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El cariño como premio
Joel Mayor Lorán
Joel@granma.cip.cu
Para recibirla tuvieron que cerrar el portal con tablas de palma,
porque el bohío era muy pequeño. En aquel espacio le pusieron la
hamaca, luego prepararon una camita. Ella era todavía una niña. Pero
había abrazado la misión de alfabetizar.
Cuti
es de esas maestras a las que solo cabe tomarle cariño, porque pulsa
las fibras del corazón de sus alumnos: el mejor modo de transmitir
conocimientos y formarlos.
Juana de la Caridad Toledo Amador ("Cuti") tiene aún 13 años de
edad, como en aquella época; o 18, como al comenzar a enseñar
idiomas. El amor late igual. Cada vez que conoce un nuevo grupo
vuelve a ponerse nerviosa: "como un sediento ante el agua, pero muy
feliz".
"Trato de vestir la mejor sonrisa. Leo las reglas del juego, y
concilio: sin imponer, que sepan que pueden contar conmigo. Si
pulsas las fibras del corazón del alumno, en igual medida obtendrás
respuesta de ellos. Intento ser imparcial; sin embargo, me gustan
los estudiantes difíciles, llegar a ellos, comprenderlos, hacerlos
cambiar.
"Siempre les digo a mis cadetes: ustedes son los primeros en
ponerle el pecho a las balas. Eso es un honor".
Cualquiera percibe que está contenta con su premio, ese de que
una generación de muchachos vaya y la abrace, le transmita su cariño
sin límites, y luego otra, y la siguiente, más allá de la supuesta
rectitud que pueda exigir un uniforme militar.
UN AULA SOBRE PIEDRAS
Cuti nunca pensó en ser maestra; le gustaban las batas blancas,
investigar; se imaginaba ingeniera química o doctora en farmacia.
Cuando escuchó decir que necesitaban personas para alfabetizar,
recién comenzaba a estudiar en secundaria.
Tampoco le bastó el embullo. "Papá era muy celoso. Decía que no
había necesidad de que yo, tan pequeña, me incorporara, si ya irían
mis dos hermanas mayores. Ellas pasaban el curso preparatorio en
Varadero al momento de la invasión por Playa Girón. Creí que no me
dejarían, pero papá me autorizó. Uno de los objetivos del enemigo
consistía en impedir el éxito de la campaña. ‘Ahora sí te vas’, me
dijo.
"Alfabeticé en Sempré, no lejos de la ciudad de Guantánamo, en un
batey llamado Chapala. Enseñé a leer y escribir a cuatro personas.
Recuerdo bien a Petra, porque costó convencerla. Sabía cuánto me
gustaba el anón y me invitaba a comer bajo una mata, para que el
tiempo se fuera, así cada día. Pronto me di cuenta, y allí mismo le
creé el aula, sobre unas piedras le impartí las clases".
Otro discípulo era un hombre muy mayor que vivía en el pico de
una loma y a quien fue preciso conseguirle espejuelos. Después de la
Campaña mantuvieron la relación y aquellas familias visitaban su
casa.
Describe emocionada el acto con Fidel en la Plaza y el regreso a
Guantánamo en un tren de caña, con hamacas colgadas en los carros,
mojándose si llovía y, sin embargo, abrigados por un montón de
personas en cada pueblo, por su alegría, orgullo, admiración.
EL ÚNICO CAMINO
Casi de inmediato le ofrecieron una beca en Moscú para estudiar
idioma ruso. En la antigua Unión Soviética, en medio de la añoranza
por el hogar, por Cuba, por la efervescencia revolucionaria del
momento en su país¼ conoció a Irina Ivánovna Potápova.
"Cuanto he hecho ha sido tratar de imitarla. Ella no solo
transmitía conocimientos a sus alumnos; buscaba formarlos. Muy
exigente. Aprendí que nada se logra con blandenguería. Lo aplico con
mis cadetes del Instituto Técnico Militar José Martí (ITM). Intento
ser comprensiva pero recta. Sin disciplina no se forma a una
persona.
"Ella era implacable con los estudios, con el comportamiento. Uno
sentía un gran compromiso con ella. Nos llevaba a los cinco al cine,
al teatro, a su casa a pasarnos el día entero. Estaba al tanto del
resto de las asignaturas. Había que responderle. Vivía para
nosotros. Según lloró ella en la despedida, también lloramos
nosotros".
Ese fue el modelo de Cuti, que en octubre de 1966 comenzó a
impartir idioma ruso y luego inglés en el ITM. "Ya hubiera podido
jubilarme, pero me cuesta trabajo despedirme del aula. Me gusta. Al
llegar olvido cualquier problema, me convierto en otra persona.
"Aprendo de mis cadetes. Aun enferma, vengo. Mi clase no me la da
nadie. No es que otro no sea capaz. Ellos son mi responsabilidad.
Pienso hacerlo así mientras pueda. Me levanto con Radio Reloj. No me
acuesto sin leer la prensa. Procuro ser integral, que perciban que
no solo me interesa el idioma. Y me satisface su respuesta.
"La docencia es mi vida. Tuve la oportunidad de estudiar
ingeniería química, me la otorgaron, pero me di cuenta de que mi
camino era otro". Claro, y cada curso se volverá a sentir nerviosa,
sedienta... y feliz. |