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Agobiado por la persistencia de acciones armadas de resistencia a la
ocupación norteamericana, el gobierno de Iraq encara hoy con
indecisión las presiones internas y foráneas para reinsertar
socialmente a unos 100 mil mercenarios sunnitas.
Expertos en política iraquí vaticinan un escenario potencialmente
explosivo en este país árabe debido al proceso ya en marcha para
formalizar, con presupuesto nacional, el pago salarial a los
miembros de los Consejos Sahwa o Despertar.
El gobierno de Iraq asumió desde este jueves, la remuneración de
54 mil miembros de los Consejos Sahwa, sunnitas financiados y
armados hasta ahora por Estados Unidos para combatir a la
resistencia y cuyos salarios tienen un costo anual de 360 millones
de dólares.
Washington argumentó en 2005 que esos hombres que se le habían
unido después de combatir a sus tropas y al ejército iraquí, tenían
la nueva misión de enfrentar a la red Al-Qaeda, y desde entonces los
armó, entrenó y mantuvo financieramente.
Los primeros destacamentos surgieron en la provincia de Al-Anbar
y posteriormente se extendieron entre las tribus árabes sunnitas de
las provincias de Salaheddin, Diyala, Nínive, Tamim y Bagdad.
Según el analista iraquí Sabah Al-Mokhtar, el panorama será
complejo tomando en cuenta los enfrentamientos sectarios entre
musulmanes chiítas, que son mayoría en el ejecutivo, y sunnitas,
concentrados en la región occidental.
El punto más controversial es que mientras La Casa Blanca y el
gobierno del primer ministro Nouri Al-Maliki afirman que los
referidos milicianos a sueldo combaten a Al-Qaeda, para muchos
iraquíes el asunto no pasa de ser una cuestión semántica.
Hay una ocupación extranjera en Iraq a la cual se oponen por
diversas vías y métodos gente de todo tipo, chiítas, nacionalistas,
cristianos, incluso algunos sunnitas y hasta extremistas islámicos,
observó Al-Mokhtar en declaraciones al canal qatarí Al Jazeera.
Recordó que Al-Maliki es presionado por Estados Unidos para que
asuma el pago a los 100 mil miembros de los Consejos Sahwa y,
además, los incorpore en el ejército nacional, institución que junto
con la policía se nutre básicamente de personal de confesión chiíta.
Círculos diplomáticos sostienen que las autoridades iraquíes
temen una disolución de la identidad chiíta en sus instituciones,
aunque para aplacar las presiones estadounidenses prometieron dar
empleo y entrenamiento a los Sahwas.
Por su lado, los jefes tribales de los Consejos Sahwa esgrimen
peligro de maltratos contra sus efectivos, y reclaman espacios a
partir de la amenaza de que sin sus huestes, la red Al-Qaeda podría
volver a ser fuerte en Iraq.
Otros expertos creen que los Consejos pueden asumir o respaldar
sin grandes complicaciones las labores del ejército y la policía,
instituciones golpeadas por la falta de credibilidad de la
ciudadanía y hasta ahora incapaces de garantizar la seguridad en el
país.
El gobierno iraquí, en todo caso, es partidario de un proceso muy
riguroso de selección de los sunnitas que podrían incorporarse a
instituciones de seguridad o a labores productivas.
A las autoridades de Bagdad no les resulta ajena la preocupación
de que los sunnitas que antes combatieron como insurgentes a las
tropas norteamericanas y al dominio chiíta, quieran ahora recuperar
parte o todo el poder perdido.
Se trata, según coinciden todos, de una integración necesaria,
pero que se vislumbra muy difícil por el mismo sectarismo religioso
exacerbado por las fuerzas invasoras desde 2003.