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Textos y contextos en vísperas del 26
José Antonio Benítez fue un maestro de periodistas, que sobresalió
no solo por su profesionalismo y su ética, sino también por su
modestia y su sencillez. Fundador de Granma, le rendimos
homenaje con la publicación de este extenso artículo (ahora
actualizado) que publicó hace 35 años en nuestras páginas
Uno
de los puntos extraordinarios de nuestro proceso revolucionario
consiste en que no solo nos hemos planteado cambiar el medio
circundante, sino que nos hemos propuesto transformarnos nosotros
mismos. Hay un mundo nuevo y un hombre nuevo en el horizonte.
Se podría afirmar, por consiguiente, que el proceso de mutaciones
que emprendimos al triunfar la Revolución es el más profundo y el
más arrollador de cuantos registra nuestra historia desde que los
conquistadores españoles barrieron las costumbres y la cultura y
sepultaron el comunismo primitivo de nuestros taínos, siboneyes y
guanahatabeyes.
Ninguno de los acontecimientos históricos de nuestro país, sin
embargo, está gobernado por abstracciones. Todos fueron determinados
por la acción consciente de los hombres. Es el común denominador. La
historia, como afirma Marx, nada hace, ni posee una riqueza inmensa,
ni libra batallas: es el hombre, el hombre real y vivo, quien lo
hace todo.
El asalto al cuartel Moncada tampoco se realizó bajo la batuta de
una abstracción. Sus protagonistas actuaron en un contexto social
determinado y con el prontuario de una idea concreta. No fue un
hecho aislado sino parte del "proceso de desarrollo de la conciencia
y del pensamiento político y revolucionario de nuestro país durante
100 años". El autor intelectual fue Martí. Las raíces del Moncada
están en nuestra historia. La Revolución "comenzó el 10 de Octubre
de 1868". En el tiempo transcurrido desde entonces surgieron hombres
que fueron a la vez producto y agentes del proceso, representantes y
creadores de las fuerzas sociales que han ido transformando nuestro
país y nuestro pensamiento.
La historia de las luchas del pueblo cubano es la sucesión de
diferentes generaciones, cada una de las cuales ha proseguido, en
condiciones distintas, las actividades de las que le precedieron.
PARALELO Y CONTEXTO
Hace 115 años, un hombre recorría América invocando la guerra
necesaria en su patria. Cientos de miles de soldados ocupaban su
país: una colonia de España. Ese hombre organizó un partido
revolucionario. Dijo: "De vez en cuando es necesario sacudir el
mundo, para que lo podrido caiga a tierra". Habló con su pueblo.
Dialogó con los trabajadores. Dijo: "Por el poder de erguirse se
mide a los hombres". Exaltó el patriotismo. Fustigó las
ambiciones personales. Arengó a los indecisos. Convocó a los ex
combatientes de la Guerra de los Diez Años.
Dijo: "Hay que levantarse, sacudirse el polvo y seguir
andando". Zanjó diferencias. Eliminó discordias. Unió
voluntades. Desenmascaró anexionistas. Denunció al vecino poderoso.
Dijo: "Viví en el monstruo y le conozco las entrañas". Alertó
a América. Rindió tributo a los héroes. Redactó un programa.
Enfrentó las ideas nuevas a los viejos conceptos enemigos.
Desencadenó la guerra. Dijo: "Ya estoy todos los días en peligro
de dar mi vida por mi país y por mi deber —puesto que lo entiendo y
tengo ánimos con qué realizarlo— de impedir a tiempo con la
independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados
Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de
América".
Las ideas volvieron a chocar hace 55 años. La esencia era la
misma. Las mismas ambiciones personales, neocolonia, anexionistas
parecidos, discordias y diferencias similares, el mismo vecino
poderoso¼ Y la misma invocación, el mismo
patriotismo —ex combatientes, obreros, campesinos— el mismo diálogo
con el pueblo, el mismo programa, la misma guerra.
Lo único distinto eran las condiciones. Ahora había una
república: partidos políticos, procesos electorales, "botelleros",
inversionistas, banqueros (norteamericanos), terratenientes,
turistas (norteamericanos), empréstitos, presupuestos, aduanas,
contrabandistas, agentes de la CIA, industriales (norteamericanos),
agencias de publicidad, surveyes, centrales, electricidad y
teléfonos (norteamericanos). La república tenía una Constitución,
libros de historia tergiversada, un embajador norteamericano, una
cuota azucarera, una misión militar yanki, una base naval ilegal en
Guantánamo. El 10 de marzo de 1952 también tenía un cuartelazo.
