Hacía
falta Kangamba, una película de guerra (sí, de guerra) que es
mucho más de lo que uno pudiera imaginarse.
La insistencia en cuanto al término de "película de guerra" no es
gratuita. Ese es un género que conlleva muchas veces un despliegue
de recursos armamentísticos, y de técnicas de la pirotecnia, sin
cuya profesionalidad el escenario del conflicto humano puede
resultar fallido y máxime cuando —como en el caso que nos ocupa— se
trata de reconstruir un acoso geográfico matizado tanto por las
explosiones como por combates de la infantería, en el que toman
parte aviones, helicópteros, tanques y artillería pesada.
Hay cinematografías poderosas que desde el mismo nacimiento del
cine acometieron el género de guerra e hicieron de él toda una
escuela. Filmes buenos, malos, heroicos, tendenciosos, falseados,
con sólidas o endebles estructuras dramáticas, pero casi todos
sustentados en una regia visualidad bélica.
Cien años de prácticas y de comercialización de sus productos le
hace difícil a esa industria fallar en tan importante rubro. Pero
Kangamba es la primera cinta de nuestra cinematografía que se
impone el reto del espectáculo pleno que demandaba su historia de
heroísmos. Y lo hace insertándolo con oficio en la dramaturgia de un
drama que habla de la resistencia de un grupo de cubanos y de
angolanos que con muy pocas municiones, sin comida ni agua, frenaron
durante días la embestida de tropas de la Unita en la Angola de
1983.
Explosiones y armamentos no en función del espectáculo por el
espectáculo, sino acoplándose perfectamente a la intensidad del
drama, un crescendo de excelentes momentos, como ese en que
desde una trinchera "el piloto", mandado a buscar para "hacer lo
suyo", indica a la aviación cubana cuáles son los objetivos sobre
los que debe disparar, en especial un francotirador que ya se ha
cobrado una cuantas vidas, y entonces el indispensable recurso de
contar con los aviones ––y además filmarlos bien–– nos devuelve lo
fáctico de aquellos días, ahora recreados con la verosimilitud que
permite el arte al actuar sobre la realidad.
He preferido subrayar primero el feliz "envoltorio" de
Kangamba, porque sin él lo íntimo del conflicto épico no hubiera
funcionado con igual plenitud. Decorados y ambientación armados en
las llanuras de Camagüey, que si no se dice, muchos piensan que
provienen de las mismísima Angola, con unas construcciones típicas
que dan vida a la pequeña población que convive con los reservistas
cubanos, atrapada también ella en la tragedia que conllevaría el
caer en manos de los soldados de la Unita. Y moviéndose en ese
entorno perfectamente africano, unos extras capaces de imprimirle a
la historia un semblante de pasmosa apariencia.
Imaginativo y vehemente, el director Rogelio París sabía que eran
muchos los factores a imbricarse para hacer de Kangamba el
filme coral que pretendía como homenaje a aquellos cubanos que en
Angola pusieron por los cielos el estandarte de la solidaridad. Y
hacerlo, cuidándose de no caer en las fanfarrias heroicas
devoradoras de las particularidades humanas, que son en fin de
cuenta las que trazan los rasgos de la epopeya. De ahí que su guión,
escrito junto a Jorge Fuentes, les siga los pasos a una
multiplicidad de personajes atrapados en la contienda. Galería donde
cabe de todo, desde el joven que pierde un ojo y un rato después
quiere seguir disparando, hasta otro que en su primera misión se
paraliza por el miedo. Y entre ellos, los dos protagónicos, el
capitán Mayito, personaje de ficción que encarna Rafael Lahera, y el
teniente coronel Lorenzo, que corre a cargo de Armando Tomey y que
se basa en la figura de Fidencio González Peraza, Héroe de la
República de Cuba y responsable de las tropas cubanas asentadas en
Cangamba.
Tanto Lahera —que tan bien estuvo en Barrio Cuba— como
Tomey resultan convincentes en sus desempeños, sin embargo, en el
caso del primero, resalta demasiado el hincapié de los guionistas
por no presentarlo como el clásico héroe de la contienda y
revestirlo de defectillos que, si bien comprensibles, hubiesen
requerido de una elaboración del antihéroe menos acentuada. Ello,
además de que el personaje, hilo conductor del relato, se nos pierde
durante un rato de la historia.
Pero más allá de algún que otro señalamiento, que siempre los
hay, hay que convenir que Kangamba es una película con todas
las de la ley, emotiva, pletórica de humanidad, bien actuada en lo
general, de las que agarran y no sueltan, perfectamente fotografiada
(y hay que ver esos rostros en las trincheras, lo mismo a la espera
de lanzarse al combate que mientras se lee la misiva de Fidel en los
momentos más tremendos), con una música acorde con las emociones por
las que se transita, tiempos narrativos en los que la incertidumbre
por lo que vendrá es atrapada en una atmósfera de suspenso.
Es muy bueno que Kangamba empiece a recorrer el país y se
presente en todas partes como homenaje a esos hombres sencillos que
un día le vieron la cara a la muerte y que, sin hablar de los
tiempos heroicos, hoy siguen entre nosotros —en las duras y en las
buenas— haciendo de sus vidas lo más natural de la existencia.