Y es que el último 12 de marzo se cumplió el décimo aniversario 
            de su partida de este mundo, justo el mismo día que falleció, pero 
            en 1969, a quien él consideraba su maestro: Ignacio Piñeiro.
            Esteban Carlos Embale Molina había nacido el 3 de agosto de 1923, 
            en el rumbero barrio de Jesús María. Tuvo que ganarse la vida como 
            barrendero y luego estibador en los muelles. En 1936, un amigo, lo 
            llevó a La Corte Suprema del Arte donde obtuvo el primer lugar y así 
            empezó su trascendente carrera artística. Después, el cantante Mario 
            Rosales, y el percusionista Mongo Santamaría lo llevaron al muy 
            famoso Septeto Boloña, con el que estuvo hasta que empezó a cantar 
            con Arcaño y sus Maravillas.
            Pasó por las orquestas de Neno González, de Carlos Castillo y en 
            1940, integró la de Guillermo Díaz, en la Playa de Marianao, donde 
            también cantó con el Chori. Pero como de la música no se vivía, 
            nunca dejó el trabajo en la estiba de barcos.
            "Cuando no había trabajo en los muelles —contó Embale—, nos 
            reuníamos en la Barra de José (San Isidro y Habana) a descargar. 
            Estando con los Dandy 40 salió un disco mío. Y Matamoros me dijo: 
            ‘Vengo a buscarte’ y me citó en la emisora CMBF (Prado y Colón), 
            donde me recibieron como si yo fuera un gran personaje. Me pidió que 
            le cantara Lágrimas negras y en eso entró Bartolo, como le 
            decíamos a Benny Moré en aquella época. Me abrazó y me dijo: ‘Te 
            quedas por mí en el conjunto de Mozo Borgellá, pues me voy para 
            México con Miguel’. Y en eso estuve desde 1946 hasta 1953". 
            Después empezó en la Academia Habana Sport con Rafael Ortiz, con 
            el que pasó a mediados de los cincuenta al Septeto Nacional estando 
            Piñeiro de director. Ellos le presentaron aI musicólogo Odilio Urfé, 
            tres personas que junto a Matamoros "fueron para mí padres", 
            reconoció Embale.
            Al Septeto Nacional le prestó su voz característica y su 
            sabiduría sonera por largos años. Como testimonio quedan los discos, 
            documentales y videos donde desgrana poderosas melodías como venidas 
            de lo más hondo de su tierra.