Semanas después del paso por Haití de cuatro ciclones, las
promesas de apoyo internacional siguen haciendo filas, pero las que
desembarcan aún son magras, insuficientes. La incertidumbre se
acrecienta, mientras los ríos vuelven a su cauce. Los últimos
reportes refieren 793 muertos, más de 300 desaparecidos y unos 800
000 damnificados en todo el territorio.
Las imágenes transmitidas hace unos días por la televisión
nacional describieron mejor que estas cifras desnudas el drama que
vive la nación caribeña, en el que vuelven a ser visibles las
huellas de años de pobreza, desestabilización, militarización
foránea y miradas compasivas.
En abril de este año, las revueltas en el país entraron en las
noticias de todo el orbe. Como consecuencia de los altos precios de
los alimentos, era el primero que manifestaba su hambre en las
calles. Las protestas terminaron con la destitución del primer
ministro, Jacques Edouard Alexis.
Hoy, de acuerdo con el responsable de la Coordinación Nacional
para la Seguridad Alimentaria (CNSA), Gary Mathieu, al menos 3,3
millones de haitianos —de una población de 8,5 millones— presentan
dificultades para alimentarse. Los huracanes hicieron retroceder al
país años de progreso, sobre todo, en la agricultura. Esta
devastación ha empezado a esbozar los temores de una nueva crisis.
La fragilidad de Haití para levantarse otra vez hizo que la ONU y
el gabinete haitiano pidieran a la comunidad internacional ayuda de
emergencia en alimentos, pero en los últimos días solo se había
recibido el 15% de lo solicitado.
Según el embajador de Puerto Príncipe en La Habana, Jean Raymond
Simon, "ante la falta de ayuda internacional, el Gobierno no se ha
cruzado de brazos y ha llamado a una movilización general".
Mientras describía las dificultades para acceder a zonas cercadas
por las aguas como la norteña ciudad de Gonaives, los puentes aéreos
creados por las fuerzas de la ONU, y la situación todavía precaria
de muchos damnificados, el diplomático reconoció el apoyo de
naciones como República Dominicana y Venezuela.
En este contexto, la nueva integración respondió con prontitud. A
través de los fondos de Petrocaribe, iniciativa del Gobierno
venezolano, Haití dispondrá de un programa de emergencia por 150
millones de dólares, destinado a atender las necesidades básicas de
la población y a la recuperación de la agricultura.
"Lo que necesitamos es una verdadera solidaridad", dijo Simon, al
agradecer también a Cuba la labor de los médicos antillanos en su
país.
Ese renacimiento que intenta erigir Haití concierne a todos.
También de la aproximación sistemática a esa nación depende que
cedan las resurrecciones de viejas crisis.
Días atrás el presidente Preval, durante la Conferencia de Miami,
reclamaba a Washington la deportación de inmigrantes haitianos. "No
comprendo por qué la administración (norteamericana) rechaza el
estatus de protección temporal a los haitianos; no hay condiciones
para que regresen en medio de una situación de desastre". Sus
declaraciones no solo hacían evidente la magnitud de la catástrofe,
sino también la reproducción de las miradas excluyentes que aún
persisten sobre ese país.
Muchos de los discursos del primer mundo en los foros globales se
matizan con mensajes filantrópicos que no tocan tierra. Haití no
necesita hoy del "asistencialismo" o promesas desvanecidas luego por
el tiempo. Ante Naciones Unidas, René Preval volvía a advertirlo:
"Nosotros debemos cambiar el paradigma de la caridad en nuestra
cooperación internacional, porque la obra caritativa no ha ayudado
jamás a ningún país a salir del subdesarrollo".