Con el acto de la firma concluía un proceso de negociaciones
diplomáticas comenzado mucho antes. Más que un convenio el
mencionado Tratado era un dikta del vencedor. En efecto, las
hostilidades entre ambos adversarios no se habían suspendido por un
simple "alto el fuego" sino cuando el gobierno de Madrid aceptó un
conjunto de exigencias norteamericanas que, firmadas el 12 de agosto
de 1898, condicionaron las negociaciones del Tratado de Paz
definitivo en las cuales, por acuerdo entre españoles y
estadounidenses quedó excluida cualquier representación de los
patriotas cubanos y filipinos.
El gobierno de Washington no quería ninguna interferencia en sus
planes imperialistas y el de Madrid se plegaba a sus designios.
Desde la primera reunión de la Conferencia de Paz, la delegación
estadounidense dio a conocer su posición inflexible respecto a la
ocupación de Cuba y la cesión de Puerto Rico. La representación
española dirigió entonces sus esfuerzos a traspasar a Estados
Unidos, junto a la soberanía sobre Cuba, la denominada "deuda
cubana" (obligaciones financieras que el gobierno español había
suscrito con particulares para financiar la administración colonial
de Cuba, lo que incluía los gastos de guerra) que ascendía a la suma
de 456 millones de dólares. Esa propuesta fue rechazada rotundamente
por la parte norteamericana.
El siguiente problema planteado fue el destino de las Filipinas.
El protocolo del armisticio firmado el 12 de agosto había aplazado
la decisión sobre el futuro del archipiélago hasta la firma del
Tratado de Paz. El 31 de octubre la delegación estadounidense dio a
conocer que reclamaba la totalidad del conjunto insular. La
alternativa era la reanudación de las hostilidades. Los veinte
millones de dólares ofrecidos como compensación permitieron "salvar
la cara" de los representantes de Madrid. Las peticiones españolas
relativas a opción de nacionalidad, reconocimiento de contratos y
obligaciones y designación de una comisión internacional que
investigara el hundimiento del acorazado Maine fueron rechazadas de
plano.
De esa manera, el primer artículo del documento expresó la
renuncia de España a todo derecho de soberanía y propiedad sobre
Cuba, que pasaría a ser ocupada por los Estados Unidos; de acuerdo
al artículo segundo cedió la isla de Puerto Rico y las demás bajo su
jurisdicción en las Antillas, y la de Guam en el Océano Pacífico; y
por el tercero España traspasó a Estados Unidos a las Islas
Filipinas, a cambio de los 20 millones de dólares ya mencionados.
Así fue como quedó marcado el porvenir de nuestros países y
pueblos que tendrían que seguir luchando por su independencia y
soberanía. Puerto Rico, ciento diez años después, sigue siendo una
colonia estadounidense; Filipinas no vería reconocida su
independencia sino en 1946.
En cuanto a Cuba, el Tratado de París echaba por tierra el
sacrificio de su pueblo, durante 30 años de cruenta guerra que llevó
aparejada la inmolación de varias decenas de miles de patriotas y la
destrucción de gran parte de sus riquezas materiales. Un conjunto de
factores condujo poco después a Estados Unidos al establecimiento en
Cuba del modelo de dominación neocolonial y los vicios consecuentes
a la administración foránea. La "república" salida de la ocupación
norteamericana sancionada por el Tratado de París fue convertida en
un protectorado.
Muchos años de lucha y sacrificio costaría a nuestro pueblo
librarse para siempre de aquella ignominia.
*Doctor en Ciencias Históricas.