La rebelión de los trabajadores de Fisher Island, una isla situada
apenas unos centenares de metros al sur de Miami Beach, es el ejemplo
de las enormes diferencias que pueden existir no solo en un país como
Estados Unidos, sino en una misma ciudad. Así lo leí en un diario
español.
Según lo publicado, los asalariados, del que es considerado el
islote más rico del territorio estadounidense, se debaten hace meses
en una lucha contra la discriminación y por una mejora laboral. Se
habla incluso que algunas organizaciones religiosas se han pronunciado
porque allí se practica el trato de "plantación de esclavos".
Imagine usted que Fisher Island es un emporio de 87,39 hectáreas,
propiedad de 695 millonarios y famosos, quienes poseen una renta media
de 236 000 dólares al año. Carl Fisher, uno de los pioneros del
desarrollo de Miami, compró la isla en 1919. En 1998 la empresa Fisher
Island Holdings se hizo cargo del mantenimiento de la exclusividad a
precios que parten desde cifras superiores al millón de dólares por
apartamento. Ese es el lado "paradisíaco" del lugar.
El otro es el de más de medio millar de empleados, entre los que se
hallan hispanos, haitianos y afroamericanos que son segregados desde
ir separados de los "dueños blancos" en los cuatro transbordadores que
unen la isla con Miami Beach hasta el no permitirles acceder a la
cabina con aire acondicionado si llegan más tarde que los coches,
porque cabe el peligro de que los rayen al pasar.
En contra de lo que muchos podrían pensar, Miami está entre las
poblaciones más pobres de EE.UU., donde, según la reseña periodística,
"solo una minoría nada en la abundancia" y casi el 28,3% de sus
habitantes vive en la pobreza, como estima la revista South Florida
Business Journal.
Fisher Island es realmente un cayo más, pero no se unió a tierra
continental por puentes. Hay que tomar el transbordador y además ser
invitado. Desde ese mismo instante empiezan los contrastes¼
y las protestas. (Deisy Francis Mexidor)