Cobija para los niños y sus libros

Enrique Milanés León

CAMAGÜEY.— A Eglis Hernández Cisneros el Ike le llevó casi todo el techo de su vivienda y aún puede verse la desnuda armazón de madera. Pero bajo las tejas del pequeño portal que sobrevivió a la furia de los vientos, crece hoy una escuela.

El pequeño Camilo se siente a gusto con las clases en la casa de su maestra.

Esta mujer con un magisterio de 27 años no se conformó ante el derribo de su primaria Lázaro Alfredo Molina, La Altagracia, a unos 20 kilómetros de la ciudad de Camagüey. "Lo esencial era continuar las clases, satisfacer el deseo de aprender de mis alumnos, por eso yo ofrecí mi portal porque este barrio es pequeño y no había muchas posibili-dades".

En casa de Eglis estudian Dianek, Dailana y David, alumnos de segundo grado y parecen hijos de ella. "El televisor está aquí cerca, en casa de mi mamá —explica— y las clases de computación las reciben con la maestra Onaida, que vive al lado". El baño, el agua fría y la conservación de la merienda resultan asunto de familias.

¿Qué le apura más, sus tejas o su escuela?

Le digo que la escuela. Yo confío en mi país, sé que lo mío va a llegar poco a poco, pero me apura más la escuela: lo primero es la enseñanza", responde.

Hasta de un huracán se sacan enseñanzas: "Enseguida comenzamos a hablar con los niños de los daños, les explicamos cómo se recuperan el pueblo, la provincia y el país, a hablarles de la solidaridad de los vecinos que en algunos casos les dieron cobija, y de la importancia de ser más laboriosos".

¿Habrá mala "cosecha" en las aulas, a finales de junio?

"¡Qué va! Yo no dejo que ningún obstáculo le baje las notas a mis muchachos", responde Eglis, entre la pizarra, la bandera, el escudo y los muchachos, en su casa que ahora es su escuela.

LA FUERZA DEL EJEMPLO

A la salida de Vertientes, Arisnelbys Larramendy Tamayo instaló por propia voluntad su aula de preescolar. La primaria Mario Herrero Toscano sufrió severos daños al paso del ciclón y la muchacha, que hace cinco años ofreció su corazón como maestra, brindó ahora su casa.

Daisy señala que el curso marcha bien en su casa, sin interferencias. fotos: Jorge LuIs TÉ

"Será por el tiempo necesario, si es todo el curso, todo el curso. Hasta mi esposo me apoya; él no se va para el trabajo sin sacar y ordenar las mesas. Tengo una niña de seis años, y otros 14 entre cuatro y cinco, los alumnos, cuyos padres dicen que son míos también", expresa satisfecha.

¿El Ike dejó alguna lección en su pizarra?

"Es el primer ciclón que veo y no quiero ver otro, sin embargo, no nos tomó por sorpresa. En Cuba lo más importante es la gente y por eso nos evacuamos, aseguramos los bienes de la escuela, nos ayudamos desinteresadamente".

A MÍ ME DICEN PILAR

En 21 cursos de labor, la maestra Daisy Vázquez Villanueva hizo por sus muchachos de las pocas cosas que le faltaba: darles la sala de su casa, que antes solo se insinuaba desde la escuela ubicada al frente, para que el tercer grado no se les atrasara un solo día.

El panorama realmente emociona. Granma pudo ver a los niños, tan naturales allí que parecían los dueños auténticos de la vivienda. "La educación es muy bella, no me imagino en otra actividad. El ciclón —agrega— le llevó 60 canalones a mi escuela, la primaria Camilo Cienfuegos, fue un momento terrible, en cambio no dejamos mojarse nada del aula".

Cuando el Ike atravesaba el municipio de Jimaguayú, en su casa permanecían protegidos ocho televisores y seis computadoras escolares, seis refrigeradores de vecinos y, lo más importante, 15 compatriotas. Tan pronto el huracán se alejó, ella y su esposo decidieron ayudar más a los niños.

"Imagínese, en la escuela me dicen Pilar —como la de Los zapaticos de Rosa, que lo da todo por los demás—; yo no tengo una palabra para definir la solidaridad, solo puedo decirle: es el gesto más humano sobre la Tierra."

La maestra habla de Venezuela, de Cangamba, de Gómez y el Che; de sus dos alumnos con el hogar derrumbado y, cuando el reportero le pregunta cómo quisiera que sus niños recordaran este huracán, responde: "La forma en que salvamos los libros".

EL OJO... DE LA REVOLUCIÓN

Dianek está en segundo grado, en una escuelita rural de las afueras de Altagracia. No le gusta perder clases: "Si no estudio, no puedo saber nada. La maestra Eglis me presta la casa y puedo leer y escribir, por eso ella es buena".

Arisnelbys relató cómo los vecinos ayudaron a proteger los medios de la escuela.

Con cuatro años todavía, José Antúnez Beltrán está satisfecho de dar clases en casa de su maestra Arisnelbys, en Vertientes: "El ciclón se llevó las tejas de la escuela, es fuerte pero no pudo ponerla fea. Yo voy a ser maestro y a enseñar a los niños a portarse bien".

Camilo Ochoa Carreño ya cumplió ocho años en el pueblo de Las Cruces, Jimaguayú: "Me pareció bien venir para la casa de la maestra Daisy. Si ella sigue con nosotros, no me siento raro aquí". Si se va entonces sí me pongo bravo".

 

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