El derribo de Saint-Exupery

¿Todo para vender?

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

Los medios de difusión de buena parte del mundo saltaron con el mismo clamor sensacionalista emanado de las declaraciones de Horst Rippert, un antiguo piloto de Luftwaffe: "No busquen más, fui yo quien derribó a Saint Exupéry hace sesenta y cuatro años".

Saint Exupéry: cielo y tierra, verdad y fantasía en un solo sueño.

Jubilado a los 88 años de edad luego de una carrera como periodista y comentarista deportivo, una simpática imagen pública redondeada por la televisión y de una lucidez zorruna apabullante —según dan cuenta quienes lo conocen—, el alemán Rippert parece ponerle punto final al mito luctuoso de Antoine de Saint Exupéry, autor de El principito, ese monumento a la vida y tercer libro más vendido en el mundo después de la Biblia y El Capital.

El camino que finalmente ha conducido a Rippert es largo y digno de una novela (y un libro será puesto a la venta en los próximos días, coincidiendo con el relato de este ex as de la fuerza áerea nazi, a quien se le adjudica el derribo de 28 aviones enemigos): primero, fue el hallazgo, por parte de un pescador, de una pulsera perteneciente a Saint Exupéry; luego el revuelo de nuevas especulaciones y tres años más tarde los restos de su Lightning P-38 saliendo a la superficie, cerca de las costas de Marsella, como una prueba irrefutable.

Pero el renombrado submarinista encargado de la faena se calló el haber encontrado también en las profundidades el motor de un avión de combate alemán. Y pactó con un periodista y un investigador de la Segunda Guerra Mundial para que realizaran las investigaciones pertinentes, que condujeron finalmente a la puerta del veterano Horst Rippert.

Envuelto en una batalla legal mediante la cual pretende adjudicarse una herencia millonaria proveniente de un famoso hermano cantante, el veterano Rippert fue tan objetivo como respetuoso en su confesión: él volaba alto y el pobre avión de Saint Exupéry (una nave de reconocimiento sin armamento alguno) estaba muy por debajo, un blanco fácil, una paloma sobre la que se lanzó sin saber, por supuesto, quién era el piloto¼ porque de saberlo, claro que no hubiera disparado, él había leído los libros del escritor, lo admiraba, "todos sentíamos un gran respeto por él" (declaraciones —a la manera del mejor marketing— de la gran historia que promete traer el libro que muy pronto saldrá a la venta).

Algunos escriben entusiasmados acerca de lo que parece ser el punto final de las tres interrogantes que desde siempre acompañaron la desaparición del gran escritor y humanista: ¿fallo mecánico?, ¿derribo?, ¿suicidio? (atendiendo a que luego de un accidente en Guatemala, Saint Exupéry había quedado en pésimas condiciones mentales y físicas).

Hace años, unas investigaciones realizadas en los archivos del comando germano vinculado con el Mediterráneo francés arrojaron que "en la fecha y hora mencionadas (31 de julio de 1944), el joven aspirante Robert Heichele, muerto en acción pocos días más tarde, había avistado cerca de la costa francesa el avión de Saint Exupéry y le descargó desde atrás el fuego de sus ametralladoras".

Sin embargo, una supuesta carta de Heichele, encontrada luego de su muerte fue calificada de apócrifa y ello le restó fuerza a la investigación.

Entonces, ¿fue el ahora aparecido Horst Rippert el causante de la muerte de aquel que un día escribiera que él no había hecho más que "tratar de rescatar los valores idealizados de la niñez que el mundo moderno se encargaba de triturar a medida que envejecemos"?

Difícil de predecir en estos días de venta en que, sin embargo, satisface pensar que el mar sigue siendo su mejor monumento.

 

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