La nueva fiesta de los jigües

VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ

La primera noticia que muchos espectadores tuvimos de Ever Fonseca se remonta al Salón 70, casi cuatro décadas atrás, cuando no pudimos sustraernos a la fantasía desbordante de un creador que marcaba sus grandes lienzos con una fuerza inusitada. La última acabamos de tenerla en el mismo Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes: allí el artista expone este diciembre Enigmas de la naturaleza, una colección de pinturas y esculturas, este último campo no muy frecuentado en los contactos de Ever con el público en el que nos depara unas cuantas buenas sorpresas.

De aquel a este creador, ha habido, lógicamente una evolución: se observan procesos de decantación y síntesis en la composición, una mucho más acendrada voluntad estilística y una mayor interiorización de los rasgos iconográficos esenciales. Pero en el fondo, Ever no ha cambiado: ha sido consecuente con su imaginario y, desde luego, con una concepción de la pintura (y en este caso, de la escultura) que celebra las criaturas míticas de sus orígenes y nos seduce por su ferviente sentido de la fabulación.

Desde que el espectador tropieza con el tótem gigantesco a la entrada del Museo, se alertan las pupilas, para asistir a un nuevo festín de los jigües, esos seres que saltan de las pozas serranas a los lienzos de Ever con la energía lunar de las noches campesinas y la combustión vegetal de la montería. No importa que algunas imágenes hayan sido visitadas otras veces por quienes se acercan a la exposición. La disposición de la trama museográfica, que trasciende la retrospección para inscribir el recorrido en gradientes de intensidad, apunta sobre todo hacia la comprensión de la poética del artista. Por demás, las maderas policromadas que acompañan esta vez a los cuadros dejan en la retina la sensación de haber presenciado una especie de inédito retablo de maravillas.

A veces ciertos críticos, que desconocen las claves de Ever, suelen clasificarlo como el oficiante de un neoprimitivismo singular. Tal tesis se desmorona ante una observación detenida de cada una de las obras, donde la eclosión figurativa encuentra asideros armónicos en la composición cuidadosa y el balance de líneas y colores. El dominio técnico evade la irregularidad y dosifica la sugerencia metafórica. Podría hablarse de una visualidad en la que vida e imaginación se compaginan con destreza. A fin de cuentas esto es lo que hace que Ever Fonseca sea consecuente consigo mismo y con lo que de él esperan sus seguidores.

 

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