Kangamba

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

Hacía falta Kangamba, una película de guerra (sí, de guerra) que es mucho más de lo que uno pudiera imaginarse.

La insistencia en cuanto al término de "película de guerra" no es gratuita. Ese es un género que conlleva muchas veces un despliegue de recursos armamentísticos, y de técnicas de la pirotecnia, sin cuya profesionalidad el escenario del conflicto humano puede resultar fallido y máxime cuando —como en el caso que nos ocupa— se trata de reconstruir un acoso geográfico matizado tanto por las explosiones como por combates de la infantería, en el que toman parte aviones, helicópteros, tanques y artillería pesada.

Hay cinematografías poderosas que desde el mismo nacimiento del cine acometieron el género de guerra e hicieron de él toda una escuela. Filmes buenos, malos, heroicos, tendenciosos, falseados, con sólidas o endebles estructuras dramáticas, pero casi todos sustentados en una regia visualidad bélica.

Cien años de prácticas y de comercialización de sus productos le hace difícil a esa industria fallar en tan importante rubro. Pero Kangamba es la primera cinta de nuestra cinematografía que se impone el reto del espectáculo pleno que demandaba su historia de heroísmos. Y lo hace insertándolo con oficio en la dramaturgia de un drama que habla de la resistencia de un grupo de cubanos y de angolanos que con muy pocas municiones, sin comida ni agua, frenaron durante días la embestida de tropas de la Unita en la Angola de 1983.

Explosiones y armamentos no en función del espectáculo por el espectáculo, sino acoplándose perfectamente a la intensidad del drama, un crescendo de excelentes momentos, como ese en que desde una trinchera "el piloto", mandado a buscar para "hacer lo suyo", indica a la aviación cubana cuáles son los objetivos sobre los que debe disparar, en especial un francotirador que ya se ha cobrado una cuantas vidas, y entonces el indispensable recurso de contar con los aviones ––y además filmarlos bien–– nos devuelve lo fáctico de aquellos días, ahora recreados con la verosimilitud que permite el arte al actuar sobre la realidad.

He preferido subrayar primero el feliz "envoltorio" de Kangamba, porque sin él lo íntimo del conflicto épico no hubiera funcionado con igual plenitud. Decorados y ambientación armados en las llanuras de Camagüey, que si no se dice, muchos piensan que provienen de las mismísima Angola, con unas construcciones típicas que dan vida a la pequeña población que convive con los reservistas cubanos, atrapada también ella en la tragedia que conllevaría el caer en manos de los soldados de la Unita. Y moviéndose en ese entorno perfectamente africano, unos extras capaces de imprimirle a la historia un semblante de pasmosa apariencia.

Imaginativo y vehemente, el director Rogelio París sabía que eran muchos los factores a imbricarse para hacer de Kangamba el filme coral que pretendía como homenaje a aquellos cubanos que en Angola pusieron por los cielos el estandarte de la solidaridad. Y hacerlo, cuidándose de no caer en las fanfarrias heroicas devoradoras de las particularidades humanas, que son en fin de cuenta las que trazan los rasgos de la epopeya. De ahí que su guión, escrito junto a Jorge Fuentes, les siga los pasos a una multiplicidad de personajes atrapados en la contienda. Galería donde cabe de todo, desde el joven que pierde un ojo y un rato después quiere seguir disparando, hasta otro que en su primera misión se paraliza por el miedo. Y entre ellos, los dos protagónicos, el capitán Mayito, personaje de ficción que encarna Rafael Lahera, y el teniente coronel Lorenzo, que corre a cargo de Armando Tomey y que se basa en la figura de Fidencio González Peraza, Héroe de la República de Cuba y responsable de las tropas cubanas asentadas en Cangamba.

Tanto Lahera —que tan bien estuvo en Barrio Cuba— como Tomey resultan convincentes en sus desempeños, sin embargo, en el caso del primero, resalta demasiado el hincapié de los guionistas por no presentarlo como el clásico héroe de la contienda y revestirlo de defectillos que, si bien comprensibles, hubiesen requerido de una elaboración del antihéroe menos acentuada. Ello, además de que el personaje, hilo conductor del relato, se nos pierde durante un rato de la historia.

Pero más allá de algún que otro señalamiento, que siempre los hay, hay que convenir que Kangamba es una película con todas las de la ley, emotiva, pletórica de humanidad, bien actuada en lo general, de las que agarran y no sueltan, perfectamente fotografiada (y hay que ver esos rostros en las trincheras, lo mismo a la espera de lanzarse al combate que mientras se lee la misiva de Fidel en los momentos más tremendos), con una música acorde con las emociones por las que se transita, tiempos narrativos en los que la incertidumbre por lo que vendrá es atrapada en una atmósfera de suspenso.

Es muy bueno que Kangamba empiece a recorrer el país y se presente en todas partes como homenaje a esos hombres sencillos que un día le vieron la cara a la muerte y que, sin hablar de los tiempos heroicos, hoy siguen entre nosotros —en las duras y en las buenas— haciendo de sus vidas lo más natural de la existencia.

 

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