El golpe batistiano agudizó el siguiente contexto social: medio
millón de viviendas precolombinas, un millón de hombres sin trabajo,
un millón y medio de analfabetos según el censo, benévolo, por
supuesto, de 1953. Había otras estadísticas, pero no aparecían en
las cifras nacionales ni en los censos de población: el campesino
sin tierra y la tierra sin campesinos, los pescadores sin barcos,
los meses de tiempo muerto, el ayuno involuntario, las noches de
insomnio de los pobres, las madrugadas melancólicas, los días
interminables, las gestiones inútiles.
En el evangelio de aquella república había tres grandes mercedes:
conseguir trabajo, ingresar en un hospital y adquirir una educación.
Era el plan de salvación por la misericordia de gobernantes
corrompidos. Las tres gracias, como las de Ticiano, o como las de
Rubens, eran divinidades mitológicas.
El 4 de marzo, un joven abogado, Fidel Castro, había denunciado
el gansterismo oficial, las prebendas palaciegas, la maquinaria del
crimen, el reparto de "botellas", y ante el Tribunal de Cuentas de
aquella república había formulado la angustia nacional: "Cuba,
convertida en tierra de caínes feroces, camino del suicidio, hecha
garito y antro de unos cuantos desenfrenados, vuelve desesperada sus
ojos para pedir de ustedes, el milagro que pueda salvarla del
derrumbe constitucional y moral que la amenazaba".
El documento, presentado ante el Tribunal de Cuenta de aquella
república, terminaba así: "Y para concluir estas líneas en las
que he puesto la mayor suma de honradez y sinceridad, sólo me resta
repetir aquellas palabras de Martí cuando exhortaba a los cubanos a
la lucha: ¡Para ti, Patria, la sangre de las heridas de este mundo y
la sonrisa de los mártires al caer! ¡Para ti, Patria, el entusiasmo
sensato de tus hijos, el dolor grato de servirte, y la resolución de
ir hasta el final del camino!".
EL ANTECEDENTE
Si la historia, como dicen algunos autores, comienza cuando los
hombres se ponen a pensar en función de una serie de acontecimientos
específicos en que se hallan comprometidos conscientemente y en los
que conscientemente pueden influir, la historia del 26 de julio
comenzó antes del 10 de marzo.
La colisión, como en el 68, como en el 95, como en el 33, no iba
a ser entre ideas abstractas. No iba a ser entre un grupo de
hombres, por una parte, y la sociedad, por la otra, sino entre las
clases de esa sociedad.
En una entrevista concedida a la prensa extranjera (1),
en 1967, el Jefe de la Revolución cubana, Fidel Castro expresaba:
"Antes del golpe había estado pensando en utilizar los medios
legales, el Parlamento, como un punto de partida desde el que podría
establecer una plataforma revolucionaria y movilizar las masas a su
favor; no como medios de llevar a cabo esos cambios directamente.
Estaba convencido, entonces, que ello sólo podría ser realizado por
una vía revolucionaria".
Al profundizar en el tema, refería:
"Por primera vez concebí una estrategia para la toma
revolucionaria del poder; una vez en el Parlamento quebraría la
disciplina del Partido
(2) y presentaría un programa integrado prácticamente por
todas las medidas que, desde la victoria de la Revolución, han sido
transformadas en leyes".
El golpe de estado de Batista creó una nueva situación.
"Mi idea —dice el Jefe de la Revolución en la entrevista aludida—
se transformó: no organizar un movimiento, sino intentar la unidad
de las diversas fuerzas contra Batista. Proyectaba participar en esa
lucha simplemente como un soldado más. Comencé a organizar las
primeras células de actividad, esperando trabajar junto a aquellos
líderes del Partido que podrían estar listos para cumplir el deber
elemental de luchar contra Batista. Todo lo que yo quería era un
rifle y órdenes para cumplir una misión donde fuera. Me encontré de
pronto en busca de un jefe; pero cuando ninguno de esos dirigentes
demostraron poseer la capacidad o el carácter o la seriedad de
propósitos o el medio de derribar a Batista, establecí, finalmente,
mi propia estrategia."
EL PENSAMIENTO
Hace 55 años, un hombre recorría nuestra isla invocando la guerra
necesaria en su patria. Miles de soldados ocupaban su país: una
neocolonia de los Estados Unidos. Un tirano se había adueñado de la
nación. La fuerza bruta imperaba sobre la razón humana. Dijo:
"¼ la verdad que alumbre los destinos
de Cuba y guíe los pasos de nuestro pueblo en esta hora difícil, esa
verdad que ustedes no permitirán decir, la sabrá todo el mundo,
correrá subterránea de boca en boca en cada hombre y mujer, aunque
nadie lo diga en público ni lo escriba en la prensa, y todos la
creerán y la semilla de la rebeldía heroica se irá sembrando en
todos los corazones; es la brújula que hay en cada conciencia"
(3).
