Jubilado a los 88 años de edad luego de una carrera como periodista 
          y comentarista deportivo, una simpática imagen pública redondeada por 
          la televisión y de una lucidez zorruna apabullante —según dan cuenta 
          quienes lo conocen—, el alemán Rippert parece ponerle punto final al 
          mito luctuoso de Antoine de Saint Exupéry, autor de El principito, 
          ese monumento a la vida y tercer libro más vendido en el mundo después 
          de la Biblia y El Capital.
          El camino que finalmente ha conducido a Rippert es largo y digno de 
          una novela (y un libro será puesto a la venta en los próximos días, 
          coincidiendo con el relato de este ex as de la fuerza áerea nazi, a 
          quien se le adjudica el derribo de 28 aviones enemigos): primero, fue 
          el hallazgo, por parte de un pescador, de una pulsera perteneciente a 
          Saint Exupéry; luego el revuelo de nuevas especulaciones y tres años 
          más tarde los restos de su Lightning P-38 saliendo a la superficie, 
          cerca de las costas de Marsella, como una prueba irrefutable. 
          Pero el renombrado submarinista encargado de la faena se calló el 
          haber encontrado también en las profundidades el motor de un avión de 
          combate alemán. Y pactó con un periodista y un investigador de la 
          Segunda Guerra Mundial para que realizaran las investigaciones 
          pertinentes, que condujeron finalmente a la puerta del veterano Horst 
          Rippert. 
          Envuelto en una batalla legal mediante la cual pretende adjudicarse 
          una herencia millonaria proveniente de un famoso hermano cantante, el 
          veterano Rippert fue tan objetivo como respetuoso en su confesión: él 
          volaba alto y el pobre avión de Saint Exupéry (una nave de 
          reconocimiento sin armamento alguno) estaba muy por debajo, un blanco 
          fácil, una paloma sobre la que se lanzó sin saber, por supuesto, quién 
          era el piloto¼ porque de saberlo, claro que 
          no hubiera disparado, él había leído los libros del escritor, lo 
          admiraba, "todos sentíamos un gran respeto por él" (declaraciones —a 
          la manera del mejor marketing— de la gran historia que promete traer 
          el libro que muy pronto saldrá a la venta).
          Algunos escriben entusiasmados acerca de lo que parece ser el punto 
          final de las tres interrogantes que desde siempre acompañaron la 
          desaparición del gran escritor y humanista: ¿fallo mecánico?, 
          ¿derribo?, ¿suicidio? (atendiendo a que luego de un accidente en 
          Guatemala, Saint Exupéry había quedado en pésimas condiciones mentales 
          y físicas).
          Hace años, unas investigaciones realizadas en los archivos del 
          comando germano vinculado con el Mediterráneo francés arrojaron que 
          "en la fecha y hora mencionadas (31 de julio de 1944), el joven 
          aspirante Robert Heichele, muerto en acción pocos días más tarde, 
          había avistado cerca de la costa francesa el avión de Saint Exupéry y 
          le descargó desde atrás el fuego de sus ametralladoras".
          Sin embargo, una supuesta carta de Heichele, encontrada luego de su 
          muerte fue calificada de apócrifa y ello le restó fuerza a la 
          investigación.
          Entonces, ¿fue el ahora aparecido Horst Rippert el causante de la 
          muerte de aquel que un día escribiera que él no había hecho más que 
          "tratar de rescatar los valores idealizados de la niñez que el mundo 
          moderno se encargaba de triturar a medida que envejecemos"?
          Difícil de predecir en estos días de venta en que, sin embargo, 
          satisface pensar que el mar sigue siendo su mejor monumento.