La saga fílmica de los Bracho comenzó con Andrea. Su verdadero
nombre era Guadalupe Bracho. Los viejos aficionados al celuloide la
recuerdan por La mujer del puerto (1934) y Aventurera
(1950). Su hermano Julio se asomó al cine por primera vez con ¡Ay
qué tiempos, señor don Simón! (1941). Entre sus mejores
películas clasifican La Virgen que forjó una patria (1942) y
Distinto amanecer (1943). Hizo también varios melodramas, de
esos que parten el alma, en los que dirigió, entre otros, a Libertad
Lamarque y Arturo de Córdova en sus incursiones mexicanas. Pero la
película de su vida fue La sombra de un caudillo (1960),
sobre la novela homónima de Martín Luis Guzmán.
"No sabe cuánto me alegra que esta película se haya estrenado
esta semana en Cuba —expresa Diana—. La sombra de un caudillo
no pudo exhibirse hasta treinta años después de su rodaje. Altos
jefes militares impidieron que se proyectara públicamente. A mi
padre la censura lo fue matando de tristeza. Después de aquel golpe
su carrera declinó. Llegó a leer diariamente las páginas de
obituarios de los periódicos para ir tachando de su lista a quienes
se habían opuesto al estreno de la película. Pero murió antes de que
el último se marchara. Creo que es una obra muy fuerte y muy
sincera."
En otro orden, una curiosidad profesional debíó ser despejada por
Diana. ¿Por qué tanta pasión por las telenovelas?
"Asumo cada papel que interpreto convencida de que puedo hacerlo.
Por otra parte, la televisión es una especie de gimnasio, en la que
el actor y la actriz se entrenan y prueban a sí mismos. Para mí es
reconfortante que personas que solo me habían visto en la televisión
vayan al teatro y se interesen por otras cosas."
¿Hacer cine en México?
"Siempre es un hazaña. Hubo épocas mejores y otras peores,
depende de los apoyos."
¿Habrá Bracho para rato?
"Pienso que sí. Aquí, conmigo está mi sobrino Julio, que es un
actor bien conocido y ya ha realizado como director su primera
película. Y ya veremos lo que harán los más pequeños."