El joven revolucionario organizó un movimiento. Elaboró planes
revolucionarios. Estructuró un estado mayor. Distribuyó tareas,
concilió criterios, definió posiciones. Diseccionó el régimen.
Estigmatizó el cuartelazo. Enarboló las ideas nuevas. Frescas y
limpias ante los conceptos moribundos de aquella república.
Dijo:
"No basta con que los alzados digan ahora tan campantes que la
revolución es fuente de derecho, si en vez de revolución lo que hay
es restauración; si en vez de progreso, retroceso; y en vez de
justicia y orden, barbarie y fuerza bruta; y si no hubo programa
revolucionario, ni teoría revolucionaria, ni prédica revolucionaria
que precediera al golpe: politiqueros sin pueblo, en todo caso
convertidos en asaltantes del poder, sin una concepción nueva del
Estado, de la sociedad y el ordenamiento jurídico, basado en hondos
principios históricos y filosóficos, no habrá revolución generadora
de derechos" (4).
El imperialismo norteamericano reconoció el subgobierno
batistiano. El tirano improvisó sargentos, coroneles y generales.
Repartió prebendas y sueldos. Alquiló asesinos y chupatintas.
Instituyó la tortura. El revolucionario condenó las genuflexiones.
Previno a los aturdidos y a los apocados. Aconsejó a los vacilantes.
Advirtió a los pusilánimes. Fustigó a los traidores. Dijo:
"¡Atrás los que consejo pueriles y acomodaticios quieren apartar
la juventud del sacrificio! A nosotros no nos importan las
frustraciones del pasado. ¡Vergüenza y oprobio eterno a los
colaboracionistas y los traidores que hoy, como ayer, niegan la
libertad a la Patria y el decoro al pueblo! Adelante los buenos
cubanos, los que se quieren poner en esta hora difícil bajo las
banderas de la honra" (5).
El revolucionario invocó al Apóstol. Señaló el ejemplo de los
Mella, los Trejo, los Guiteras. Alentó a las fuerzas puras del país.
Sembró la semilla de la rebeldía heroica en todos los corazones.
Invitó a los cubanos de valor al sacrificio y a la lucha. Sostuvo
ante la tumba de Chibás que Batista había entrado por la violencia,
y que por la violencia había que sacarlo. Acusó al tirano. Dijo:
"Frente a ti, a Cuba le queda solo un camino: el sacrificio, la
inmolación en aras de sus amadas libertades. De las desdichas que
ella sufra, de las desgracias que la acechan, de la sangre que caiga¼
¡YO TE ACUSO¼ TIRANO RUIN!!!" (6).
El revolucionario hizo comunicativo su pensamiento. Apeló a la
conciencia nacional. Alzó la voz por encima del tumulto de los
cobardes, los mediocres y los pobres de espíritu. Censuró las pugnas
inútiles y los egoísmos. Reprobó las querellas bizantinas. Habló a
su pueblo, a los jóvenes humildes, obreros, empleados y campesinos.
Dijo:
"Quien tenga un concepto tradicional de la política podrá
sentirse pesimista ante este cuadro de verdades. Para los que
tengan, en cambio, fe ciega en las masas, para los que crean en la
fuerza irreductible de las grandes ideas, no será motivo de
aflojamiento y desaliento la indecisión de los líderes, porque esos
vacíos son ocupados bien pronto por los hombres enteros que salen de
las filas. El momento es revolucionario y no político. La política
es la consagración del oportunismo de los que tienen medios y
recursos. La Revolución abre paso al mérito verdadero, a los que
tienen valor e ideas sinceras, a los que exponen el pecho
descubierto y toman en la mano el estandarte. A un partido
revolucionario debe corresponder una dirigencia revolucionaria,
joven y de origen popular que salve a Cuba" (7).
El revolucionario organizó un pequeño ejército. Creó un estilo de
trabajo. Estableció una disciplina. Trazó una estrategia. Inspiró a
un puñado de héroes. Trabajaron sin descanso. Identificó un cuartel.
Desencadenó la guerra.
Dijo:
"Compañeros: Podrán vencer dentro de unas horas, o ser vencidos,
pero de todas maneras, ¡Óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras
este movimiento triunfará. Si vencen mañana, se hará más pronto lo
que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de
ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante. El
pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la isla. Jóvenes del
Centenario del Apóstol, como en el 68 y el 95, aquí en Oriente damos
el primer grito de ¡LIBERTAD O MUERTE! Ya conocen ustedes el
objetivo del plan. Sin duda alguna es peligroso y todo el que salga
conmigo de aquí esta noche debe hacerlo por su absoluta voluntad.
