La Constituyente: una vía revolucionaria

ORLANDO ORAMAS LEÓN

La caída del socialismo en Europa Oriental y la de-sintegración de la Unión Soviética en 1991 hicieron creer a algunos en Estados Unidos que podían proclamar el fin de la historia: en lo adelante solo perduraría el capitalismo.

Los ecuatorianos celebraron la victoria del Sí en el referendo constitucional.

Esa euforia estaba acompañada de la ola neoliberal con que se desmanteló el modelo socialista en aquellos países, y que en América Latina privatizó a diestra y siniestra, implementó programas de ajuste y cargó sobre las mayorías el peso del injusto reparto de la riqueza.

En Cuba, que resistía a pie firme y con grandes sacrificios, Fidel advertía: "de las grandes crisis han surgido siempre las grandes soluciones". La historia, que volvería por sus fueros de la mano de los pueblos, le daría la razón.

Cuando en los llamados tanques pensantes de la política yanki se borraba del diccionario la palabra socialismo, en América Latina el nuevo siglo traía consigo el reverdecer de un ideario que, interpretado de más de una manera, representa principios comunes de equidad, justicia social, soberanía.

Sin mucho ropaje teórico, pero rescatando legados y recreando la práctica según las condiciones de uno u otro país, el llamado socialismo del siglo XXI entraña proyectos de liberación nacional que se abren paso en plena competencia con las leyes y reglas del capitalismo para alcanzar lo que el presidente venezolano Hugo Chávez resume en una frase bolivariana: "darle al pueblo la mayor suma de felicidad posible".

LA CONSTITUYENTE, UNA VÍA

En Ecuador, que en la última década vio caer a varios presidentes bajo el empuje y la repulsa del pueblo, el presidente Rafael Correa recibió el pasado domingo un contundente respaldo en el referendo que aprobó la nueva Constitución política de esa nación andina.

De esa manera, Correa podrá contar con el marco legal para llevar adelante su prometida revolución ciudadana, con la que, afirma, construirá el socialismo del siglo XXI en la tierra de Eloy Alfaro.

Ex viceministro de Economía, economista de formación con títulos de universidades de Ecuador, EE.UU. y Bélgica, este joven político ecuatoriano de 45 años había alcanzado la presidencia a principios del pasado año prácticamente sin contar con un partido, y mucho menos con representación en el Congreso, al que no presentó candidatos por considerarlo cubil del neoliberalismo y la corrupción en su país.

Ya Correa enarbolaba la vía constituyente que, avalada ahora por el 64% de los votos en el referendo, condena toda forma de imperialismo, colonialismo, neocolonialismo y respalda el derecho de los pueblos a la resistencia y la liberación contra la opresión.

Expresamente antineoliberal, la Carta Magna propugna un modelo económico social y solidario, devuelve al Estado su papel en la administración, regulación y gestión de los sectores estratégicos, al tiempo que prohíbe la venta o privatización de los recursos naturales.

El texto establece formas inéditas de participación popular para su país, que incluyen el control ciudadano y el derecho a revocar de sus cargos a cualquier funcionario electo.

Será este un punto en común con la Constitución que dio vida a la República Bolivariana de Venezuela, la cual establece el referendo revocatorio al que se sometió Chávez en el 2004, y que hace apenas unas semanas también fue refrendatorio del mandato del presidente Evo Morales en Bolivia.

Fue Venezuela la que marcó el rumbo de la vía constituyente para impulsar la refundación. La Constitución aprobada en 1999 permitió desbrozar el camino recorrido hasta hoy, en el que el Partido Socialista Unido de Venezuela aspira, junto a otras organizaciones aliadas, propinar una nueva derrota a los partidos de la derecha, los pitiyankis, como les llama el mandatario bolivariano.

Si en otra época los espacios tenían que ser arrancados a las oligarquías y al imperialismo con las armas en la mano y al costo de cuantiosas y valiosas vidas, el desarrollo de nuevas formas populares de resistencia y la irrupción de líderes que mueven pueblos, se abren pasos en los marcos jurídicos establecidos para impulsar transformaciones estructurales en Latinoamérica.

Las principales armas revolucionarias son hoy la identificación con el pueblo y la capacidad de movilización y concientización, pero ello no quiere decir que la vía y los objetivos resulten fáciles de alcanzar, ni que la derecha, decadente y desacreditada, esté finalmente derrotada en Venezuela, Ecuador o Bolivia.

Lo corroboró la fallida reforma constitucional en Venezuela, en diciembre pasado, así como la larga y compleja batalla por la nueva Constitución política en Bolivia, donde la oligarquía, otra vez aliada y estimulada por Estados Unidos, ha recurrido a la violencia y el boicot para intentar frenar el proceso de cambios representado por el primer presidente indígena de Latinoamérica.

Y si en varias naciones del continente el camino de la Constituyente está siendo transitado para abrir las puertas a la construcción del nuevo modelo de sociedad, en Cuba, que lo había adoptado en 1976 tras masivo referendo, nuestro pueblo aprobó en el 2002 una reforma que estableció la irreversibilidad del socialismo. La continuidad de la historia recibía así rango constitucional.

 

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