Sin lágrimas en los ojos

KATIA SIBERIA GARCÍA

Frente a Dalhis y su silla uno se prohíbe llorar. A sus 14 años, las ruedas con que camina parecen haberle enseñado mucho. Tanto, que con una delicadeza apenas disimulada, respondió preguntas que nunca hice.

Foto: Yander ZamoraMargarita y Dalhis, unidas también por la persistencia.

Fue a los 2 años y medio cuando sus pies la obligaron a desandar caminos más difíciles, pues la limitación motora, a causa de una punción lumbar, le impuso una vida diferente. Aun así, Dalhis Dairent Pedroso Guerra quiere ser informática, canta, juega tenis de mesa¼ ., asiste al colegio.

En su escuela especial Solidaridad con Panamá, otros 109 niños convierten la discapacidad en motivo para intentar todos los días una vida mejor, seguidos de cerca por maestros, asistentes, fisioterapeutas y otros técnicos y profesionales.

Las historias de tablas aeróbicas, trabajos en el campo, cantos, bailes y deportes son confirmadas por Margarita Mathew Lorenzo, una mujer que ha dedicado 40 años de su vida a la Educación Especial. "Ellos nos enseñan a vivir, nos demuestran a diario que sus problemas son enormes al lado de los nuestros. Más allá de lo que podamos lograr con ellos, es un reto a la fortaleza y un estímulo a la lucha".

De esta manera, Margarita ilustra su incentivo propio durante los 18 años de dedicación en la escuela especial para limitados físicos y motores, y los 19 con niños con retardo mental. Habla de Dalhis con el cariño que guarda para cada uno de sus alumnos y sonriendo le pide desterrar la timidez frente al lente de la cámara.

Nuestros días son sencillos, comenta Dalhis. Nos levantamos a las 6 y ayudados por asistentes nos aseamos y vamos al desayuno. Luego el matutino, las clases¼ , siempre hay algo para hacer, incluso en las noches: actividades culturales, estudio, juegos. A las 10 ya debemos estar durmiendo. La escuela me gusta, allí soy feliz.

Para la veterana maestra, el trabajo del centro es muy importante porque logra desarrollar potencialidades y demuestra que ellos también merecen vivir plenamente. Si hoy la escuela no está explotada en toda su capacidad es porque existen otras alternativas para que los niños con limitaciones reciban la docencia.

Desde el padre que los lleva a la escuela normal diariamente y no los interna, hasta los maestros ambulantes para niños con agravamiento de la salud y las aulas hospitalarias para los operados que deben permanecer allí largas estadías. "En cualquiera de los casos se requiere paciencia, esfuerzos", reconoce Margarita Mathew, experta en los cuidados que cada mañana practica con sus seis alumnos del primer ciclo.

"Enseño a leer y a escribir a los niños de primero a cuarto grados; solo tengo seis porque ese es el rango de la matrícula. De ellos hay tres que no escriben por la dificultad motora, pero no dejamos de intentarlo."

Todo este tiempo he aprendido también que cuando nace un pequeño con una discapacidad o sucede un accidente, crea un duelo en la familia que en ocasiones se vuelve disfuncional. Llegan los periodos de crisis y de recesión, y la escuela les enseña a esas familias que es posible hablar de logros y ser feliz, aclara la maestra.

Justo a su lado, y después de esas palabras, Dalhis dibuja una sonrisa porque sospecha una pregunta. Ante la interrogante de un deseo mayor, queda callada. Y no es que no tenga; son tantos que no consigue establecer prioridades. Luego comienza a enumerarlos y uno termina descubriendo que ante esta alumna y su maestra no puede sentirse otra cosa que admiración.

 

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