Aún están a tiempo para decidirse. De todos modos, algunos tendrán
que quedarse por falta de armas. Los que estén determinados a ir den
un paso al frente. La consigna es no matar, sino por última
necesidad" (8).
LA
ACCIóN
Hace 113 años —el 25 de marzo de 1895— dos hombres, Martí y
Máximo Gómez, suscribieron en una humilde vivienda del pueblecito de
Montecristi, en Santo Domingo, un documento que la historia ha
recogido con el nombre de Manifiesto de Montecristi. Dice:
"La guerra no es, en el concepto sereno de los que aún hoy la
representan, y de la revolución pública y responsable que los
eligió, el insano triunfo de un partido cubano sobre otro, o la
humillación siquiera de un grupo equivocado de cubanos; sino la
demostración solemne de la voluntad de un país harto probado en la
guerra anterior para lanzarse a la ligera en un conflicto solo
terminable por la victoria o el sepulcro, sin causas bastante
profundas para sobreponerse a las cobardías humanas y a sus varios
disfraces, y sin determinación tan respetable, —por ir firmada por
la muerte— que debe imponer silencio a aquellos cubanos menos
venturosos que no se sientan poseídos de igual fe en las capacidades
de su pueblo ni de valor igual con qué emanciparlo de su
servidumbre".
"La guerra no es la tentativa caprichosa de una independencia más
temible que útil, que solo tendrían derecho a demorar o condenar los
que mostrasen la virtud y el propósito de conducirla a otra más
viable y segura, y que no debe, en verdad, apetecer un pueblo que no
la pueda sostener; sino el producto disciplinado de la resolución de
hombres enteros que en el reposo de la experiencia se han decidido a
encarar otra vez los peligros que conocen, y de la congregación
cordial de los cubanos de más diverso origen, convencidos de que en
la conquista de la libertad se adquieren mejor que en el abyecto
abatimiento las virtudes necesarias para mantenerlas".
El 11 de abril de 1895, 16 días después de suscribirse el
Manifiesto de Montecristi, Martí y Gómez llegaban en frágil esquife
a Playitas, en la costa sur de Oriente, para incorporarse a la
guerra necesaria.
Hace 55 años, un grupo de hombres —hermanos entrañables porque
sangraban de una misma herida— suscribieron en una humilde vivienda
de Siboney, cerca de Santiago de Cuba, un documento que la historia
ha recogido con el nombre de Manifiesto del Moncada.
Dice:
"La Revolución declara su amor y su confianza en la virtud, el
honor y el decoro del hombre, y confiesa su intención de utilizar
los que valen de verdad, en función de esas fuerzas del espíritu, en
la tarea regia de la reconstrucción cubana. Estos hombres existen en
todos los lugares e instituciones de Cuba, desde el bohío campesino
hasta el cuartel general de las fuerzas armadas; y el ojo avizor de
la Revolución lo situará en la posición de servicio que Cuba les
pide. No es esta una Revolución de castas.
"Cuba abraza a los que saben amar y fundar, y desprecia a los que
odian y deshacen. Fundaremos la República nueva, con todos y para el
bien de todos, en el amor y la fraternidad de todos los cubanos.
"La Revolución se declara definitiva, recogiendo el sacrificio
inconmensurable de las pasadas generaciones, la voluntad
inquebrantable de las presentes generaciones, y la vida en bienestar
de las generaciones venideras" (9).
En la madrugada del 26 de julio, el Jefe de la Revolución y su
pequeño ejército partieron "con las manos blancas a conquistar el
porvenir".
1) Revista "Política", México, 1967.
2) Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo).
3) "¡Revolución no, Zarpazo!", Manifiesto escrito por Fidel
Castro a las pocas horas del cuartelazo del 10 de marzo.
4) Denuncia del Doctor Fidel Castro presentada en el Tribunal de
Urgencia el 24 de marzo de 1952.
5) Periódico "La Palabra", 6 de abril de 1952.
6) Artículo titulado "Yo acuso", por Alejandro, seudónimo de
Fidel Castro, publicado en el periódico clandestino "El acusador",
16 de agosto de 1952.
7) Artículo titulado "Recuento crítico P. C.", por Alejandro,
publicado en "El acusador", 16 de agosto de 1952.
8) Orientación de Fidel Castro a los asaltantes del Moncada
momentos antes de partir de la Granjita de Siboney, la madrugada del
26 de julio de 1953.
9) Redactado, en el acuerdo y orden de Fidel Castro, por Raúl
Gómez García, mártir del Moncada.
(La mayor parte de los documentos citados están contenidos en la
obra "Moncada: antecedentes y preparativos", Dirección Política de
las FAR, Sección de Historia, Tomo 1, 1952-53, La Habana, 1972). |