No
solo el hecho real de un ómnibus secuestrado por un joven drogado, y
que fue seguido por los televidentes de Brasil en el 2000 a la
manera de un reality show, nutre el argumento de Última parada
174, sino también una escandalosa matanza de niños y jóvenes de
la calle que tuvo lugar en ese mismo Río de Janeiro en 1993, en los
portales de una iglesia, y de la que escapara el que luego sería el
personaje central de la cinta dirigida por Bruno Barreto.
Sandro do Nascimento era el nombre de aquel joven que finalmente
fue ultimado por la policía de métodos sanguinarios que aparece en
Tropa de elite, película comentada en estas páginas, y
sustentadora de la misma política propugnada por los dueños de
establecimientos comerciales como eficaz "método" para limpiar las
calles de seres molestos al negocio y a la imagen pública de la
nación.
Vieja nebulosa, la de la cadena niños de la calle-droga-violencia
y muerte, que en un crescendo imparable se cierne sobre los sectores
más humildes de la sociedad latinoamericana y en especial Brasil,
que no por gusto escritores y cineastas de ese país han dado lugar
con sus testimonios a un movimiento cercano a una estética de la
violencia, o subgénero de las favelas, y cuya representación más
insigne nadie discute sea Ciudad de dios, el filme de
Fernando Meirelles que hace unos años dejara con la boca abierta a
medio mundo, tanto por el cuadro dantesco que revelaba como por el
manejo de sus formas expresivas.
Braulio Mantovani, quien fuera el guionista de aquella película,
repite ahora con Barreto y aunque se las arregla para contar desde
otro punto de vista y añade a su historia de ficción, inspirada en
hechos de la vida misma, una estructura sentimental de "madre en
busca de su hijo perdido y atrapado en los bajos fondos de la
delincuencia", el tema, de por sí, lo hace transitar por derroteros
antes vistos, como el dominio de las favelas por jóvenes
narcotraficantes, la prostitución, el régimen carcelario y el
contraste entre la gran urbe y la miseria de los eternos condenados
de la calle.
Un tema que por su trascendencia se ha vuelto recurrente, de ahí
lo difícil de asumirlo una y otra vez desde los aires de una
originalidad artística que aúne realidad y ficción, algo que Bruno
Barreto, el mismo de la exitosa Doña flor y sus dos maridos,
logra a medias.