Las Estancias hoy

Pastor Batista Valdés

MAJIBACOA, Las Tunas.— Ligeramente "al sur" de esos cristales ovalados que le permiten ver mejor, los ojos de la pequeña Elizabeth Bencosme López se ensanchan con curiosidad frente a la "inaudita" imagen¼

Elizabeth contempla la añeja escuelita de tabla y guano. Al fondo se empina la nueva instalación.

"Esa no pudo ser mi escuelita", piensa la niña, mientras sostiene en sus manos la foto que algún lente captó, años atrás, cuando el centro escolar Miguel Fernández Reyes se levantaba sobre humildes paredes de madera, coronadas por un caballete hecho con el guano que crece en esa rural zona, conocida como Las Estancias.

"Esta sí está linda", afirma señalando con el dedo la pintoresca instalación hacia donde se dirige cada mañana, junto a otros 35 niños que cursan estudios entre el preescolar y el sexto grado.

Y, en efecto, "plantada" a la derecha del caserío, la escuelita ofrece una inconfundible sensación de pulcritud, tranquilidad y avance, con sus confortables paredes, la cubierta de tejas y ese panel capaz de captar la energía solar para que funcionen los equipos con que jamás soñaron Mongo Núñez, Juan Mendoza y Eddy Morales, siete décadas atrás, cuando eran niños y arreaban de forma magistral los bueyes, cultivaban muy bien la tierra, pero ignoraban "el misterioso modo" de escribir su propio nombre con un pedazo de tiza en la pizarra.

A Mongo Núñez le tranquiliza ver en Las Estancias lo que jamás tuvo en su niñez.

Por eso, erguido como una escultura junto al camino, el octogenario Mongo Núñez suele contemplar ensimismado a los alumnos mientras se dirigen o retornan de la escuela.

"¡No digo yo si valen estos 50 años de Revolución!" —exclama, tras exhalar un suspiro, acaso plagado de añejas vivencias.

"¿Escuela? Ni soñar; aquí no había nada de eso. Un grupo de casas, una bodega, muchas necesidades y trabajo para uno reventarse como un animal. Yo no sé la cantidad de yerba que arranqué a mano desde los siete años. Eran otros tiempos. Por aquí había una finca y el dueño no dejaba ni tender una camisa en los alambres de púa porque según él se le manchaba la cerca. Hoy uno dice esas cosas y algunas personas no creen. Para sobrevivir había que trabajar desde la madrugada hasta el anochecer. ¡Y pobre del que se enfermara! Menos mal que vino la Revolución, si no¼ "

Acostumbrados a la ternura de sus padres y abuelos, a aprender algo nuevo cada día en el aula, a escuchar y a ser escuchados¼ a la pequeña Elizabeth, a Ismael Téllez Balán y a otros niños, les cuesta imaginar que "ayer" Las Estancias no tuvieron —como ahora— consultorio médico, sala de televisión, círculo socio-cultural, una reluciente bodega, el punto para el acopio de productos agrícolas o la confianza en que también serán resueltos el problema del transporte, la instalación de un teléfono y las penurias que acarrea esa tendedera eléctrica, cuyos días "están contados".

Por eso nunca será tarde para hablarles, a las nuevas generaciones, acerca de aquellas realidades (a menudo olvidadas), de manera que puedan apreciar la obra de estos tiempos y valorar mejor cuánto hay en cada pedacito de Cuba: tal vez muy distante todavía de lo que añoró Fidel cuando entró triunfal a La Habana en 1959, pero incomparablemente superior a lo que recuerda Mongo Núñez mientras el pequeño panel se bebe la luz del Sol y la bandera ondea impulsada por el viento.

 

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