero en el fondo, Ever no ha
cambiado: ha sido consecuente con su imaginario y, desde luego, con
una concepción de la pintura (y en este caso, de la escultura) que
celebra las criaturas míticas de sus orígenes y nos seduce por su
ferviente sentido de la fabulación.
Desde que el espectador tropieza con el tótem gigantesco a la
entrada del Museo, se alertan las pupilas, para asistir a un nuevo
festín de los jigües, esos seres que saltan de las pozas serranas a
los lienzos de Ever con la energía lunar de las noches campesinas y
la combustión vegetal de la montería. No importa que algunas
imágenes hayan sido visitadas otras veces por quienes se acercan a
la exposición. La disposición de la trama museográfica, que
trasciende la retrospección para inscribir el recorrido en
gradientes de intensidad, apunta sobre todo hacia la comprensión de
la poética del artista. Por demás, las maderas policromadas que
acompañan esta vez a los cuadros dejan en la retina la sensación de
haber presenciado una especie de inédito retablo de maravillas.
A veces ciertos críticos, que desconocen las claves de Ever,
suelen clasificarlo como el oficiante de un neoprimitivismo
singular. Tal tesis se desmorona ante una observación detenida de
cada una de las obras, donde la eclosión figurativa encuentra
asideros armónicos en la composición cuidadosa y el balance de
líneas y colores. El dominio técnico evade la irregularidad y
dosifica la sugerencia metafórica. Podría hablarse de una visualidad
en la que vida e imaginación se compaginan con destreza. A fin de
cuentas esto es lo que hace que Ever Fonseca sea consecuente consigo
mismo y con lo que de él esperan sus seguidores.