Un niño en tierra de todos

Lianet Arias Sosa

Es día de clases. Por las calles de la ciudad, llevando apenas sus siete años, camina el niño. En la escuela tiene fama de luchador, de belicoso, de indisciplinado, de díscolo. Además, dicen que no aprende. A su madre no le inquieta el color del uniforme, ni la tarea que no entregará. A fin de cuentas, ayer vendió el litro de leche para comprar cigarrillos.

Foto: Roberto Díaz Martorell Tenemos que seguir revisando nuestras políticas, apunta Arés.

Son muy pocos los casos como este en Cuba, pero existen. Patricia Arés, presidenta de la Sociedad Cubana de Psicología, advierte que los problemas infantiles resultan siempre denunciantes o portavoces de lo que sucede en la familia.

"Estas problemáticas no están vinculadas directamente a las condiciones socio-económicas de vida, ni a la estructura familiar —porque se habla de familias incompletas—, sino, fundamentalmente, a las relaciones al interior de la familia, en los modelos, en su capacidad para transmitir valores", afirma.

Desatención, pautas negligentes de crianza, obstáculos en la comunicación con los hijos, maltrato, circunstancias de abandono o distanciamiento de las figuras parentales más importantes, son piezas de un juego arriesgado. Impulsan, destaca la psicóloga, el desarrollo de conductas antinormativas o disociales.

Las llamadas situaciones de riesgo se expresan con trastornos de conducta y problemas en el área cognitiva, afectiva, volitiva, emocional —alguno de ellos o todos—. El ausentismo, la deserción y la fuga de la escuela, dificultades para incorporar conocimientos, falta de control de los padres y hurtos familiares, son síntomas que alertan.

"A veces, vemos papás autoritarios que desarrollan muchas reacciones de oposición en el adolescente; pero, por lo menos, el adolescente siente que hay alguien que se ocupa de él, que se preocupa. (¼ ) La pauta negligente es la más grave, porque va creando una erosión muy grande en la autoestima del menor, una reacción de protesta hacia la familia, hacia la sociedad."

Existe una socialización más peligrosa, de orden marginal, donde asoman modelos morales deficitarios. Convergen allí los casos de familias delictivas. En esas circunstancias, y otras que incluyen problemas de toxicomanía, alcoholismo, relaciones de maltrato y de violencia severa, "estamos ante una situación que llamamos de vulnerabilidad familiar".

En Cuba hay familias con buenas condiciones de vida —resalta Arés—, donde el niño está siendo deformado por pautas cosificadas de afecto, por una extremada estimulación de orden material, por una falta de orientación de valores.

"Entonces, tenemos otras formas de deformidad social que son más veladas, más implícitas, que no es el infante que deambula, que no va a la escuela. Sí hay formas de hacer a un menor potencialmente disocial; o sea, que no se inserta a las orientaciones de valor de la sociedad, que se margina de las propuestas sociales."

El peligro puede aumentar en la medida en que fracasen, además, otros factores de influencia. La familia debe ser apoyada. Comunidad, instituciones, trabajadores sociales y centros de estudios han de localizar signos para evitar la aparición de un comportamiento disocial más grave.

"Las familias de estos niños, por lo general, no son las que van a las reuniones de padres, no son las que más se acercan a las instituciones sociales."

La escuela tiene el encargo de atender y localizar, de ejercer acción e influencia decisivas.

"Los profesores tienen corta edad, muchos también están viviendo su propio proceso de desarrollo. Serían los psicólogos, los científicos sociales quienes apoyarían, informarían a ese educador; y a veces estas influencias están en déficit. Para realmente poder prevenir la conducta disocial, el delito, hay que tener una mirada compleja de este fenómeno, que no es solo depositar la responsabilidad en la familia."

No obstante, a veces la presencia de tantas instancias involucradas en el quehacer, lejos de abrir soluciones, dificultan el paso. El menor puede quedar, indica Arés, "en tierra de nadie".

"Tenemos que seguir revisando nuestras políticas, cuáles son las instituciones que tienen a su cargo la atención y la prevención del delito; porque también cuando hay tantas instituciones, igual podemos repartirnos mucho, pero no existe una confluencia de factores, sino más bien un ‘peloteo’ de responsabilidades."

Según la especialista, no son la desatención, la negligencia ni la ausencia de modelos de valores, conflictos de dimensiones extremas en nuestro país. La familia cubana, confirma la psicóloga, está muy compulsada por la sociedad para ser dedicada.

Niños y jóvenes tienen altísimas potencialidades para la reinserción y el desarrollo. Familia, escuela e instituciones responsables marcan el escenario propicio para que queden en tierra de todos.

 

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