En la sala —explica Nitza— ingresan todos los niños en edad 
          pediátrica, incluidos aquellos de hasta 18 años con alguna enfermedad 
          crónica (diabéticos, epilépticos, cardiópatas¼ ), residentes en casi 
          toda la provincia, pues aunque hay otra similar en el hospital 
          moronense Roberto Rodríguez, aquí nos llegan de gran parte del 
          territorio.
          "Tenemos siete camas, y el personal que labora asciende a nueve 
          médicos, 31 enfermeras, un enfermero y siete empleadas. Somos una gran 
          familia que tiene como único objetivo salvar vidas."
          Y de ello me convencí cuando pude constatar la dedicación con que 
          la enfermera Leonor Fortunes le retiraba las secreciones del tubo 
          endotraquial al niño de nue-ve años Marlon Mario Crespo, en estado 
          crítico.
          "Ha mejorado, comenta la doctora Norka Caridad Hernández Vázquez. 
          Comenzó con un absceso periamigdalino y después hizo un shock séptico. 
          Pese a las limitaciones que enfrenta el país, tiene todos los 
          medicamentos necesarios, incluidos antibióticos de última generación. 
          Tenemos esperanza de verlo salir de aquí por sus propios pies."
          La dedicación sin límites del colectivo, junto a los nuevos 
          equipamientos llegados a la sala al calor de la Batalla de Ideas: 
          desfibrilador artificial, incubadora, cuna térmica, jeringuilla 
          percusora¼ , hace que en la tirantez entre la vida y la muerte, casi 
          siempre, se imponga la primera.
          Los médicos y enfermeras hablan de historias y mencionan nombres y 
          apellidos —aprendidos de memoria— de quienes en algún momento 
          ingresaron porque peligraban sus vidas y hoy están fuera de peligro: 
          Filiberto Vila Romero, María Caridad Cárdenas, Milagros de la Caridad 
          Fernández¼ como si fueran el familiar más allegado. Es un don de 
          quienes allí pasan noches de desvelo. 
          "Casi siempre la estancia es prolongada y nos sensibilizamos con el 
          paciente y sus familiares. A los niños llegamos a quererlos casi como 
          a nuestros hijos", sentencia la enfermera Nersy Delgado Priedes.
          Y agrega: "He aprendido a ser mejor profesional, a no tener 
          horario, valorar en toda la magnitud el dolor ajeno, trabajar sin 
          mirar fechas ni día de cumpleaños ni de los Enamorados o fin de año. 
          Sobre todo, me satisface pertenecer a un colectivo que le devuelve la 
          felicidad a muchas familias."
          El doctor Reinaldo Pina, con varios años de experiencia, reconoce 
          que el secreto para lograr buenos resultados está en el trabajo 
          cotidiano, el colectivismo y la alta calificación del grupo que dirige 
          la doctora Caridad Núrkez, jefa de la sala.
          Con la vista fija en su hijo, Juan Carlos Crespo —padre de Marlon— 
          da riendas sueltas a los sentimientos y expresa: "Hay que vivir en 
          carne propia esta situación para saber cuánto esfuerzo realizan los 
          trabajadores de aquí. Pensé que mi hijo moría, pero no le ha faltado 
          ningún medicamento, ni la sonrisa y el cuidado de todos. Ya responde a 
          algunos estímulos", dice, mientras esboza una sonrisa cómplice.
          
          
          Poco después de su inauguración, la sala fue declarada Modelo y hoy 
          ostenta la condición de Colectivo Moral, merecimiento indiscutible.
          
          De los 234 pacientes ingresados este año, solo ha muerto un niño 
          menor de 12 meses, "porque tenía una miocardiopatía dilatada, 
          incompatible con la vida", repiten una y otra vez, para que el 
          reportero conozca que el pequeño estaba condenado a una muerte segura.
          La labor médica en este recinto es reconocida entre las mejores de 
          la provincia, con un servicio que ronda la excelencia.
          Más me convenzo cuando leo las letras escritas el Día de la Medina 
          Latinoamericana por el niño Aldo Miguel Alfonso, quien estuvo 
          internado allí: "A ustedes que con tanto cariño supieron cuidarme, y 
          pusieron todo el conocimiento y dedicación en mí. A ustedes, que tanto 
          se desvelaron para contribuir a mi recuperación (... )." Entonces... 
          no hacen falta alas para alzar el vuelo.