Última parada 174

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

No solo el hecho real de un ómnibus secuestrado por un joven drogado, y que fue seguido por los televidentes de Brasil en el 2000 a la manera de un reality show, nutre el argumento de Última parada 174, sino también una escandalosa matanza de niños y jóvenes de la calle que tuvo lugar en ese mismo Río de Janeiro en 1993, en los portales de una iglesia, y de la que escapara el que luego sería el personaje central de la cinta dirigida por Bruno Barreto.

Sandro do Nascimento era el nombre de aquel joven que finalmente fue ultimado por la policía de métodos sanguinarios que aparece en Tropa de elite, película comentada en estas páginas, y sustentadora de la misma política propugnada por los dueños de establecimientos comerciales como eficaz "método" para limpiar las calles de seres molestos al negocio y a la imagen pública de la nación.

Vieja nebulosa, la de la cadena niños de la calle-droga-violencia y muerte, que en un crescendo imparable se cierne sobre los sectores más humildes de la sociedad latinoamericana y en especial Brasil, que no por gusto escritores y cineastas de ese país han dado lugar con sus testimonios a un movimiento cercano a una estética de la violencia, o subgénero de las favelas, y cuya representación más insigne nadie discute sea Ciudad de dios, el filme de Fernando Meirelles que hace unos años dejara con la boca abierta a medio mundo, tanto por el cuadro dantesco que revelaba como por el manejo de sus formas expresivas.

Braulio Mantovani, quien fuera el guionista de aquella película, repite ahora con Barreto y aunque se las arregla para contar desde otro punto de vista y añade a su historia de ficción, inspirada en hechos de la vida misma, una estructura sentimental de "madre en busca de su hijo perdido y atrapado en los bajos fondos de la delincuencia", el tema, de por sí, lo hace transitar por derroteros antes vistos, como el dominio de las favelas por jóvenes narcotraficantes, la prostitución, el régimen carcelario y el contraste entre la gran urbe y la miseria de los eternos condenados de la calle.

Un tema que por su trascendencia se ha vuelto recurrente, de ahí lo difícil de asumirlo una y otra vez desde los aires de una originalidad artística que aúne realidad y ficción, algo que Bruno Barreto, el mismo de la exitosa Doña flor y sus dos maridos, logra a medias.

 

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