Son muy pocos los casos como este en Cuba, pero existen. Patricia
Arés, presidenta de la Sociedad Cubana de Psicología, advierte que
los problemas infantiles resultan siempre denunciantes o portavoces
de lo que sucede en la familia.
"Estas problemáticas no están vinculadas directamente a las
condiciones socio-económicas de vida, ni a la estructura familiar
—porque se habla de familias incompletas—, sino, fundamentalmente, a
las relaciones al interior de la familia, en los modelos, en su
capacidad para transmitir valores", afirma.
Desatención, pautas negligentes de crianza, obstáculos en la
comunicación con los hijos, maltrato, circunstancias de abandono o
distanciamiento de las figuras parentales más importantes, son
piezas de un juego arriesgado. Impulsan, destaca la psicóloga, el
desarrollo de conductas antinormativas o disociales.
Las llamadas situaciones de riesgo se expresan con trastornos de
conducta y problemas en el área cognitiva, afectiva, volitiva,
emocional —alguno de ellos o todos—. El ausentismo, la deserción y
la fuga de la escuela, dificultades para incorporar conocimientos,
falta de control de los padres y hurtos familiares, son síntomas que
alertan.
"A veces, vemos papás autoritarios que desarrollan muchas
reacciones de oposición en el adolescente; pero, por lo menos, el
adolescente siente que hay alguien que se ocupa de él, que se
preocupa. (¼ ) La pauta negligente es la más grave, porque va
creando una erosión muy grande en la autoestima del menor, una
reacción de protesta hacia la familia, hacia la sociedad."
Existe una socialización más peligrosa, de orden marginal, donde
asoman modelos morales deficitarios. Convergen allí los casos de
familias delictivas. En esas circunstancias, y otras que incluyen
problemas de toxicomanía, alcoholismo, relaciones de maltrato y de
violencia severa, "estamos ante una situación que llamamos de
vulnerabilidad familiar".
En Cuba hay familias con buenas condiciones de vida —resalta Arés—,
donde el niño está siendo deformado por pautas cosificadas de
afecto, por una extremada estimulación de orden material, por una
falta de orientación de valores.
"Entonces, tenemos otras formas de deformidad social que son más
veladas, más implícitas, que no es el infante que deambula, que no
va a la escuela. Sí hay formas de hacer a un menor potencialmente
disocial; o sea, que no se inserta a las orientaciones de valor de
la sociedad, que se margina de las propuestas sociales."
El peligro puede aumentar en la medida en que fracasen, además,
otros factores de influencia. La familia debe ser apoyada.
Comunidad, instituciones, trabajadores sociales y centros de
estudios han de localizar signos para evitar la aparición de un
comportamiento disocial más grave.
"Las familias de estos niños, por lo general, no son las que van
a las reuniones de padres, no son las que más se acercan a las
instituciones sociales."
La escuela tiene el encargo de atender y localizar, de ejercer
acción e influencia decisivas.
"Los profesores tienen corta edad, muchos también están viviendo
su propio proceso de desarrollo. Serían los psicólogos, los
científicos sociales quienes apoyarían, informarían a ese educador;
y a veces estas influencias están en déficit. Para realmente poder
prevenir la conducta disocial, el delito, hay que tener una mirada
compleja de este fenómeno, que no es solo depositar la
responsabilidad en la familia."
No obstante, a veces la presencia de tantas instancias
involucradas en el quehacer, lejos de abrir soluciones, dificultan
el paso. El menor puede quedar, indica Arés, "en tierra de nadie".
"Tenemos que seguir revisando nuestras políticas, cuáles son las
instituciones que tienen a su cargo la atención y la prevención del
delito; porque también cuando hay tantas instituciones, igual
podemos repartirnos mucho, pero no existe una confluencia de
factores, sino más bien un ‘peloteo’ de responsabilidades."
Según la especialista, no son la desatención, la negligencia ni
la ausencia de modelos de valores, conflictos de dimensiones
extremas en nuestro país. La familia cubana, confirma la psicóloga,
está muy compulsada por la sociedad para ser dedicada.
Niños y jóvenes tienen altísimas potencialidades para la
reinserción y el desarrollo. Familia, escuela e instituciones
responsables marcan el escenario propicio para que queden en tierra
de todos.