Hace unos días me llamó por teléfono un buen amigo para
comentarme que no le había gustado una escena de la última novela
cubana, Polvo en el viento, en la que unos delincuentes
contratados por una ladronzuela de tienda, cajera ella, la
emprendían a golpes contra una pareja como venganza por haberla
denunciado.
––¡Qué barbaridad, chico!... ¿qué pensarán de nosotros¼
que tenemos gente de esa calaña¼ ?
Mi amigo, empeñado de por vida en construir un mundo más justo,
se había paralizado en el tortuoso camino de plasmar en imagen
pública solo lo bueno de una sociedad por la que él mismo ha
ofrendado una existencia. Solo lo bueno, y si acaso un poquito de
"lo otro" por resquemor al qué dirán.
Y aunque el arte no es sociología, ni política, ni compendio
ideológico, puede tener mucho de todo ello siempre y cuando no se
destile en el lance creativo ni proselitismo ni propaganda. Puede
tenerlo, aunque algunos defensores del "puro arte" persistan en
negarlo.
Hablamos, pues, de una función social del arte con tantas
definiciones y puntos polémicos que ni siquiera un simple esbozo
cabría en estas líneas. Digamos solo que existe una voluntad de
hacer arte para mejorar y en ella la exposición de los problemas
tiene una función primordial. Exposición como sentido progresista de
la vida, encaminada a provocar las reflexiones, el debate, la
interrelación de lo que estamos viendo en pantalla con aspectos que
transcurren a diario en ese otro gran escenario que es la vida.
Y ello, sin exigir retratos fieles de la realidad, ni
olvidar aquella vieja recomendación de Chaplin en cuanto a que "el
verdadero significado de las cosas se encuentra muchas veces al
tratar de decir las cosas de otro modo".
¿Puede la expresión artística convertirse también en una vía de
lucha para mejorar la situación social?
Viendo algunos contenidos críticos de Polvo en el viento
diluidos en sus tramas amorosas y de otros matices, pudiera
asegurarse que sí.
Jóvenes que estudian, pero también otros ––jóvenes y no tan
jóvenes–– que chocan con la realidad de una manera diferente y hacen
de la corrupción, el robo y "el invento" el camino más expedito para
"triunfar en la vida".
Conductas nada laudatorias asumidas con verosimilitud, tanto en
la concepción literaria de los implicados, como en el desempeño de
los actores. Sin prejuicios, poniendo en evidencias conceptos del
modus vivendi de esos personajes que, por mucho que nos pese,
existen como parte de una dinámica social agredida y con errores
propios, desarrollándose ––¿hace falta decirlo?—- no precisamente en
una burbuja.
Lo creativo y progresista ha de verse entonces en las opiniones
críticas que provoquen en el espectador lo expuesto en la novela. No
solo como elemento de una ficción recreada, sino trascendiéndola
como parte de una problemática social digna de pensarse y
discutirse, más allá del acto artístico de esta novela que, no por
gusto, está gozando de una amplia audiencia.