El cariño como premio

Joel Mayor Lorán
Joel@granma.cip.cu

Para recibirla tuvieron que cerrar el portal con tablas de palma, porque el bohío era muy pequeño. En aquel espacio le pusieron la hamaca, luego prepararon una camita. Ella era todavía una niña. Pero había abrazado la misión de alfabetizar.

Foto:Ricardo López HeviaCuti es de esas maestras a las que solo cabe tomarle cariño, porque pulsa las fibras del corazón de sus alumnos: el mejor modo de transmitir conocimientos y formarlos.

Juana de la Caridad Toledo Amador ("Cuti") tiene aún 13 años de edad, como en aquella época; o 18, como al comenzar a enseñar idiomas. El amor late igual. Cada vez que conoce un nuevo grupo vuelve a ponerse nerviosa: "como un sediento ante el agua, pero muy feliz".

"Trato de vestir la mejor sonrisa. Leo las reglas del juego, y concilio: sin imponer, que sepan que pueden contar conmigo. Si pulsas las fibras del corazón del alumno, en igual medida obtendrás respuesta de ellos. Intento ser imparcial; sin embargo, me gustan los estudiantes difíciles, llegar a ellos, comprenderlos, hacerlos cambiar.

"Siempre les digo a mis cadetes: ustedes son los primeros en ponerle el pecho a las balas. Eso es un honor".

Cualquiera percibe que está contenta con su premio, ese de que una generación de muchachos vaya y la abrace, le transmita su cariño sin límites, y luego otra, y la siguiente, más allá de la supuesta rectitud que pueda exigir un uniforme militar.

UN AULA SOBRE PIEDRAS

Cuti nunca pensó en ser maestra; le gustaban las batas blancas, investigar; se imaginaba ingeniera química o doctora en farmacia. Cuando escuchó decir que necesitaban personas para alfabetizar, recién comenzaba a estudiar en secundaria.

Tampoco le bastó el embullo. "Papá era muy celoso. Decía que no había necesidad de que yo, tan pequeña, me incorporara, si ya irían mis dos hermanas mayores. Ellas pasaban el curso preparatorio en Varadero al momento de la invasión por Playa Girón. Creí que no me dejarían, pero papá me autorizó. Uno de los objetivos del enemigo consistía en impedir el éxito de la campaña. ‘Ahora sí te vas’, me dijo.

"Alfabeticé en Sempré, no lejos de la ciudad de Guantánamo, en un batey llamado Chapala. Enseñé a leer y escribir a cuatro personas. Recuerdo bien a Petra, porque costó convencerla. Sabía cuánto me gustaba el anón y me invitaba a comer bajo una mata, para que el tiempo se fuera, así cada día. Pronto me di cuenta, y allí mismo le creé el aula, sobre unas piedras le impartí las clases".

Otro discípulo era un hombre muy mayor que vivía en el pico de una loma y a quien fue preciso conseguirle espejuelos. Después de la Campaña mantuvieron la relación y aquellas familias visitaban su casa.

Describe emocionada el acto con Fidel en la Plaza y el regreso a Guantánamo en un tren de caña, con hamacas colgadas en los carros, mojándose si llovía y, sin embargo, abrigados por un montón de personas en cada pueblo, por su alegría, orgullo, admiración.

EL ÚNICO CAMINO

Casi de inmediato le ofrecieron una beca en Moscú para estudiar idioma ruso. En la antigua Unión Soviética, en medio de la añoranza por el hogar, por Cuba, por la efervescencia revolucionaria del momento en su país¼ conoció a Irina Ivánovna Potápova.

"Cuanto he hecho ha sido tratar de imitarla. Ella no solo transmitía conocimientos a sus alumnos; buscaba formarlos. Muy exigente. Aprendí que nada se logra con blandenguería. Lo aplico con mis cadetes del Instituto Técnico Militar José Martí (ITM). Intento ser comprensiva pero recta. Sin disciplina no se forma a una persona.

"Ella era implacable con los estudios, con el comportamiento. Uno sentía un gran compromiso con ella. Nos llevaba a los cinco al cine, al teatro, a su casa a pasarnos el día entero. Estaba al tanto del resto de las asignaturas. Había que responderle. Vivía para nosotros. Según lloró ella en la despedida, también lloramos nosotros".

Ese fue el modelo de Cuti, que en octubre de 1966 comenzó a impartir idioma ruso y luego inglés en el ITM. "Ya hubiera podido jubilarme, pero me cuesta trabajo despedirme del aula. Me gusta. Al llegar olvido cualquier problema, me convierto en otra persona.

"Aprendo de mis cadetes. Aun enferma, vengo. Mi clase no me la da nadie. No es que otro no sea capaz. Ellos son mi responsabilidad. Pienso hacerlo así mientras pueda. Me levanto con Radio Reloj. No me acuesto sin leer la prensa. Procuro ser integral, que perciban que no solo me interesa el idioma. Y me satisface su respuesta.

"La docencia es mi vida. Tuve la oportunidad de estudiar ingeniería química, me la otorgaron, pero me di cuenta de que mi camino era otro". Claro, y cada curso se volverá a sentir nerviosa, sedienta... y feliz.

 

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