Un colectivo que salvó a más de 500 niños

Ortelio González Martínez

CIEGO DE ÁVILA.— La ordenanza de Nitza Broche Rodríguez, jefa del Servicio de Enfermería en la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos del Hospital Provincial Doctor Antonio Luaces Iraola, me vistió de bata y botas verdes esterilizadas.

Foto: Osvaldo GutiérrezLa preocupación es constante por parte del colectivo médico.

En un santiamén me convertí en parte de uno de los colectivos más abnegados y con mejores resultados en ese centro asistencial avileño. Pude palpar, en toda su magnitud, el amor que allí sienten por la vida.

Las paredes del recinto encierran 24 años de historias, diseminadas en los más de 8 000 niños atendidos.

ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE

En la sala —explica Nitza— ingresan todos los niños en edad pediátrica, incluidos aquellos de hasta 18 años con alguna enfermedad crónica (diabéticos, epilépticos, cardiópatas¼ ), residentes en casi toda la provincia, pues aunque hay otra similar en el hospital moronense Roberto Rodríguez, aquí nos llegan de gran parte del territorio.

"Tenemos siete camas, y el personal que labora asciende a nueve médicos, 31 enfermeras, un enfermero y siete empleadas. Somos una gran familia que tiene como único objetivo salvar vidas."

Y de ello me convencí cuando pude constatar la dedicación con que la enfermera Leonor Fortunes le retiraba las secreciones del tubo endotraquial al niño de nue-ve años Marlon Mario Crespo, en estado crítico.

"Ha mejorado, comenta la doctora Norka Caridad Hernández Vázquez. Comenzó con un absceso periamigdalino y después hizo un shock séptico. Pese a las limitaciones que enfrenta el país, tiene todos los medicamentos necesarios, incluidos antibióticos de última generación. Tenemos esperanza de verlo salir de aquí por sus propios pies."

La dedicación sin límites del colectivo, junto a los nuevos equipamientos llegados a la sala al calor de la Batalla de Ideas: desfibrilador artificial, incubadora, cuna térmica, jeringuilla percusora¼ , hace que en la tirantez entre la vida y la muerte, casi siempre, se imponga la primera.

Los médicos y enfermeras hablan de historias y mencionan nombres y apellidos —aprendidos de memoria— de quienes en algún momento ingresaron porque peligraban sus vidas y hoy están fuera de peligro: Filiberto Vila Romero, María Caridad Cárdenas, Milagros de la Caridad Fernández¼ como si fueran el familiar más allegado. Es un don de quienes allí pasan noches de desvelo.

"Casi siempre la estancia es prolongada y nos sensibilizamos con el paciente y sus familiares. A los niños llegamos a quererlos casi como a nuestros hijos", sentencia la enfermera Nersy Delgado Priedes.

Y agrega: "He aprendido a ser mejor profesional, a no tener horario, valorar en toda la magnitud el dolor ajeno, trabajar sin mirar fechas ni día de cumpleaños ni de los Enamorados o fin de año. Sobre todo, me satisface pertenecer a un colectivo que le devuelve la felicidad a muchas familias."

El doctor Reinaldo Pina, con varios años de experiencia, reconoce que el secreto para lograr buenos resultados está en el trabajo cotidiano, el colectivismo y la alta calificación del grupo que dirige la doctora Caridad Núrkez, jefa de la sala.

Con la vista fija en su hijo, Juan Carlos Crespo —padre de Marlon— da riendas sueltas a los sentimientos y expresa: "Hay que vivir en carne propia esta situación para saber cuánto esfuerzo realizan los trabajadores de aquí. Pensé que mi hijo moría, pero no le ha faltado ningún medicamento, ni la sonrisa y el cuidado de todos. Ya responde a algunos estímulos", dice, mientras esboza una sonrisa cómplice.

LA VIDA, LA VIDA¼

Poco después de su inauguración, la sala fue declarada Modelo y hoy ostenta la condición de Colectivo Moral, merecimiento indiscutible.

De los 234 pacientes ingresados este año, solo ha muerto un niño menor de 12 meses, "porque tenía una miocardiopatía dilatada, incompatible con la vida", repiten una y otra vez, para que el reportero conozca que el pequeño estaba condenado a una muerte segura.

La labor médica en este recinto es reconocida entre las mejores de la provincia, con un servicio que ronda la excelencia.

Más me convenzo cuando leo las letras escritas el Día de la Medina Latinoamericana por el niño Aldo Miguel Alfonso, quien estuvo internado allí: "A ustedes que con tanto cariño supieron cuidarme, y pusieron todo el conocimiento y dedicación en mí. A ustedes, que tanto se desvelaron para contribuir a mi recuperación (... )." Entonces... no hacen falta alas para alzar el vuelo.

 

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