Entre
las personalidades que nos marcan para toda la vida, se encuentra
Liuba María Hevia, un icono de refinada seducción en la canción de
nuestro tiempo. Desde el preciso momento en que le escuchas cantar
una obra suya, nos percatamos de inmediato que estamos atrapados por
la magia de una singular interpretación como salida de las fábulas
de la Antigüedad.
Y esto sucede no solo por el esplendor que tiene el timbre de su
dulce voz, por el cálido acento del emocionado canto o por el
lirismo de sus composiciones. La capacidad de Liuba para implicarnos
en su propuesta, reside en la sinceridad del arte alimentado desde
una fuente de extrema sensibilidad. Ahí están las canciones
Ilumíname, Alguien me espera o Ángel y habanera,
piezas matizadas por el encanto de una evocadora nostalgia tan
profunda como la cubanidad que desprenden para anidar en el dintel
de nuestra identidad como nación.
Artista de perfiles definidos, jamás ha extraviado el sentido de
orientación por donde llevarnos para el disfrute de su música. Ya
sea en la balada o en el son, en la música para los niños o en la
música campesina, conserva un estilo inconfundible que cual patrón
de calidad definimos como el sonido Liuba María Hevia. Este
compromiso raigal con la belleza como gestora de nobleza,
complementa la perspectiva de quien nos entrega en sus canciones una
ética de la vida.
En tal sentido, la obra de Liuba María Hevia funciona como un
sistema moral signado por una responsabilidad cultural de evocar la
belleza desde propuestas artísticas que dignifican al ser humano.
Cada acorde junto a cada verso, brotan de sus canciones como
manifestaciones que revindican la fe en valores por los cuales
creemos que puede ser mejor este mundo. Si de solo escuchar un
disco, se corre el peligro de quedar hechizado, qué podemos expresar
quienes durante 25 años hemos sido los depositarios naturales de
tanta bondad y optimismo desbordado por Liuba. Solo agradecerle
tamaño privilegio y esperar por otros tantos años de buen arte.