Esa euforia estaba acompañada de la ola neoliberal con que se
desmanteló el modelo socialista en aquellos países, y que en América
Latina privatizó a diestra y siniestra, implementó programas de
ajuste y cargó sobre las mayorías el peso del injusto reparto de la
riqueza.
En Cuba, que resistía a pie firme y con grandes sacrificios,
Fidel advertía: "de las grandes crisis han surgido siempre las
grandes soluciones". La historia, que volvería por sus fueros de la
mano de los pueblos, le daría la razón.
Cuando en los llamados tanques pensantes de la política yanki se
borraba del diccionario la palabra socialismo, en América Latina el
nuevo siglo traía consigo el reverdecer de un ideario que,
interpretado de más de una manera, representa principios comunes de
equidad, justicia social, soberanía.
Sin mucho ropaje teórico, pero rescatando legados y recreando la
práctica según las condiciones de uno u otro país, el llamado
socialismo del siglo XXI entraña proyectos de liberación nacional
que se abren paso en plena competencia con las leyes y reglas del
capitalismo para alcanzar lo que el presidente venezolano Hugo
Chávez resume en una frase bolivariana: "darle al pueblo la mayor
suma de felicidad posible".
En Ecuador, que en la última década vio caer a varios presidentes
bajo el empuje y la repulsa del pueblo, el presidente Rafael Correa
recibió el pasado domingo un contundente respaldo en el referendo
que aprobó la nueva Constitución política de esa nación andina.
De esa manera, Correa podrá contar con el marco legal para llevar
adelante su prometida revolución ciudadana, con la que, afirma,
construirá el socialismo del siglo XXI en la tierra de Eloy Alfaro.
Ex viceministro de Economía, economista de formación con títulos
de universidades de Ecuador, EE.UU. y Bélgica, este joven político
ecuatoriano de 45 años había alcanzado la presidencia a principios
del pasado año prácticamente sin contar con un partido, y mucho
menos con representación en el Congreso, al que no presentó
candidatos por considerarlo cubil del neoliberalismo y la corrupción
en su país.
Ya Correa enarbolaba la vía constituyente que, avalada ahora por
el 64% de los votos en el referendo, condena toda forma de
imperialismo, colonialismo, neocolonialismo y respalda el derecho de
los pueblos a la resistencia y la liberación contra la opresión.
Expresamente antineoliberal, la Carta Magna propugna un modelo
económico social y solidario, devuelve al Estado su papel en la
administración, regulación y gestión de los sectores estratégicos,
al tiempo que prohíbe la venta o privatización de los recursos
naturales.
El texto establece formas inéditas de participación popular para
su país, que incluyen el control ciudadano y el derecho a revocar de
sus cargos a cualquier funcionario electo.
Será este un punto en común con la Constitución que dio vida a la
República Bolivariana de Venezuela, la cual establece el referendo
revocatorio al que se sometió Chávez en el 2004, y que hace apenas
unas semanas también fue refrendatorio del mandato del presidente
Evo Morales en Bolivia.
Fue Venezuela la que marcó el rumbo de la vía constituyente para
impulsar la refundación. La Constitución aprobada en 1999 permitió
desbrozar el camino recorrido hasta hoy, en el que el Partido
Socialista Unido de Venezuela aspira, junto a otras organizaciones
aliadas, propinar una nueva derrota a los partidos de la derecha,
los pitiyankis, como les llama el mandatario bolivariano.
Si en otra época los espacios tenían que ser arrancados a las
oligarquías y al imperialismo con las armas en la mano y al costo de
cuantiosas y valiosas vidas, el desarrollo de nuevas formas
populares de resistencia y la irrupción de líderes que mueven
pueblos, se abren pasos en los marcos jurídicos establecidos para
impulsar transformaciones estructurales en Latinoamérica.
Las principales armas revolucionarias son hoy la identificación
con el pueblo y la capacidad de movilización y concientización, pero
ello no quiere decir que la vía y los objetivos resulten fáciles de
alcanzar, ni que la derecha, decadente y desacreditada, esté
finalmente derrotada en Venezuela, Ecuador o Bolivia.
Lo corroboró la fallida reforma constitucional en Venezuela, en
diciembre pasado, así como la larga y compleja batalla por la nueva
Constitución política en Bolivia, donde la oligarquía, otra vez
aliada y estimulada por Estados Unidos, ha recurrido a la violencia
y el boicot para intentar frenar el proceso de cambios representado
por el primer presidente indígena de Latinoamérica.
Y si en varias naciones del continente el camino de la
Constituyente está siendo transitado para abrir las puertas a la
construcción del nuevo modelo de sociedad, en Cuba, que lo había
adoptado en 1976 tras masivo referendo, nuestro pueblo aprobó en el
2002 una reforma que estableció la irreversibilidad del socialismo.
La continuidad de la historia recibía así rango constitucional.